Por allá por los años noventa del pasado siglo, el escritor José Saramago dio una conferencia en la Casa-Museo César Manrique al Colectivo Andersen que aquel año realizaba un taller en Lanzarote.
El escritor inició su discurso y no nos contó un cuento. No, nos habló de los talibanes, de la guerra televisada, de una ocupación que pudimos ver desde el sillón de nuestras casas. De una Afganistan convertida en un infierno en el que podía prosperar todo tipo de extremismos. El escritor emanaba una enorme pesadumbre al observar aquellas personas de gran pobreza y las consecuencias que aquel hecho tendría para tantos niños y niñas inocentes, para las mujeres que se convierten en víctimas en todas las guerras. Fue un discurso en defensa de la infancia. Un discurso duro, muy duro aunque trató de suavizarlo con un mensaje histórico -filosófico.
Al llegar los talibanes en la década de 1990, obligaron a las mujeres a usar el burka que les cubría por completo su cuerpo, a salir acompañadas por un pariente de sexo masculino (muharam). No se les permitió trabajar fuera del hogar, impusieron su versión de las leyes islámicas, incluida la lapidación y la flagelación.
Restringieron la educación para las niñas mayores de diez años y se impusieron castigos terribles, incluso ejecuciones públicas. Como consecuencia de ello, según un informe de Oxfam publicado en 2011 sólo el 5% de las mujeres sabían leer y escribir y el año 2.000 el 54% de las niñas menores de 18 años estaban casadas.
Pero al llegar en el 2001 las tropas de EE.UU seguidas de un régimen internacional provoca la caída del régimen talibán y EE.UU promete apoyar la democracia. Entonces las mujeres volvieron a ocupar lugares en la vida pública, constituyendo una cuarta parte del Parlamento. El número de niñas en la educación primaria aumentó al 50%, aunque al final de la secundaria la cifra rondaba el 20%. La esperanza de vida de las mujeres aumentó de 57 a 66. No olvidemos que en el 2002 la mortalidad materna era de de 1.600 fallecidas por cada 100.000 nacimientos vivos según Unicef. En el 2020 ese terrible saldo era de 683 muertes, calcula la ONU.
Afganistán sigue siendo un país que nadie desde el siglo XIX, ha podido vencer del todo, y si no que se lo pregunten a los británicos. Es un Estado tribal con sus tradiciones y una política que depende de líneas desconocidas para la mirada occidental. Desgraciadamente, hoy la historia se ha vuelto a repetir y es tal la fragilidad que escuchamos a una madre decir:
-Prefiero que mis hijas mueran antes que caer en manos de los talibán.
Aunque las informaciones que recibimos parecen contradictorias, de hecho Boushra Almutawakel, creadora del collage fotográfico: Madre, hija y muñeca creada en 2010. Una serie de imágenes que muestran la transformación de una madre musulmana, su hija y una muñeca hasta la invisibilidad total. Boushra ha vivido en Yemen y en el extranjero, usa habitualmente el velo y afirma:
– Yo no estoy hablando por las mujeres afganas. Muchas de las mujeres que se cubren son médicas, políticas, abogadas o artistas. Y son fuertes. No porque se cubran su cara o su cuerpo se les cubre el intelecto. -Yo no estoy en contra del hiyab, pero la parte misógina, la extremista, eso de cubrir completamente a las mujeres, esconderlas. Usarlas como propiedad, no es parte del islam. Mi trabajo no es sobre el islam, es sobre el extremismo. Se trata de la misoginia pratriarcal, que no solo se encuentra en el mundo musulmán y árabe, está en todas partes.
Además Boushra Almutawatekel tiene sentimientos encontrados, afirma que el velo, el burka… puede representar la locura del mundo que va de la luz a la oscuridad por culpa de las guerras, el sectarismo político, los extremismos y la intolerancia.
Todo parece contradictorio pero la situación más vulnerable de Afganistán son los colectivos de las mujeres y la infancia, aunque el nuevo gobierno declara que va a respetar los derechos de las afganas y permitir que trabajen en las administraciones públicas. Y aunque el mundo está atento a que no se produzca una regresión en sus derechos y prometen que seguirán de cerca los acontecimientos en la región, que escucharán sus voces y que las apoyaran.
Lo cierto es que una gran parte de las mujeres en Afganistán temen que los talibanes ejerzan la violencia contra ellas, temen que se les niegue el acceso al estudio, al trabajo, a reír a carcajadas, a que les nieguen hablar en voz alta en público, a cantar, a practicar deporte, a que las asistan en los centros sanitarios un hombre. Temen que vuelvan a negarles los derechos de las mujeres que son en definitiva los Derechos Humanos.
Información y fotografía encontradas en redes sociales
Blog-rosariovalcarcel.blogspot.com
rvalcarcel
OOh, Pedro, leyéndote parece que has hecho un master en el tema. Me ha encantado como lo has expuesto. Gracias por la lecturta y por esa luz que has arrojado sobre el mundo musulmán y especialmente sobre Afganistán.
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pevalqui
Independientemente de la discriminación sexista que a lo largo de los siglos le ha tocado vivir a la mujer respecto del hombre, con apuntes bíblicos cuya evidencia es patente y notoria, centrándonos en tu comentario, no podemos disociar la posición de la mujer en Afganistán del Islam y su consiguiente interpretación. Los dogmatismos y el sectarismo, vengan de donde vengan, acaban por atentar contra la integridad de los seres humanos.
A pesar de que Afganistán, un país tantas veces ocupado, de tradición musulmana, con diferentes regímenes políticos a lo largo de su historia, situado en la ruta de la seda, lugar inhóspito donde abunda el opio, diversidad tribal y cerca de tres millones de afganos exiliados en el vecino país de Pakistán, sería injusto y arbitrario que nos centráramos únicamente en ese entorno hostil, fundamentalmente hacía quienes no siguen los dogmas religiosos imperantes, y abominablemente discriminatorio y vejatorio hacia las mujeres, meros objetos de la voluntad patriarcal del hombre. Hasta los rusos salieron de allí patas arriba cuando un tal Ben Laden, auspiciado por los Estados Unidos, y luego convertido en enemigo público número uno, luchó contra los soviéticos. Porque también podríamos extenderlo hacia todo el ámbito musulmán. ¿O es que en Los Emiratos Árabes las mujeres nativas tienen la misma libertad que en Occidente? Aunque habría que establecer una consideración importante, se trata de una plutocracia, y en aquel enorme desierto que en parte han convertido en una mina de oro, tienen abundancia de yacimientos petrolíferos.
Ciertamente, durante la etapa talibán que ahora regresa una vez que Los Estados Unidos anunciaron desde el pasado año 2012, el abandono de sus tropas del país, se cometieron multitud de atrocidades; entre otras, la atribución de ser un vivero de terroristas. Supimos igualmente de la historia de Latifa, aquella joven musulmana exiliada en Francia tras haber conseguido huir del país, quien narró a través de un libro publicado a comienzos de los años noventa, la triste realidad que vivían sobre todo las mujeres, en aquel entorno. Un texto verdaderamente conmovedor, en cuya portada de un color azul intenso, se podía distinguir a una mujer ataviada con un burka.
No olvidemos, que durante los veinte años de la ocupación norteamericana junto con diversos destacamentos militares de otros países incluyendo a España, más bien de apoyo logístico, una buena parte de las mujeres seguía las normas propias que impone el Islam, en este caso a través de una interpretación más radical de la sharía. Al menos, durante esta corta etapa, otras tantas mujeres pudieron constatar la diferencia existente más afín al mundo occidental, tuvieron la oportunidad de desarrollarse social e intelectualmente, incluso participando en las decisiones políticas.
Se invirtieron decenas de miles de millones de dólares, murieron decenas de miles de soldados y de gente inocente, más de una parte que de la otra. A pesar de todo eso, tristemente, no se pueden cambiar las tradiciones culturales de un país de la noche a la mañana, por mucho que se implementen otro tipo de medidas más acordes con nuestras ideas. Aún menos, si está impregnado de costumbres medievales. Eso sí, el mundo occidental debería permanecer alerta para tratar de propiciar la salida de todas aquellas personas, especialmente las mujeres y las niñas, pero también de los hombres, que no quieran subsistir en semejante Régimen. Ya lo decía hace años un cura entrado en años a quien tuve de profesor de Religión cuando hacía mención anecdótica de un musulmán quién raspándose la cabeza, tras haberse convertido al cristianismo, pretendió con posterioridad renegar de esa creencia.
Los poderes religiosos -recientemente lo manifestaba monseñor Mazuelos-, obispo de la diócesis canariense, cuando se ejercen desde las creencias religiosas, son altamente peligrosos. De nuestra parte tuvimos la mal llamada Santa Inquisición, sufrida en la hoguera por el mismísimo Galileo Galilei. Y también de San Sebastián, por abrazar la Religión cristiana en la etapa del emperador romano, Diocleciano. Y de Jesucristo y con posterioridad el resto de los judíos, víctimas del terror nazi, con su inagotable diáspora. Y así…
Se han intentado muchas formas y maneras de conjugar con el islamismo. En buena parte se ha conseguido, aceptando de la parte occidental sus costumbres y tolerando sus ideas religiosas, que hubiese reafirmado un intelectual liberal como el filósofo y escritor francés, Jean François Revel. Francia y en menor medida Bélgica, son dos ejemplos de ello, aunque con inconveniencias insalvables. Se han aprovechado de las libertades de nuestros sistemas democráticos, algo que en sus países de origen sería impensable, pero con el islamismo radical, resulta imposible. Mejor dejarlos estar en su tierra, respetar sus creencias, aunque algunas de ellas no las aceptemos, preservando igualmente nuestras ideas.
Ya durante la etapa de Zapatero, Fernando Morán, quien fuera ministro de Asuntos Exteriores, fundamentado en su larga experiencia diplomática por diferentes países africanos, promulgó aquella rimbombante idea de “La Alianza de Civilizaciones”. Aquel plan, lleno de buenos propósitos, se fue al garete. Y en verdad, tampoco ayudaron mucho, determinadas decisiones políticas, en las que tanta sangre se derramó, alguna de ellas como la pasada Guerra de Iraq, fundamentada en una enorme patraña. Y de aquellos vientos estas tempestades. O parafraseando a Saramago, amante del arte sacro, y a quien mencionabas en tu estupendo comentario, para mejor “apartar las sombras del alma humana”.
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