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Divorcios de verano

Conozco unos cuantos amigos, todavía jóvenes, que tras vivir desenfadadamente como novios caen en una crisis depresiva en cuanto pasan por la iglesia o el ayuntamiento. ¿Será por el miedo? Dicen los psicólogos que sentir temor por dar un paso tan trascendental es una cosa más habitual de lo que pensamos. Mientras viven como novios, las parejas se creen libres. En nuestro modelo social ahora está bien visto que las parejas hagan vida marital, compartan vivienda sin casarse, incluso que tengan hijos. Aunque tengan que echar mano de una hipoteca compartida, de las letras de la nevera y el coche, quienes así viven están contentos. Luego, en cuanto se casan, bien sea por la presión social de los parientes o por propio convencimiento, padecen la sensación de que han perdido su libertad, de que les acechan cien mil temores en cada esquina.

Lo cierto es que estas vacaciones de verano y las de navidad son las etapas más conflictivas para las parejas recientes o veteranas. La convivencia humana siempre resulta conflictiva, porque delimitar las responsabilidades y asumir las nuevas situaciones es algo que puede dar bastante repelús. En verano y en las vacaciones de navidad se aumenta el tiempo que los cónyuges pasan juntos y por ello también menudean los conflictos, las discusiones, la susceptibilidad se incrementa hasta límites impensables, estalla la tormenta. Curiosamente, también en verano y en navidad proliferan las bodas. Así que el asunto tiene dos caras, como casi todo en nuestra vida.

Dicen los expertos que con la crisis económica las separaciones disminuyen. Cuando se ha perdido el trabajo o se disfruta un puesto en precario la gente se lo plantea, la gente duda mucho pues hay muchos costes que afrontar. Los mileuristas ya no abundan, un buen puñado de ellos se han quedado con la boca abierta. Entonces, algunas parejas aplazan la decisión de romper su unión. O se adaptan a soluciones de emergencia. Conozco también amigos que siguen conviviendo en la misma casa aunque ya están separados. No pueden afrontar una mudanza, otra hipoteca, ni siquiera un alquiler. Han de tener sangre fría para encontrarse con sus nuevas parejas en tales circunstancias.

Parece que, en proporción a su población, estas islas siguen estando a la cabeza de todo el país a la hora de hablar de separaciones y divorcios. ¿Por qué será? ¿Acaso el sol, la luz, el clima hacen que las tentaciones abunden? ¿O acaso estas circunstancias climatológicas favorables generan algún tipo de malestar en ciertas personas? Enigmas de difícil respuesta. Lo que sí es cierto es que en estos años ha cambiado drásticamente la forma de la institución familiar, ha variado notablemente la composición de la misma. Aunque el Vaticano no lo reconozca, la familia ya no es lo que era. Por cierto ¿seguirá vigente aquel mandato de no dar la comunión a las parejas divorciadas, una de tantas muestras de intolerancia y vuelta atrás que practica la autoridad eclesiástica?

Lo que también está claro es que conseguir una pareja estable es una de las dificultades más importantes que se pueden presentar en el transcurso de la vida. O incluso en la etapa final de la vida. Ya no llama tanto la atención de que los mayores se separen, pero se nos pone un nudo en la garganta cuando quienes se divorcian ya tienen 70 o más años, como si quisiera liberarse de extraños atavismos cuando están cerca de la muerte. Eso sí que nos parece difícil a los profanos, porque uno de los grandes estigmas del ser humano es afrontar la soledad de cada día.

 

 

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