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Palmero de ida y vuelta
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Las corrupciones de un gobernante

El ínclito José Blanco, altanero azote de controladores y de todo aquel que se atreva a enfrentarse a su labia torrencial, está contento porque bajo su mandato se han construido aeropuertos lujosos. Por ejemplo, el de Ciudad Real, con una de las pistas más largas de Europa, unas extraordinarias instalaciones dimensionadas para dos millones y medio de pasajeros al año. Para gestionarlo hay casi cien trabajadores directos más doscientos de empresas concesionarias. El problema es que Ciudad Real es un aeropuerto vacío, un desierto que hemos pagado entre todos para solo tres vuelos semanales gestionados por Ryanair previa subvención pública. La cafetería solo sirve para ofrecer sus comidas a los trabajadores que durante toda la semana se dedican a dar vueltas por los pasillos, sin nada que hacer ni nadie a quien atender.

¿A quién se le ocurrió tamaño disparate? A los que proponen sus buenos negocios particulares, porque la corrupción no es de derechas ni de izquierdas, la corrupción no tiene dueño porque es de todos los que se afianzan en el poder legislatura tras legislatura. ¿Cómo no saltar si en esta época de crisis generalizada políticos de Castilla-La Mancha han dejado este adefesio después de llenar sus bolsillos hasta la saciedad? Una obra de esta envergadura ha costado muchos cientos de millones de euros. Una parte sustancial los pone Caja Castilla La Mancha, que ha sido intervenida por el Banco de España y avalada con miles de millones de dinero público. Ese mismo dinero público que sirve para fortalecer a los bancos que luego no dan un euro de crédito a las pequeñas y medianas empresas.

Ciudad Real es más pequeña que Telde, apenas 75.000 habitantes, y dispone no solo de estación de tren de alta velocidad sino de un aeropuerto que es un panteón, cuyas pérdidas hemos de afrontar hasta el fin de los tiempos. En la isla de La Palma el ínclito José Blanco ha impulsado asimismo una enorme terminal, sobredimensionada para el flujo actual de pasajeros y para el que se espera en la próxima década. Ante todo hay que callar y aceptar lo que nos venden estos estupendos gestores de la cosa pública, siempre dispuestos a favorecer -en una época de recortes sociales y de crisis- a los constructores amiguetes con tan excelentes operaciones. Pobreza para muchos, derroche para el beneficio de unos pocos. ¿Cómo no indignarse?

 

 

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