Aquel día tenía las tripas revueltas. No podía sentirme de otra manera al ver las críticas vertidas a Cabrera Guelmes, sólo por aportar pruebas de la falta de ética del Concejal Acosta. Pues eso, que bajaba por la Avenida del Puente, dirección a la farmacia para tomarme algún medicamento que aliviara mi acidez. Fue entonces, cuando repentinamente ese ardor hizo que casi vomitara al recibir mi cerebro lo que mis ojos veían. Desorbitados ellos, casi tan grandes como mi cara se pusieron, y se me caía la baba, estupefacto por lo que estaba viendo. No me lo podía creer, al día siguiente del pleno en el que Guelmes presentaba documentos que justificaban las repetidas mentiras y negaciones del señor Acosta, el portavoz de su grupo de gobierno, el PP, y ex- teniente alcalde, desayunaba amistosamente con el mencionado concejal Acosta. No podía creerlo, por lo que me acerqué para cerciorarme de ello. Cuanto más me acercaba, me daba cuenta que dicho portavoz del PP parecía pedirle perdón al concejal mudo (Esto es porque ya no habla, por ser imposible su defensa, supongo) Juraría que incluso pagó el desayuno, a la vez que desmentía que tuviera conocimiento de las acusaciones al concejal. Volví a mi casa, sabedor de que ni con un bidón de bicarbonato se iba diluir mi mal. Vaya Judas, pensé. Solo falta que se una con Alicia. ¿Pero donde estás metido, Juan, que te traicionan hasta los mas allegados? Poco después, y reflexionando un poco, el ardor desapareció. No por medicación, sino porque acababa de descubrir que en mi querida ciudad existe un político con narices, que da la cara, y honesto. Sacó esos documentos a sabiendas de que le iban a causar problemas, en su grupo y fuera de él. Gracias Guelmes, por hacerme ver que aún quedan políticos honrados, de lo que había perdido la esperanza que aún existieran. Y Judas, vete con Dios, y deja la política.