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Palmero de ida y vuelta
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Discoteca

Medianoche del sábado en un lugar del sur. El anhelado sur, el prometido sur de los turistas, el territorio con cielos diáfanos, sin la molesta panza de burro que hurta el verano de sol. El sur donde el urbanita escapa porque allí vive otra isla, allí eres un extranjero más que trata de liberarse del estrés de la semana. No hace calor, ligera brisa. Hay poca gente, será por la crisis o será porque el personal sólo se anima a venir bien entrada la madrugada.

Unas cuantas mujeres solas, entre los 35 y los 40, salen a la pista. Se animan ellas mismas, se contonean, hablan de sus cosas, siguen los temas musicales más conocidos. Son meses de turismo interior, se nota que hay menos extranjeros aunque a última hora ha venido gente nacional con buenas ofertas. También es de reseñar que han bajado el precio de las consumiciones alcohólicas. Gintonics, cubatas.

A eso de la una empieza a haber algo más de animación, sin llegar al ambientazo de otras veces. Aparecen ocho o diez hombres solos, se colocan en la barra para hacer las observaciones habituales. Pero hay poca caza que cazar. Así que también salen a bailar lo que se tercia: desde Amy McDonald a Madonna, con la inevitable ración de Juanes y Shakira. Con éxitos de la música dance crece la animación. Los hombres en su rincón miran y beben. Las chicas en su rincón cruzan miradas, cuchichean. El baile ha perdido su intensidad erótica, ahora es una gimnasia leve, cada cual se ubica en su círculo efímero, cada cual administra su propia soledad. Hay bastante diferencia en el nivel de ocupación en los centros nocturnos: los primeros sábados de mes son excelentes, los últimos sábados de mes son casi patéticos. Más tarde, a eso de las tres, ya a tope la sala, se forman parejas de ocasión.

Se nota que ellos y ellas ya no padecen las urgencias sexuales de antaño. Cada cual gira en su propia compañía, cada cual se siente bien en su propia soledad. Los hombres que bailen solos se sienten acompañados por sí mismos, comparten el sagrado espacio de la pista. La gente fuma de manera frenética, el aire ya está viciado. El consumo de alcohol también se va disparando, hora tras hora. ¿Esta noche habrá controles en la autopista? A eso de las tres, hay dos multitudes perfectamente identificables: los recién divorciados por una parte y las recién divorciadas por otra. Cada cual intenta tender los puentes más imprescindibles, pero sin premura. Las cosas van fluyendo por sí mismas, y la noche todavía es joven. La discoteca, de cualquier forma, ha variado su funcionalidad. En los establecimientos dedicados a los jóvenes hay más visitas a los baños, por aquello de la adquisición de estimulantes. Las chicas se introducen sin pudor en el área de los chicos, y los que se dedican a guardar el orden llaman a la compostura, se las llevan sin remilgos.

Pero en esta discoteca al estilo antiguo, al rumbo de los años setenta y ochenta, hay más tranquilidad. Caen los cubatas, los gintonics, los whiskies y esos cócteles muy coloridos que las chicas veneran. En el Caribe chiquito que es el Atlántico en esta zona del subtrópico para la gente de mediana edad, ya curtida por la vida y probablemente por alguna separación matrimonial, la fiebre del sábado noche es discreta, comedida. Pero es sábado noche, a fin de cuentas. Y eso es lo que importa. Como dice el grupo Coldplay, Viva la vida. Y es lo único que cuenta.

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