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Palmero de ida y vuelta
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Rafael Arozarena, José Mª Millares, Mercedes Sosa

Debió suceder en 1969 o 1970. Recuerdo la escena en el bar del Parque García Sanabria, de Santa Cruz de Tenerife, junto al reloj de flores. Podíamos estar Juan Cruz, Julián Ayala, yo mismo. Fuimos compañeros en aquella época juvenil, entusiasta, gloriosa, bajo el acicate de Ernesto Salcedo, demócrata antes de tiempo. Rafael era un poeta, y por ello era un bohemio, un irreverente. Íbamos a tomar unos vinos, a cenar, a hablar. Rafael adoraba un licor de naranjas amargas que se fabrica en Francia, elogiaba su fórmula. Comentaba sus poesías y de un proyecto loquinario que tenía guardado en una gaveta. Una novela, ahí es nada. Una novela en los tiempos en que nadie escribía novelas en Canarias. Aquella obra todavía inédita era Mararía, luego finalista de un premio Nadal y publicada por primera vez en 1973 en una editorial de Barcelona, sin pena ni gloria. A Rafael el rescate y la vida le vino a raudales desde Canarias en aquellos años 80 en que la literatura canaria era muy apreciada por los lectores y por los profesores de literatura y hasta por los alumnos. El triunfo no le vino no desde las editoriales ni desde la crítica peninsulares, que no suelen entender lo que sucede por aquí, y por ello a menudo tratan con cierto desdén a los ultraperiféricos que viven en estas islas. Más de una vez lo hablamos: él se enfadaba, consideraba que su novela sólo había crecido desde las propias islas, en un goteo inacabable. Los círculos y los cenáculos de los que tienen influencia en Madrid no le interesaban gran cosa, sabía que su propuesta tenía poco que ver con Babelia y demás productos cortesanos. Se jubiló de su profesión de enfermero y era feliz: ya tenía tiempo para ver amanecer sin prisas y su libro se publicaba en Rumanía, Italia, Alemania, su libro llegaba a las masas, formaba parte del imaginario popular, se convertía en una novela de todos, parte esencial de nuestro patrimonio que da nombre a bares, a restaurantes, a tantas cosas vivas. Por desgracia su salud no era muy buena, y casi es un milagro que haya llegado a cumplir los 86 teniendo los problemas de riñón que padecía. Era un rebelde: decía que la gente no acababa de entenderlo. Que sin duda era mejor su poesía y también era de mayor calidad su novela Cerveza de grano rojo, pero el dictamen masivo fue a favor de Mararía. Rafael no se libraba de ser un poco coqueto, tenía orgullo y la inevitable egolatría de todos los escritores, sin la cual un escritor no es tal. Rafael era también un gallito de pelea un poco al estilo Pérez Minik. Por eso le gustaba remar contra corriente. En una ocasión coincidimos en una entrevista en televisión, y alguien habló de Valdano, que por entonces era entrenador del C. D. Tenerife. ¿Valdano? ¿Quién es ese? No lo conozco, decía, desafiante. Lo cierto es que por desgracia, a veces las muertes vienen en racha: José María Millares, Rafael Arozarena, Mercedes Sosa… Es como si la Parca se llevara a los mejores de una sola tacada. Como si la muerte redoblara su crueldad, privándonos de gente tan maravillosa en tan poco tiempo.

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