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Aquellos años 70 y 80 eran

El tiempo, ese gran verdugo, nos va privando de manera inflexible de las páginas más preciadas de nuestra vida. Dicen los manuales que el periodismo es una de las profesiones más peligrosas que existen, y algo debe haber de verdadero en ello cuando multitud de compañeros se han ido antes de tiempo. Incontables compañeros que han ejercido en la prensa tinerfeña y en la prensa grancanaria, verdaderos puntas de lanza en épocas en que el periodismo y la sociedad eran tan diferentes. Gente que ejercía el periodismo como pedagogía social, un periodismo puesto al servicio de grandes ideales de progreso. Un periodismo militante, lejano por tanto de las actitudes cortesanas, de las corruptelas, de las contemplaciones. Alfonso, el entrañable Alfonso O"Shanahan, también fue uno de ellos. Cómo no recordar aquella espléndida novela, Antípodos. Cien años de expiación, con la que ganó la primera edición del premio Prensa Canaria justo al comienzo de los años ochenta. Alfonso era, sobre todo, un hombre de letras. Un poeta, un narrador, un ensayista también que incluso se atrevió con el monumental Diccionario del habla canaria, algo que no le perdonaron las capillas establecidas, la ciencia oficial. Un hombre de 65 años que estaba llamado a hacer muchas cosas. Un hombre bueno, con esa nobleza instintiva del canario, con ese mestizaje de Irlanda y nuestras islas. Un canario típico por su generosidad instintiva. Un canario típico también por su dosis de ironía, de humor negro, incluso de esa magua y esa desconfianza que forman parte también de nuestra idiosincrasia. Un compañero, casi un hermano, en épocas complicadas en que el periodismo era un arma muy ideologizada, en un momento en el que la ideología y la capacidad de análisis crítico todavía eran importantes en nuestra sociedad. Una sociedad que no estaba todavía adormecida por la televisión basura, una sociedad que deseaba reconocerse en las obras literarias que se gestaban en su seno, por el pensamiento de los escritores. El compromiso, palabra que ha quedado tan desprestigiada en los últimos tiempos, estaba vivo en aquellos años setenta y ochenta en los que se conservaba el espíritu militante, el espíritu disidente, el espíritu crítico que enarbolamos en el último franquismo. Fueron años de entusiasmo, de vigor, de emprender tantas cosas. Compartimos tarea en periódicos, colaboramos en radios, y sobre todo compartimos la vocación literaria, la defensa y el rescate de nuestra cultura tan baqueteada muchas veces por la desidia, por la falta de interés, por ese desapego que existe en tantos ámbitos, la apatía, la falta de amor a nuestras cosas. Por desgracia, la enfermedad se llevó lo mejor de él. Nos privó del ejercicio de madurez que cabe esperar de los escritores cuando llegan a la edad del medio siglo. Lamentablemente el alzheimer nos privó de leer más libros suyos, lo anuló prácticamente como persona desde hacía largo tiempo. Alfonso ya no era Alfonso. Había dejado de estar en el mundo, habitaba tan sólo su San Borondón particular. Pero su obra queda ahí, en las hemerotecas, en las bibliotecas. El tiempo todo lo devora, pero la obra de los escritores que tienen nivel ético y compromiso con su entorno permanece viva. Creo firmemente que a un hombre tan empeñado en su lucha como Alfonso le debemos un gran homenaje público, el reconocimiento comunitario hacia toda su labor, su entusiasmo, su creatividad. Esta sociedad adormecida por tantas crisis y tantas corruptelas tendría que ser justa con Alfonso O"Shanahan. Tendría que tributarle el reconocimiento que se merece, por su lucidez, por su capacidad combativa, por su entrega a tantas y tantas causas. Ojalá sea así, ojalá no pasemos página mirando para otro lado, ocultando la cabeza bajo el ala como hacen los avestruces.

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