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Sexo, corazón y vida
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La llegada de Los Indianos

En Indianos.

El lunes de Carnaval se celebró la Fiesta de los Indianos en La Palma, y por primera vez llegó al Puerto de Santa Cruz un barco lleno hasta rebosar de Indianos procedentes de Tenerife.

Un barco que simulaba llegar desde la otra parte de nuestra Atlántico, impulsado por un mar de sombras grisáceas, por voces que resonaban por el Malecón, un barco que atracó como decía Carmen Laforet en su libro La llegada sin gran prisa por llegar al otro lado del mundo.

Pero cuando por fin colocaron la escalinata y empezaron a bajar los pasajeros, pudimos ver junto con sus compañeros de viaje a un personaje de excepción, a un pasajero especial, a Sosó, más conocido por la Negra Tomasa, que con su cuerpo regordete, su vestido impecable, su sonrisa entrañable, sus mejillas pintadas y sus pestañas verdes fluorescentes derrochaba gracia y talento, bailaba al son del ritmo caribeño:

Maní, Maní
Si te quieres por el pico divertir
Comete un cucuruchito de maní …

En seguida la explosión de alegría y de generosidad nos atrapó, se adueñó de todos. Se escucharon palmas, se dieron vivas y con voces enloquecidas entonamos canciones. Y llenos de risas y vestidos de riguroso blanco no dejábamos de agitar los polvos con fuerza, con tanta, tanta fuerza que rápidamente una polvacera quedó suspendida en el aire y se convertía en una humareda de plata que nos llenaba de júbilo y de tal excitación que gritábamos:

-¡Viva la Negra Tomasa!

Yo estaba tan extasiada que hubiese deseado abrazarla.

Mientras, en el atrio del Ayuntamiento capitalino, una multitud ansiosa esperaba el tradicional ritual de la llegada. Este año, de nuevo con unos seres maravillosos, con Antonio Abdo, Pilar Rey, Quique Santacruz y acompañante. Emocionados esperaban el retorno con los representantes oficiales.  

Por fin La Negra Tomasa llega a la Plaza de España con ese don innato que posee para hechizar la fiesta, flota en medio de una multitud que se agolpaba entre sus calles, que vibraba entre densas nubes de polvo que semejaban a una hoguera. Y entonces recordé aquellos tiempos en que éramos niños pobres,  en que la vida era humilde y nos acercábamos extasiados y con miradas tímidas a darles la bienvenida, a besarles, a curiosear la llegada de nuestros compatriotas que llegaban después de cumplir un sueño, de hacer el mundo.

Todos iban vestidos muy elegantes. Ellos fumando cigarros puros, con los bolsillos repletos de dólares acarreando jaulas con loros y pesados baúles, ellas con sus faldas largas, sus pamelas y sus abalorios.  Ataviados a la usanza americana bailaban bajo un decorado renacentista que parecía que crepitaba, que a pesar de estar desdibujado por el tiempo también se emocionaba. Porque la Fiesta de los Indianos consigue con mucha clase rememorar la antigua llegada de miles de palmeros que volvieron desde Cuba.

Consigue a través de esas cataratas de polvo ensalzar la memoria de aquellos años de lucha y de dificultades económicas, consigue acercarnos a las sombras y las luces de miles de hombres y mujeres emigrantes que al regresar a su tierra se les comenzó a llamar Indianos.

Un año más, la fiesta de los Indianos vuelve a triunfar, a trascurrir según el ritual de la época, con el ritmo palpitante de la música, con el diálogo de la tradición, con el encanto de la dicha ante la vida, con esa lírica que envuelve el regreso. Transcurrió  igual que una batalla blanca que deja escapar la fragancia de su olor, su ligero temblor.

Una fiesta que nos recuerda que estamos hechos de polvos y de sueños. Unos polvos que a pesar de haber pasado varios días, aun sus huellas permanecerán entre nosotros durante mucho tiempo como testimonio del mestizaje cultural entre La Palma y Cuba.

www.rosariovalcarcel.com;  www.rosariovalcarcel.com

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