A la vuelta de viajes a destinos exóticos, a la vuelta de aviones y de un gran cansancio, vuelvo a la isla y me sumerjo en esa portentosa carretera de Las Mimbreras. Atrás Barlovento reverdecido, el aire fresco de la mañana. Cuanto más viajo por esos mundos, más valoro la belleza elemental de la tierra y el cielo de La Palma.
Las Mimbreras es una fuente que mana del puro monte, de la espesa laurisilva. Las Mimbreras es una instantánea de ese cielo puro, allá arriba los telescopios del Roque de los Muchachos. En medio pinares apretados. Y ese aire particular de La Palma: la isla donde mejor huele el aire. Donde el aire trae pinos, laurisilvas, jazmines, azucenas, tederas, tagasastes, geranios. Toda la pulpa verde y toda la belleza de una isla que merece tener un despegue económico más allá de las amenazas que se ciernen sobre el plátano, sobre el turismo, sobre tantas cosas poco gratificantes.
Levanto la mirada y veo esas nubes saltarinas que dejan paso a un cielo purísimo, transparente. Recuerdo el título de aquella novela del gran Carlos Fuentes: La región más transparente. Y ahora pienso que este aire tan limpio y esta isla tan noble aguardan su oportunidad, y creo que esa grandísima oportunidad no puede ni debe perderse por la mala gestión de unos cuantos políticos, por la mala coordinación de las administraciones, por los atropellos de una burocracia infame que nunca sirve al ciudadano sino que se sirve a sí misma como pescadilla que se muere la cola.
Es la hora del telescopio gigante. Y toda la isla debiera manifestarse, tendríamos que salir a la calle no sólo para protestar por las plantas de asfalto en el valle de Aridane sino que también tendríamos que protestar si no conseguimos el nuevo telescopio que nos merecemos. Y que debería situarnos en el mapa: el turismo del cielo, el turismo astronómico, el turismo que La Palma merece para despegar.
Así sea.