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La Batalla de Lepanto en Barlovento (I)

Mosaico de imágenes de la Batalla de Lepanto (F.M.V.H.)

En el municipio palmero de Barlovento se representará el 15 de agosto, en honor de la Virgen y patrona del municipio Nuestra Señora del Rosario, la Batalla de Lepanto, según Miguel de Cervantes, contendiente en ella, «la más alta ocasión que vieran los siglos». Esta representación festiva de moros y cristianos tiene lugar en los años terminados en 0, 3, 5 y 8.

La demarcación municipal ocupa hoy el antiguo cantón o reino prehispánico de Tagaragre. Una vez incorporada La Palma a la Corona de Castilla, en 1493, se implantó en estas tierras una jurisdicción eclesiástica con la creación de la parroquia de Nuestra Señora del Rosario, demarcación que con el transcurso de los siglos daría paso a un término civil y administrativo tras la fundación de la municipalidad. Hasta 1812, en que las Cortes de Cádiz establecieron la creación de doce municipios en La Palma, una sola era la jurisdicción, regida por un concejo de regidores que por heredad gobernaba la Isla en su conjunto. Así, uno de esos nuevos municipios corresponde a Barlovento. Implantado de mar a cumbre, en la actualidad cuenta con unos 2500 habitantes, en 1981 con 2540 y en 1950 con 3193, repartidos en nueve barrios o entidades de población. El casco capital conocido como El Pueblo, con ayuntamiento y templo principal, se encuentra a 548 metros de altitud. Su geografía está marcada por dos fenómenos geológicos, los llamados Barlovento de los volcanes y montes y Barlovento de los barrancos. A medidos del siglo xx, el municipio se incorpora a la macro producción agraria del plátano en la franja costera del naciente. Quedan atrás los históricos cultivos de pan sembrar (sementeras), caña de azúcar, cochinilla, frutales y hortalizas. Hoy en día conjuga su economía mayoritariamente agraria, platanera y medianía, con el turismo rural y de naturaleza.

Barlovento ha guardado celosamente las tradiciones populares, especialmente las festivas. Sin lugar a dudas, este hecho está íntimamente relacionado con el aislamiento que ha sufrido durante siglos entre montañas, profundos barrancos y el mar de la geografía palmera. Diríamos que ha sido una isla dentro de otra isla, lo que ha contribuido a fomentar la sorprendente conservación de las costumbres y tradiciones populares. Aún estando relativamente cerca de los principales centros urbanos de La Palma pero lejano por la formación geológica de la comarca, de bellísima y exuberante naturaleza, en Barlovento se advierte una historia festiva muy arraigada. Valga como ejemplo la nota que se recoge en el libro de cuentas de la cofradía del Santísimo de la iglesia de Nuestra Señora del Rosario, donde consta que en 1672 se pagó «cuarenta reales a los danzantes en las dos fiestas del Corpus», correspondientes a la festividad propiamente dicha y a su octava festividad adscrita obligatoriamente a su celebración a la Hermandad del Santísimo.

Algunos autores han querido ver una relación directa entre la implantación de la fiesta de la batalla de Lepanto en Barlovento y el hecho de que el capitán palmero Francisco Díaz Pimienta (†1610), quien fuera piloto de la armada de don Juan de Austria en la batalla de Lepanto, ejerciera posteriormente como maestre de campo de la compañía de milicias populares de este lugar. A esta interpretación se suma otra no menos importante: la patrona de Barlovento es la Virgen del Rosario, advocación mariana directamente relacionada con Lepanto. La devoción y el culto a la imagen -talla catalogada como de escuela flamenca- nace a mediados del siglo xvi. En 1552, en el testamento de un vecino portugués se anota medio real de limosna para la obra de la ermita de Nuestra Señora del Rosario, lo que apunta que en esta fecha aún no había concluido su edificación, pero confirma que ya se encontraba bajo esta advoca­ción. En 1556, otro testamen­to indica que la construcción del templo había finalizado. En 1679 el visitador eclesiástico Juan Pinto de Guisla hace constar en el libro de la cofradía del Rosario que no se conocía el año de su fundación, pero que ya existía en 1584; asimismo, ordena que cada primer domingo de mes se haga procesión con la imagen sobre andas, lo que potenció el arraigo de las tradiciones festivas y el culto a la Virgen Patrona de Lepanto.

Orígenes de la fiesta: la batalla de Lepanto

El 7 de octubre de 1571, los turcos perdieron en el golfo de Lepanto (en la Grecia actual), 224 bajeles (de los que 130 quedaron en poder de la Santa Liga, mientras unos 90 naufragaron). Sólo 40 lograron huir. Perecieron 25000 otomanos, entre ellos su general, Alí Bajá, quedando cautivos 5000. De la armada cristiana se malograron 15 bajeles y 8000 hombres; de ellos 2000 eran españoles, 800 pontificios y los restantes venecia­nos. A cambio lograron la libertad de 12000 cristianos que los turcos llevaban como remeros en sus galeras. «Había más de un siglo que los turcos tenían llena de terror a toda la cristiandad»; así comienza el relato de la batalla de Lepanto y de la intervención de la Virgen del padre Juan Croisset en su Año Cristiano, publicado en Madrid en 1853. La narración continúa y cuenta que los otomanos "tenían tan bajo concepto de la armada cristiana, que nunca creyeron tuviesen atrevimiento a presentarles el combate […]. Pero ignoraban que venían a pelear bajo la protección de la Santísima Virgen, en quien, después de Dios, tenían colocada toda su confianza".

La victoria de la Santa Liga en Lepanto significó el golpe de muerte para el imperio otomano. Venecia dedicó una capilla de la iglesia de San Juan y San Pablo a perpetuar la memoria del triunfo; el cincel de Vittoria y el pincel de Tintoretto recordaron esta batalla naval y el Senado decretó que el 7 de octubre se solemnizara cada año como fiesta religiosa y política. En Roma, el Papa Pío v instituyó la fiesta del Rosario en este día, agregando a la letanía del rosario el Auxilio Chistianorum ("auxilio de los cristianos"). Según Ferrandis, en España, Felipe ii, que se encontraba en El Escorial rezando las vísperas de Todos los Santos cuando le vinieron a dar la buena nueva, «no se alteró ni demudó, ni hizo sentimiento alguno, y se estuvo con el semblante y serenidad que antes estaba». Después llamó al prior del monaste­rio y le mandó que cantase el Tedeum Laudamus. Durante mucho tiempo, en España se celebró con gran pompa religiosa y civil esta conmemoración como trasunto de la oficialmente denominada fiesta nacional.

La fiesta: la batalla de Lepanto

Los preparativos de la fiesta de la batalla de Lepanto comienzan varios meses antes con la confección de las vestimentas de las dos armadas y la fabricación de los barcos y el castillo. Al referirse a ella, los vecinos no hablan de moros y cristianos, ni de la batalla de Lepanto; en su lugar, simplemente dicen: «Este año toca el barco». En las vísperas se realiza el traslado de los elementos de la improvisa­da fortaleza de estilo musulmán, elaborada con palos de monte y papel, en la que se pintan alegóricas cúpulas, ventanas y murallas de «piedra morisca». Con todo el marco de la representación preparado, la guardia turca del castillo pasea lentamente, vigilando cualquier incursión que por mar se apresure. A más de quinientos metros sobre el nivel del mar y en un llano, otrora destinado a cultivos de medianías, comienzan a divisarse los velámenes blancos y estandartes de la Santa Liga al mando de don Juan de Austria. Mientras, aumenta el nerviosismo de los soldados, guardas y mandos de la fortaleza musulmana. Entre el castillo turco y la nave capitana -la real- de la cristiandad se establece un parlamento de autor desconocido que se repite en cada edición. El diálogo empieza con dos versos, con un comienzo y un final idénticos. Siguen otros dos versos: dos preguntas con las respectivas respuestas del barco y el castillo. La obra recuerda la loa a la Virgen de las Nieves El castillo y la nave del año 1765 de autor anónimo y otra también dedicada a la Virgen de las Nieves, La Nave, del palmero Juan Bautista Poggio Monteverde (1632-1707), a quien Viera y Clavijo apellido en sus Noticias para la historia de Canarias el Calderón canario. La estructura continúa en redondillas (estrofa de cuatro versos octosílabos de los que riman el primero con el cuarto y el segundo con el tercero). Debido a la brevedad del verso octosílabo, esta combinación permite la expresión directa y aguda y la improvisación. Aunque en el caso que nos ocupa sería una imprudencia afirmar -sin documento que lo acredite- que su autor vivió en estos siglos, parece claro que se deben a una persona familiarizada con la composición métrica, notándose, sin embargo, ciertas irregularidades en la cantidad silábica:

Castillo.

¡Ah, de la nave. Ah!

¡Ah, de la nave. Ah

Barco.

¿Qué dirá?

Castillo.

Que de dónde vienes

y para dónde vas.

Barco.

Vengo de pueblos cristianos

y soy nave defensora,

que por eso vengo ahora

a defender a mis hermanos.

Castillo.

Contesta. Cuál es tu ida

y cuál es tu cargamento

y si no, conmigo lento,

todos perderéis la vida.

Barco.

Mi cargamento es metralla

pólvora, cañones y balas;

y aquí, bajo de estas alas

jamás se albergan canallas.

Todos vamos por encanto

buscando nuestra fortuna

a vencer a la media luna

en los mares de Lepanto.

Llevamos como sudario

para alcanzar la victoria

la que adoramos con gloria

nuestra Virgen del Rosario.

Castillo.

Si es verdad ese presente,

que ahí traéis a María,

saluda tu artillería

y desembarca tu gente.

Barco.

Saluda tu artillería,

nosotros también lo haremos

y entonces todos gritemos:

¡Viva la Virgen María!

El parlamento no llega a un entendimiento entre ambos bandos. Se desencadena la batalla. En ese momento, las artillerías de la nave y el castillo comienzan a escupir pólvora y metralla, simulada por grandes bolsas de papel cargadas de arena, tierra cernida y explosivos. Entre toda esta confusión y ante los gritos continuos de la marinería cristiana de «¡Viva la Virgen María!», por la retaguardia del barco cristiano se acerca la armada turca con velámenes negros y rojos gritando: «¡Viva Turquía!». La flota otomana es superior en número a la de la Santa Liga. Aún así, la batalla naval culmina con el abordaje de la nave capitana otomana (la Sultana) y los lanchones que la acompañan como escolta. El castillo musulmán sufrió el último y definitivo asalto de la infantería de marina de don Juan de Austria. Los turcos «yacen heridos y maltrechos» entre los matorrales y las ruinas de la fortaleza. Queda la toma oficial­ del castillo musulmán. Arrían la enseña roja con la media luna y se iza la bandera española a los sones del himno nacional.

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