Los dioses son criaturas superiores que nos guían, nos aconsejan, nos asesoran en los distintos trances de la vida. Aunque uno sea descreído, aunque uno se empeñe en negar la presencia de esos seres a los que hemos divinizado, lo cierto es que los necesitas con bastante frecuencia. La debilidad humana y el desconcierto nos salen al paso en muchos instantes, cuando a través de los años nos golpean el desconcierto, la soledad, la impotencia o los embates del camino. Las dudas que nos asaltan más de una vez tras la constatación de nuestra debilidad, las crisis del vivir que padecen los seres que se saben mortales, finitos, prescindibles en un mundo que no acaban de entender, marcados por la debilidad y por el desconcierto.
Por lo tanto los dioses palmeros son -además dar título a un libro- las criaturas que pululan en la memoria, es decir: los amigos y los cómplices, la naturaleza, la cultura rural, el espacio sagrado de la memoria, las leyendas como La luz del Time, los barrancos, el mar, Taburiente, Los Tiles. Los dioses son amigos y cómplices como Elsa López y Manolo, Luis Morera el de Taburiente, Lucía Rosa González y Miguel Ángel, Rosario, Ana, Jesús y Rafael Arroyo, Antonio Abdo y Pilar Rey, Pedro Fausto e Ima Galguén, Arnoldo Santos, María Victoria Hernández, Ramón Araújo y Montse, Anelio Rodríguez Concepción y Esther, Ana Isabel Hernández, Gloria Esther y Luis, Ricardo Hernández Bravo y Graciela, Paco Paredes y Carmen, Talio Noda, Jafet Barreto y Digna Martín la fundadora de El Apurón.
Los dioses son toda esta gente entrañable y otra más a la que no le ponemos nombre pero con la que uno comparte muchas cosas cuando viaja a los orígenes, al espacio sagrado de la memoria, a la infancia, al lugar donde vinimos al mundo. Así que los dioses son las historias que te contaba la abuela, son los cuentos basados en episodios lejanos que se fueron transformando en la medida en que iban siendo narrados una y otra vez. Los dioses son los mitos, los referentes de la historia y de la memoria personal, las mujeres que se quedaron solas cuando los hombres se fueron en tropel a Venezuela. Los amigos son los dioses palmeros pues están imbricados en el paisaje, en los manantiales y los acantilados, los riscos y los valles, en la calle O"Daly en Santa Cruz de La Palma y en la plaza de los laureles de Los Llanos de Aridane, en las cenizas del último volcán, el Teneguía, y en las lomadas, en los caseríos y en los pinares de Garafía, allí donde más se aprecia el éxodo rural, el despoblamiento, el vacío de media isla que sólo se queda con cuatro viejos pegados a su huerto, a sus animales, a sus recuerdos. La Palma es una isla con una hermosa naturaleza que -al igual que las demás que conforman este archipiélago- necesita creatividad, pensamiento, ciencia, arte, teatro, literatura, conocimiento y reflexión, salvaguarda del paisaje y desarrollo sostenible.
Muchas cosas nos confían los dioses cuando soñamos dormidos o incluso cuando soñamos despiertos, y lo importante consiste en hacer caso de esas revelaciones, atraparlas, hacerlas nuestras para que nos transmitan toda su carga de experiencias y de emociones, que siempre resultarán reveladoras, que siempre nos podrán iluminar. De ahí que muchas veces la inmersión en los escenarios de la infancia resulte tan reveladora, pues la infancia es el basamento sobre el cual construimos nuestra vida, los momentos de gloria y los momentos de infelicidad, las luces y las sombras que siempre nos acompañan a lo largo del camino.