Ya sabemos que España es el país donde se crían mejor las envidias. Es el pecado nacional, nuestra especialidad. Así que es normal que en los distintos gremios con cierta frecuencia estallen las malas relaciones personales. Por ejemplo, entre los abogados hay sus celillos, igual que entre las enfermeras o los arquitectos. No digamos los escritores, un sector donde cada cual se lleva fatal con su vecino por cien mil suspicacias. ¿Y qué decir de los ilustres juristas? Pues que en España la justicia no se ha democratizado del todo, no se ha puesto al día. Es un sector donde la transición no acaba de cuajar. Venerables momias del Tribunal Supremo, insólitas decisiones de algún que otro juez, lentitud extrema del Tribunal Constitucional que tarda un siglo en decidirse sobre cualquier cosa.
En España caer en manos de los que tienen que dictar justicia es exponerse a un suplicio. Pleitos tengas y los ganes, dice un refrán. Una sentencia puede tardar diez años en dictarse, y sin embargo sabemos que hay jueces trabajadores y sensatos que se llevan el trabajo a casa y se lo curran hasta en fines de semana. Debemos precisar que España tiene la mitad de los juzgados y de los jueces que debería tener de acuerdo con su población. Los distintos ministros que han pasado no han conseguido meter eficacia y dinamismo en este sector. Y ahora llegamos al colmo del disparate: al juez estrella ansioso de protagonismo que inició procesos contra Pinochet y los dictadores argentinos quieren llevarlo al paredón sus venerables colegas.
Garzón es caprichoso, qué duda cabe, pero la historia del Derecho le debe unas cuantas acciones impecables. Y ahora llega esta astracanada, broma grotesca por parte de sus colegas. España es así, señora mía.