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Palmero de ida y vuelta
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Paco Paredes

Paco Paredes festeja con los niños una función teatral.

Cada cinco años Santa Cruz de La Palma se agita. La Bajada es una pirueta de talento y de fantasía, pero detrás de ella existe un enorme esfuerzo humano que sobrelleva las dificultades de tiempo y de presupuesto. A Paco Paredes lo conocimos en una cervecería de la Plaza de Santa Ana de Madrid hace unos siete años, mientras representaba La venganza de Don Mendo, en el Teatro La Latina. Murciano, apasionado, volcánico. Actor de reparto durante doce años en la Compañía Nacional de Teatro Clásico, participó en montajes junto con Fernando Delgado o Raúl Sender. Carmen Asensio, su compañera, de Tigalate, es una mujer con coraje y determinación.

Hace tres años Paco se trasladó a La Palma por amor a Carmen. Tras una oposición, se convirtió en director de la Escuela Municipal de Teatro que habían gestionado Antonio Abdo y Pilar Rey hasta su jubilación. Estaba desarrollando una enorme labor con sus jóvenes alumnos y estaba preparando las funciones del Carro Alegórico y Triunfal, así como del Carro-Pregón. Derrochaba trabajo, expandía un entusiasmo que no tenía límites y por ello colaboraba también en la puesta en escena del Festival del siglo XVIII y otros números de la Bajada. De madrugada, tras una cena compartida con Carmen y la pintora Gloria Esther, cuyo compañero Luis González murió hace un mes, Paco padeció un fortísimo dolor en el pecho. En sólo unos minutos Paco cayó por tanto sobreesfuerzo de los últimos meses, por tanta tensión acumulada. El féretro estuvo en el escenario del Circo de Marte, donde a las cinco de la tarde del lunes 28 Antonio Abdo leyó el poema a la muerte de Ramón Sijé, de Miguel Hernández, y la Coral Awara interpretó una canción de Machado. Nos puso los pelos de punta a todos la intensidad emocional de la despedida.

Los mejores suelen irse antes de tiempo, y se marchan de una manera cruel, dejándonos desamparados. La Palma, una isla que intenta levantarse del sopor de su retroceso cultural, recibe una herida cuya profundidad todavía no sabemos valorar. Tienes que disculparme, amigo: la última vez que cenamos juntos, hace un mes, había prometido escribir sobre ti y tu generosa labor, y siento cumplirlo de esta manera.

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