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Navidad

Hacíamos el nacimiento en un pequeño rincón de la sala, junto a la ventana. Allí colocábamos las figuras de barro, traíamos musgo y sembrábamos algún grano que diese pronto una yerbita, quizá alpiste o cebada o incluso alguna judía. Con un trozo de cristal o con papel de platina se simulaba el río. Con harina y agua se fabricada la poliada, un pegamento que servía para fijar el papel. Eran días de alegría y siempre llovía, cuando el tiempo se cerraba dentro de La Caldera caían diluvios. Los niños sacaban, orgullosos, sus botas de agua y se ponían a fabricar estanques en el empedrado de las calles. En aquellos tiempos en Los Llanos de Aridane incluso caía granizo y había pelete cuando la nieve teñía las alturas. El barranco de Tenisca, no digamos el de Las Angustias, corría de banda a banda. La abuela siempre tenía a mano un brasero en el que ponía a quemar despacio hojas de eucalipto. El abuelo se había traído de Cuba un asma persistente que le provocaba terribles asfixias.

El tiempo giraba despacio, se detenía en los estanques redondos como espejos y la calle era el lugar de entretenimiento de todos. Los Reyes Magos tenían un escaso surtido para elegir sus regalos, la economía era también modesta. Nunca llegaba el balón de reglamento ni la ansiada bicicleta ni el tren eléctrico ni los cochitos teledirigidos que hoy valen 9 euros en los hipermercados.

A la calle Cabo subían los tocadores de villancicos cuando las Misas de Luz. El vecindario era todavía escaso, pero siempre recibían algún vasito de mistela, una copa de coñac, un rosquete, un trozo de bizcochón. A veces el chubasco obligaba a que aquellos entusiastas tuvieran que dispersarse a la carrera.

La Misa del Gallo en la iglesia parroquial de Los Remedios era un acontecimiento esperado, allí los alegres villancicos. Y en especial el villancico canario por antonomasia Lo Divino, que siempre era interpretado con gorjeos de pajaritos.

Hoy, cuando tenemos un nivel de vida infinitamente superior, quizá la Navidad se haya transformado en una fiesta más, de la que los jóvenes quieren marchar rápido pues hay muchos locales "de marcha" que abren a medianoche como si ya fuese el día de fin de año. En Madrid es típico que en estas fiestas de Nochebuena la gente vaya por la calle con enormes pelucas, debe ser por la carencia de carnaval específico. En estos últimos años incluso el 24 de diciembre ya se ve por la calle a jóvenes que todavía sacan los disfraces de Halloween, como si todo fuese una prolongación de la influencia anglosajona.

El tiempo, que todo lo devora, ha hecho que en la isla de La Palma se conserven mejor las tradiciones. Por suerte, la isla todavía tiene una fuerte impregnación de la cultura rural. Quizá por eso en el baile del 31 de diciembre en Monterrey de El Paso para sacar a bailar a una chica tenías que convencer a su abuela, a sus tías, a su madre y hasta a sus vecinas, que se aposentaban vigilantes y no daban su aprobación fácilmente.

El aire en Navidad es más fino y transparente, y la lluvia desgrana la melancolía por los que ya no están. En realidad, los caseríos de La Palma son pequeños belenes con una arquitectura casi bíblica.

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