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¿Disculpas?

Cuando se produce un linchamiento, no basta con pedir disculpas. No son suficientes las disculpas ni los golpes de pecho cuando se han generado unas situaciones tan espantosas como la sucedida en Tenerife en los últimos días tras la muerte de la pequeña Aitana. En realidad, hace mucho que vivimos dentro de la sociedad del espectáculo, de la sociedad del exhibicionismo, del pleno reality show. Así las cosas, no resulta demasiado extraordinario que unos médicos jueguen a prestidigitadores, unos policías sigan el mismo juego y unos medios de comunicación ansiosos de comunicar escándalo y sangre coloquen de inmediato los titulares que más golpeen a la audiencia. En estos tiempos, la vida es un puro reality, un continuo espectáculo, y cuanto más grandioso sea el show más audiencia se obtiene en unos medios que ya están acostumbrados al insulto cuanto más grueso mejor, a la pelea en directo, a la sangre.

 ¿Dónde estaba la presunción de inocencia? Bien guardadita en la caja fuerte, eso tuvo que ser. Además, la pintaban calva. Por aquellos días se conmemoraba ni más ni menos que el día de lucha contra la violencia machista. Y en ese entorno, en ese caldo de cultivo, venía bien encontrar un caso más escandaloso todavía. Como en el circo, el pimpampúm de las variedades. Y un culpable, con mala pinta. Una mala pinta que ya lo hacía sospechoso de antemano. Y unos médicos con unas actuaciones de Juzgado de Guardia. El Servicio Canario de Salud -en el que sin duda hay gente muy capaz, médicos y enfermeras con profesionalidad probada- se cubre de gloria en este caso concreto, en el que ha habido unos fallos tan clamorosos. Desgarros vaginales y anales, hematomas y quemaduras por presuntos malos tratos y abusos sexuales.

No sólo ha muerto una niña de tan sólo tres años sino que el compañero sentimental de su madre es un vándalo de tal dimensión que al instante se organizan manifestaciones encrespadas que claman contra tamaño monstruo. Incluso el gobierno de Canarias convoca un minuto de silencio en señal de protesta ante hechos tan aberrantes. Igual que las fuerzas del orden, en las que sin duda hay gente con decencia y dedicación, han caído a un nivel estrepitoso de credibilidad. De este modo, los unos y los otros han generado una gigantesca y temible bola de nieve de efectos incalculables. La llegada del presunto, Diego, a declarar está salpicada por toda suerte de improperios e insultos por parte de unas cuantas personas que andaban por allí y que habían sido convenientemente asilvestradas por los medios. Ni la clase médica ni la autoridad gubernativa y judicial ni los propios medios quedan absueltos tras el ejercicio de pedir disculpas. La cosa ha sido mucho más seria y tremendamente más grave. ¿Dónde están ahora las personas que se manifestaron contra el monstruo del sur de Tenerife? ¿Dónde los médicos que ni apreciaron la verdadera gravedad de la pequeña ni supieron distinguir sus auténticas lesiones de las gravísimas secuelas que padecía por parte del compañero sentimental de su madre, quemaduras de cigarro, desgarro anal y vaginal, hematomas de todo tipo en su cuerpo? ¿Por qué no se le hizo una simple radiografía a la pequeña tras la caída en el parque?

Negligencia, sentido gremial, burocracia infame. Todo ello se ha conjugado de tal modo que los medios de comunicación no cesaban de pedir perdón. Enhorabuena a los colegas de La Opinión de Tenerife, pues lograron enderezar la situación al publicar que el informe médico realizado el miércoles había sido erróneo. Una lamentable cadena de fallos viene a demostrarnos que no siempre es bueno dejarse llevar por el escándalo, el deseo de lograr titulares gruesos y audiencias espectaculares. Por eso debemos preguntarnos si conviene seguir viviendo dentro del chismorreo, la tertulia vocinglera y el permanente reality.

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