La llegada a Puerto Guamache, Isla Margarita, es perfecta. Unos buenos danzarines saludan bajo la bandera tricolor, la música es contagiosa, el colorido precioso. El último domingo de septiembre Chávez estaba reunido con líderes precisamente aquí, un encuentro Suramérica-África, en busca de un nuevo orden. Hace 37 años que no pisamos Venezuela, nuestra octava isla. Mis abuelos se subieron a veleros que desde Santa Cruz de La Palma partían a y lo hicieron Cuba muchas veces, mis primos fueron a Venezuela. Unos y otros aprendieron de América, allí fueron unos agricultores excelentes. Los palmeros sabemos mucho de eso.
El Caribe con todo su sol y con todo su mar, playas quietas, aguas transparentes. Un destino caliente todo el año. Lo primero que llama la atención es la cartelería política: Chávez se presenta casi como un Che Guevara en las carreteras. Grandes fotos, grandes lemas. Hay partidarios movilizados a lo largo de la ruta, sus camisas rojas, su entusiasmo. Venezuela nos afecta: por su riqueza poco aprovechada, por sus oportunidades, por su derroche, por las obras abandonadas a la buena de Dios. Por las rancherías que florecen en el camino a Juan Griego, Pedro González, Playa Parguito. La guía nos explica que son refugios de pescadores, techo de zinc sin paredes "para que no se les metan las mujeres con los hijos". La vegetación tropical inunda las retinas, grandes árboles, pescadores de perlas, la bondad de la gente. Hasta esta isla de mil kilómetros cuadrados también llegaron miles de compatriotas. A uno le entusiasma América, su vitalidad, su caos, su luz. Sus buenos hoteles, sus playas de sol radiante. Sus conatos desarrollistas. Pero también sus contrastes, parte del decorado. Isla amable, hielo granizado, copa de ron tras copa de ron. El gozo de vivir.
Escuchamos Radio Nacional de Venezuela, el lenguaje es agresivo, belicoso. Hay proclamas muy duras frente a los adversarios políticos de Chávez. Atacan las cumbres iberoamericanas, no se salva el Rey de España, dicen que las cumbres iberoamericanas traen a un rey que viene a pasar revista a sus colonias. Por aquí prende el socialismo bolivariano, una parte de América Latina intenta construir otra fórmula. En ello están Evo Morales, Lula, el propio Zelaya golpeado en Honduras. Al instante se aprecia que el gobierno de Chávez genera entusiasmos y odios a partes iguales. En las breves horas de nuestra estancia unos defienden sus medidas, otros atacan la corrupción política que no se aleja, la voracidad del Estado con sus impuestos, la mala administración de los recursos. La gasolina es demasiado barata, casi regalada, pero un venezolano tiene graves problemas para comprar una nevera, un televisor, todo lo que venga de fuera es muy caro. La propia guía de nuestro grupo ataca al mandatario sin el menor rubor.
Sólo unas horas en esta isla tropical nos dejan una curiosa impresión. Chávez no tiene el menor rubor de declarar "socialistas" a las playas de la isla. Pero el dilema de este país está más allá de esa disyuntiva de Chávez sí-Chávez no, más allá de las movilizaciones callejeras de unos y de otros, del feroz antagonismo que recuerda el tiempo de Copei y Acción Democrática, los partidos arcaicos que Chávez se propuso jubilar.
Las ondas radiofónicas están casi en pie de guerra pero el mar es verde, la arena blanca, la vida suave. Lo que apetece es echarse bajo los cocoteros y ponerse a verlas venir. El agua es cálida, una caricia. Esto es el Caribe: su vitalidad y su languidez. Por suerte estamos a bordo de un crucero y no bajaremos a Caracas, una de las ciudades más peligrosas del mundo en estos momentos. Probablemente la segunda o la tercera, tras Ciudad Juárez y Medellín. Donde cada fin de semana actúan los "malandros", donde al visitante aconsejan no salir de los hoteles. Donde la riqueza es exultante y la miseria también. Donde es tan fácil tener una pistola en la mano. Treinta, cuarenta, cincuenta muertos con violencia en el fin de semana.