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Recuerdos de Los Indianos

El Lunes de Carnaval amanece de blanco en Santa Cruz de La Palma, feliz metáfora que sintetiza el poder de la risa, el devaneo migratorio y el solar mismo de la memoria histórica. Funcionarios, comerciantes, directores de banca, empresarios y ciudadanos de a pie cuidan hasta el más mínimo detalle de su vestuario, trasladando a este extremo atlántico la vieja Habana. El itinerario festivo comienza a media mañana con La Espera, una concentración de indianos en el atrio de las Casas Consistoriales. Mezcladas con el sabor de la sangría que reparte la Concejalía de Fiestas del Ayuntamiento, se dan cita varias parrandas de cantadores que reviven por un día las más variadas melodías procedentes de la América hispánica, con mayor protagonismo de los ritmos cubanos. A media tarde, un interminable desfile de indianos simula su retorno de América, portando los elementos más característicos de su paso por las Indias Occidentales: baúles, jaulas con loros, cajas de puros habanos, maletas, velillos (los más modestos) y los más acaudalados una corte de esclavos criollos de raza negra. Las comitivas parten del Servicio Náutico (en la avenida de Los Indianos), entran en la calle ODaly y continúan por Pérez de Brito hasta llegar a la plaza de La Alameda, en la que un gran festival de música tradicional cubana, conocido como Verbena del Desembarco, ameniza la noche hasta bien entrada la madrugada del Martes de Carnaval.Fue durante la Exposición Universal de Sevilla (Expo 92), cuando sale a la luz por primera vez junto a la agrupación musical Cuarto Son (Santa Cruz de La Palma, 1995) la negra Tomasa. El personaje, ideado por el palmero Víctor Lorenzo Díaz Molina (Santa Cruz de La Palma, 1940), apodado Sosó, es recibido desde entonces hacia a las 12 del mediodía en el atrio del Ayuntamiento con el acompañamiento de los ritmos antillanos.
La fiesta de los Indianos no se comprende hoy sin el ingrediente de los polvos de talco que unos a otros esparcen a diestro y siniestro. No es nueva en el Carnaval de la ciudad la costumbre de arrojar a las mascaritas (‘persona con disfraz que llega cubierto el rostro) distintas sustancias a su paso, como agua desde los balcones y ventanas de las casas o huevos llenos de polvos de talco y confeti.
Para su elaboración, se hace una pequeña incisión en un extremo oval, de manera que se viertan para su consumo la yema y la clara. Durante una o dos semanas se deja secar el interior. Se rellena de polvos de talco —en su defecto, de harina— y confeti. El agujero se tapa con papel de celofán empapado en poliada o pegamento. Por último se decora a base de dibujos en cera, acrílico o témpera.

BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL

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