¡Ábreme la puerta! Ábreme la puerta o soplaré y soplaré y tu casa tiraré.
Del cuento Los tres cerditos.
En casi todas las casas en donde habitan niños el despertar se transforma en un sobresalto, en un correr de un lado a otro con los mismos movimientos, repitiendo las mismas cosas, el mismo cantar. Todo debe funcionar correctamente para que los quehaceres cotidianos y las demandas culturales y sociales puedan ser atendidos.
La vida cada día transcurre como en un acto circense: las madres y padres caminan sobre una cuerda floja, corren, se ven agobiados por la multiplicidad de sus vidas, pero no les importa porque la educación física e intelectual de sus hijos es lo primero.
Pero lo que más desborda a las parejas es el llevar y traer a los niños a sus colegios, el compaginar los horarios de clases con los de los trabajos de la familia, el qué hacer con los niños cuando se han acostado sanos y se levantan con fiebre o simplemente quién va a buscarlos a la escuela cuando finalizan sus clases. Este es otro cantar.
Ahora bien casi siete millones de niños al regresar del colegio llegan a una casa vacía, llena de sonidos, de cosas, están solos para desvelar el tiempo, un tiempo indefinido que ahora se le llama no estructurado. Están solos para indagar y resolver el manejo de un hogar con sus miles de peligros: la cocina, el fuego, personas desconocidas, el acceso a Internet…
Cuando yo era pequeña las ocupaciones de las mujeres eran digamos más creativas o contemplativas. No teníamos nunca suficiente dinero y vivíamos trincados pero creíamos tener todo lo que deseábamos, vivíamos para el hogar, para saborear el parloteo ya que no existía la televisión.
Y cuando llegabas del colegio las madres estaban en casa, esperándonos con una sonrisa humana. Sí, la mayoría siempre estaban en casa, estaban en todo momento. Momentos que con el paso del tiempo los recordamos con cierto romanticismo.
Más tarde esa labor de las madres fueron sustituidas por l@s maravillos@s abuel@s, pero el mundo ha cambiado, afortunadamente para ellas. Así las que pertenecen al siglo XXI son muy, muy diferentes de aquellas que conocimos, tienen intereses y deberes, son personas dinámicas, activas, necesitan un tiempo de tranquilidad, de lectura y en algunos casos de estudio. Se lanzan a reconquistar el tiempo perdido, a viajar, a descubrir. No pueden ocuparse de la crianza ni del acompañamiento de sus nietos.
Por lo que llegamos a la conclusión que aquella generación que enriqueció la infancia y los sueños de los niños, esa generación de abuel@s que desató la imaginación de sus nietos y los llenó de ensueños ya no volverá del mismo modo.
Porque hoy los niños pasan su infancia encerrados en casa delante del televisor, del ordenador. No salen a jugar solos, libres. Ya no se ven corriendo por las calles, ni saltando al teje, ni montando en bici. A algunos se les llama "niños de la llave" porque llevan una llave colgada al cuello para abrir un mundo lleno de lobos, un mundo de miedos, de soledades. De ausencias.
Ahora parece que la solución es que haya colegios abiertos, centros de convivencia, más guarderías. De momento los padres y las madres hablan con sus hijos les enseñan con gran sutileza a enfrentarse a los peligros y amenazas, planes de emergencias. Les enseñan cómo jugar y soñar en las largas esperas, cómo sentirse a salvo.
Confían en la aventura de existir y les procuran herramientas imprescindibles para su seguridad.
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