El Partido Socialista Canario-PSOE ha decidido hacerse el harakiri, sus dirigentes se han pertrechado con unos buenos sables japoneses y después de la ceremonia del té se han rajado la barriga, se han desangrado un buen rato y se han metido en la caverna, es decir en la tumba, para dar satisfacción a sus egos personales. Es increíble que políticos tan veteranos, curtidos en tantas lides, se hayan empeñado en dar el espectáculo dantesco que están dando para contento de los partidos rivales que sin duda ganarán sin bajarse de la guagua las municipales y autonómicas del año que viene. El drama de esta formación política viene de hace un largo tiempo.
Juan Fernando López Aguilar es un hombre como todos los demás, con sus virtudes y sus defectos. Puede que sea excesivamente pasional, puede que le falte un punto de madurez, puede que necesite templar el ánimo, puede que las calenturas lo obnubilen en más de una circunstancia. Pero no cabe duda de que su esfuerzo y su ilusión permitieron a los socialistas recuperar en todas las islas una presencia que tenían perdida desde hacía largos años. López Aguilar, por tanto, fue el renovador que se soltó el pelo y logró los mejores resultados en mucho tiempo. En realidad, hace muchos años, tuve una pequeña charla con Juan Fernando, cuando era secretario de Jerónimo Saavedra, una especie de delfín cantado de quien por entonces gozaba un extraordinario prestigio no sólo entre las fuerzas progresistas sino en toda la sociedad de las islas. Juan Fernando era caricaturista del periódico en el que yo ejercía de subdirector, estudiaba con becas y para sacar algo de dinero por las noches venía a entregar sus trabajos, a dibujar sus caricaturas de los personajes de actualidad, cuando estábamos a punto de cerrar la edición de la mañana siguiente. Pues bien: le pregunté por qué en Canarias la política se renovaba tan escasamente. Le pregunté por qué las figuras eran siempre las mismas en el campo de Coalición, entre los del PP, entre los del propio PSOE. Pues en los partidos políticos de las islas, incluso en los minoritarios y extraparlamentarios -como las fuerzas independentistas de Antonio Cubillo-, difícilmente aparecían nuevos valores y los que ya estaban venían de largas carreras políticas en las que sin duda habían obtenido importantes objetivos pero ya tenían poco nuevo e ilusionante que ofrecer a sus seguidores. La respuesta fue sincera y terrible: porque a los jóvenes no nos dejan levantar cabeza, porque todos están muy pendientes para serrucharnos a las primeras de cambio. Aquella opinión ha resultado premonitoria.
Por eso me hago la pregunta de si tan difícil es sepultar el deseo de venganza, las ganas de hacer daño, la insolidaridad y sobre todo la soberbia, hija de la ira, de la prepotencia y de la ñoñez. ¿Por qué se dan con tal dimensión los ajustes de cuentas, los celos, las envidias, y por qué hemos de limitarnos a contemplar el hecho de que personas a las que teníamos en alta estima acaban comportándose como mafiosillos de vía estrecha, personajes de barriada? La verdad es que con las actuaciones que estamos viendo reflejadas en los medios de comunicación, con este penoso culebrón de invierno, la opinión que la gente de a pie tiene de la clase política sigue acumulando puntos negativos. Con reforma electoral o sin reforma electoral, con pelotazos urbanísticos y corrupciones variadas, con una legión de cortesanos y aduloncillos, con los preclaros padres de la patria participando en un carnaval bananero, es probable que esta tierra tarde mucho en tener una vida pública solvente y digna. Tal vez sea que, dado que todos somos culpables con nuestros silencios y desánimos, es eso lo que nos merecemos. Con todo ello, es probable también que la tendencia a la abstención se incremente pues el día de votaciones de las próximas municipales y autonómicas, acaso ese domingo de mayo de 1011 algunos prefiramos irnos al campo o bajar a la playa, poner la mente en blanco, pensar que algún día Canarias será posible. Pero con otra gente.