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ERA LA PRIMERA VEZ QUE VISITABA LA ISLA DE LA PALMA

De frente a la ventana, y dudando de si me acercaba o no, quería con una curiosidad infinita mirar a través del cristal. Imaginaba a la niña de cabello rubio con gruesas trenzas, sentada en el piso de madera, jugando con su muñeca Marilú. Por fin, llenándome de valor para franquear la privacidad del lugar, me acerqué y apartando cuidadosamente las ramas floridas de la hermosa enredadera, alzándome de puntillas, pegué mi rostro al cristal y la pude ver a través de la vieja y empolvada ventana, allí estaba ella, la encantadora niña; absorta peinaba la cabellera negra de su preciada muñeca.

Mi abuela no me había mentido, todo era tal cual como ella me lo había contado: la casa roja, grande e imponente al lado, el aljibe y la escalera en la parte de enfrente, un amplio salón con piso de madera, mucha vegetación alrededor y la ubicación, la casa estaba a la orilla de la carretera.

Las numerosas historias que se agolparon en mi memoria y que revivieron al estar mirando a través de la ventana, me indicaron que efectivamente ella había vivido allí. Era la encantadora niña, mi madre, y esa era la casa donde había transcurrido su infancia, casa a la que llegué caminando cuidadosamente calle abajo apenas llegué, y sin mas guía que los preciados recuerdos que guardo de las historias que me contó mi abuela en mi niñez.

Era la primera vez que visitaba la Isla de La Palma y por ende el pueblo de Mazo, recuerdo que al día siguiente de llegar allí, me levanté muy temprano y me fui a caminar por los alrededores y allí estaban los lugares numerosas veces descritos en las historias oídas en mi infancia: la Iglesia de San Blas, el cementerio, la plaza del Ayuntamiento, la casa roja y por supuesto la casa donde habían vivido mi bisabuela, mi abuela y mi madre. Un acogedor pueblo lleno de árboles y flores, donde sanas e inocentes costumbres que sobreviven hoy y que conviven con la modernidad y el adelanto de los tiempos, pareció darme una familiar bienvenida. Entré al cementerio que parecía un jardín florido, y en aquel momento creí que leyendo los nombres plasmados en las criptas me reencontraría con mis antepasados.

Aquel mi primer verano en Canarias, crucé el mar para llegar a la hermosa Isla con forma de corazón, y aprovechando el tiempo al máximo logré que La Palma me mostrara sus encantos, en sus miradores logré atrapar la inmensidad del mar y del cielo y en cada rincón visitado ella me atrapó a mi.

Pero sin duda alguna, durante todo el tiempo que estuve allí aquel verano, me arrullaron las historias de mi abuela; benditas las palabras contadas que nos hacen revivir y reconocer mágicamente la belleza de lo ya vivido, por otras personas, en otros tiempos y en otros lugares. Todo era como ella me lo había contado.

María de la Luz

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