No tengo el don de la palabra, pero quiero expresar lo que sentí esta tarde noche, al pasar por los lugares en donde, sin llamarlo nadie, apareció un criminal espectro, como aparecen ellos, en la noche, a traición, solo en las noche , porque es cuando pueden sorprendernos, es cuando más débiles somos.
Olía a muerte, a asfixia, a tristeza, a melancolía, a llanto, a rabia. Silencio.
No había canto de pájaros, no se oía el viento susurrar en las copas de los pinos. Silencio.
Silencio negro.
Allí estuvo el infierno, por allí pasó y dejó su huella, bien marcada, demasiado bien marcada.
Soledad, ausencia, nada, no había nada, no se oía nada.
Se reflejaban a lo lejos unas pequeñas, y tímidas luces de unas viviendas, como si no quisieran, despertar al monstruo, apenas iluminaban la zona, por miedo quizás, de que el mal, volviera a adueñarse de lo poco que quedaba.
Pese a todo, había entre esas pequeñas luces, como un rayito de esperanza, si, lo note, y los pinos quemados, alzaban sus copas lo más alto que podían como queriendo recoger oxigeno, para no llegar a asfixiarse del todo, dulces, quietos, tristes, solos.
Esperanza, no te has ido, no ha podido contigo, tú estas entre esos arbustos, entre esas paredes y dentro de esos corazones.
Dales fuerzas, danos fuerzas, para recobrar la alegría, para volver a ver a la gente reír, y para volver a aprender a vivir.