Nos encontramos ante una generación privilegiada en las letras canarias. Gente nacida en la década de los 60 y los 70 están logrando notables registros. Poetas y narradores como Nicolás Melini, Anelio Rodríguez Concepción, Ricardo Hernández Bravo y Lucía Rosa González, por citar sólo a los de la isla de La Palma. Gente universitaria, gente con preparación que está llamada a lograr una obra de alto nivel.
De la terrible lucha entre la sensualidad y la razón, nace la obra dolorida y solitaria de otro palmero: Antonio Jiménez Paz, el libro Casi todo es mío, en Baile del Sol. En su momento, su anterior Tratado de ornitología, también en Baile del Sol, en 1994, nos causó excelente impresión: era una poesía vigorosa, con fuerza. Antonio Jiménez nació en Los Sauces y se licenció en La Laguna, vive en Tenerife y es miembro de la Asociación Canaria de Escritores, ACAE. Ha conocido mundo, ha vivido, ha amado y ha sufrido las decepciones de muchos. Amor y olvido, el caballo que corre desbocado y el freno que le ponen la educación, los códigos religiosos y sociales, las Santas Escrituras de la cotidianeidad, las llamas del infierno con las que tantas veces nos amenazaron.
Necesitamos emprender la reconstrucción de un mundo cimentado sobre espejismos –el espejismo de la economía, el espejismo del conocimiento-, y para ello necesitamos destruir viejos conceptos que nos estallan en las manos. Esa vuelve a ser la pelea. La mirada hacia su pozo interior es dolorosa, no es inocente. Y genera fuerza vital, tensión, marea que sube y baja, incluso rabia. Rabia consigo mismo. Antonio es un hombre acostumbrado a pelear con su yo, esa carga de esperanzas y bajonas, por eso se enfrenta al “yo moderno”, el yo que cree conocerlo todo, comunicar todo. Puesto que los sentidos nos engañan, más bien lo ignoramos todo. Percibimos un mundo exterior que es un gran falsario. Por eso el poeta usa su dolor, su drama de ser solitario, de ser sufriente, para tratar de reinventarse a sí mismo. “He querido reventar terrorísticamente esa concepción del yo moderno, que es la base de toda nuestra cultura, de nuestra filosofía”. El poeta afirma que es un poeta tardío, al que le interesa mucho la capacidad de condensación que da la poesía. La capacidad de condensación y también la capacidad de volverse un médium que expresa lo que otra persona podría expresar o pensar. “Mis versos son como pequeñas granadas: yo uso mi dolor, mi drama como ser humano y como poeta para reventar todo”, dice en una entrevista. Para reflexionar sobre todo, para enviar pequeños mensajes que son análisis sobre el aquí y el ahora. Mensajes que son reflexiones filosóficas. Haikús del desengaño. Al final de los años cuarenta Antidio Cabal, un poeta de exilios, viajó en velero clandestino desde una playa oscura del sur de Gran Canaria, y lo hizo desafiando a la Guardia Civil. Llegó a Venezuela, estudió, se hizo figura importante en universidades centroamericanas y, aunque tarde, ha sido incorporado al panorama de las letras canarias. Esta idea del desarraigo atrae poderosamente la atención de Antonio Jiménez. Igual que la idea de la negación: “Me describo y no me considero creíble, / digno de papel, / apenas materia de libro. / Entonces me borro.”
Escribir es una tarea solitaria, escribir tiene como fundamento calmar la angustia. O justo al revés: atizar la angustia, avivar el fuego de la angustia: Calle sin salida. / Mi escritura continúa. / Yo / no.” Antonio, nacido en 1961, comenzó su andadura ganando el premio de cuentos dedicado a Félix Francisco Casanova. Su poesía de ahora no tiene aires narrativos, sino de indagación en la realidad. El está en plena búsqueda. Hay que agradecerle su capacidad de animación, hace entrevistas a escritores, se busca a sí mismo cuando dialoga con los otros. Publica en suplementos literarios, idea libros de entrevistas con colegas suyos. Un ejemplo de generosidad en tiempos en que nadie lee a nadie, en que nadie está con nadie. Pues a pesar de las nuevas tecnologías, cada vez estamos más solos.