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Palmero de ida y vuelta
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La hipoteca

Esto que parece un cuento, un microrrelato esperpéntico, no es un cuento ni siquiera un microrrelato. Lo que sucedió es que Ramón García, un vecino mío, gente corriente, quiso cambiarse de casa porque todo el mundo se cambiaba de casa. Incluso meros funcionarios del ayuntamiento se compraban chalets rutilantes por Tafira y bungalows en Meloneras, zona turística que está al lado de Maspalomas pero es más moderna. Para su sorpresa, el banco tasaba con largueza las propiedades que se proponía adquirir, y lo hacía con tal esplendidez que le sobraba dinero para comprarse el todo terreno y para quince días maravillosos entre Aruba y Granada, unas islitas tropicales junto a Venezuela con cocoteros, playas con agua tibia y aguas verdeazuladas.

Confiado quedó Ramón y feliz Elisa, su mujer, y felices sus tres hijitos, todos los cuales bebieron champán francés y Coca-Cola light. Por entonces todos vivíamos en Jauja, un país volcánico que está brotando por nuevas erupciones submarinas junto a la isla de El Hierro. España iba bien, éramos felices e indocumentados, como diría García Márquez.

El otro día vi a Ramón García y casi no lo conocí. Está tan deprimido que ha tenido dos anginas de pecho, antesalas del terrible infarto de miocardio. Está visitando psiquiatras, naturópatas, iridólogas, homeópatas, libros de autoayuda, consultores varios, quiromantes, adivinos, echadores de cartas. Hasta ha recurrido a los dioses de la santería, por ver si Changó le echa una mano.

Ramón ha tenido que devolver el chalet y el bungalow porque no le renovaron el contacto, y teniendo 46 años el asunto es grave.

Lo peor es que el banco le dice que nanay, que lo que se da sí se quita y que no vale con devolver el chalet y el bungalow. Que no quieren las llaves, sino que quieren su sangre.

José Saramago, extraordinario escritor portugués, dijo en alguna de sus obras que la banca a veces es un instrumento diabólico. A mí me parece que en ocasiones la banca es, al menos, un instrumento vampírico. Lo cual demuestra que los vampiros existen, todavía.

Solo espero que mi amigo Ramón y su linda mujer no se suiciden, y que los niños puedan seguir teniendo una sanidad y una educación decentes cuando sigan creciendo.

 

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