El escritor palmero considera la segunda nominación a los Premios Max “un regalo inesperado” y desea que se materialice “por lo que supondría no sólo para mí sino para todos los que escribimos teatro en Canarias”
Antonio Tabares (Santa Cruz de La Palma, 1973) ha vuelto a ser nominado a los Premios Max, esta vez por su obra Una hora en la vida de Stefan Zweig. La obra del escritor palmero narra los últimos momentos de la vida del prestigioso escritor austriaco, en su exilio en Brasil, y fue llevada a escena por Sergi Belbel, “mi ángel de la guarda teatral”, como lo define Tabares. En esta entrevista, el autor repasa algunos aspectos de esta obra, de su tarea como escritor y la nominación a este galardón de los premios nacionales a las Artes Escénicas.
Otra nominación, la segunda, a los Premios Max, ¿cree que esta vez será su momento?
“Si lo creyera sería un imbécil. Estas cosas vienen cuando menos te imaginas y uno debe recibirlas como lo que son: un regalo inesperado que agradeces y que, ya puestos, ojalá se materialice por lo que supondría no sólo para mí sino para todos los que escribimos teatro en Canarias. Pero no me vuelvo loco pensando demasiado en ello. Por otro lado, debo aclarar que se trata de una candidatura en la que concurrimos trece autores. Aún debe haber un segundo corte del que saldrán los tres finalistas. Con todo, el hecho de estar ahí junto a nombres que admiro como Juan Mayorga o Alfredo Sanzol es ya muy gratificante”.
¿Esperaba que este texto fuera nominado, como ya ocurrió con La punta del iceberg?
“Para nada. Tenía más motivos para haberlo pensado en el caso de La punta del iceberg, porque había sido estrenado en una gran producción abalada por la Abadía y el texto ya contaba con el respaldo previo del Tirso de Molina. Con Zweig ha sido una verdadera sorpresa. Ni siquiera sabía que el espectáculo concurría a los Max. Se trata además de una producción mucho más pequeña, aunque con un equipo del más alto nivel y el apoyo de la Sala Beckett de Barcelona, lo que es muy probable que haya contribuido a que la obra tuviera más difusión y pudiera verse en muchos más espacios”.
En su Stefan Zweig hay una gran dosis de dramatismo, pero también hay margen para el humor. ¿Conviven bien ambas realidades?
“Creo que había más humor en La punta del iceberg, aunque en ambos casos se trata de un humor irónico, casi amargo, con el que me identifico mucho. Efectivamente no podemos disociar lo cómico de lo dramático: lloramos en las bodas y nos reímos en los entierros. Y en el teatro siempre es un reto mezclar ambos, la risa y el llanto, en las proporciones justas”.
El personaje de Zweig, que ha sido nominado, es central en la obra, pero la aparición del coleccionista, que desconcierta a la pareja, mete a la obra en una nueva dinámica. ¿Cómo se le ocurrió?
“El personaje de Fridman tiene mucho de los personajes novelescos del propio Zweig. En la mayoría de sus obras recurre a personas atormentadas, monomaníacas, obsesionadas por una sola idea pues, según él, “cuanto más se limita uno, más se acerca por otro lado al infinito”. Son personajes espiritualmente torturados que narran su historia para que el escritor a su vez nos las cuente a nosotros. Me parecía que podría ser una fuente de conflicto interesante enfrentar al propio Zweig con uno de esos personajes. Su encuentro con Fridman es en cierto modo el encuentro del autor con el protagonista de una última novela nunca escrita”.
Tanto en La punta del iceberg, como en su Zweig, plantea el problema del suicidio, en ámbitos diferenciados. La muerte, en definitiva. ¿Es un tema que le preocupa?
“Bueno, es un tema que está siempre ahí y que es inútil obviar, porque tarde o temprano todos tenemos que afrontarlo. Y creo que es preferible hacerlo un poco pronto que no demasiado tarde. Como presencia escénica la muerte, o más concretamente el suicidio, como en estos dos casos, es un elemento muy potente, muy distorsionador y conflictivo. En definitiva, es un elemento muy teatral. Por eso el teatro se parece tanto a la vida”.
La aparición de Sergi Belbel en su vida supuso un importante salto, al empezar a representarse sus obras fuera de Canarias. ¿Hay nuevos proyectos con el director catalán?
“Sergi Belbel es como mi ángel de la guarda teatral. A raíz de La punta del iceberg” hemos establecido una relación muy cordial y fluida, aunque no tanto como a mí me gustaría, a causa de la lejanía. Tras el estreno él estuvo en La Palma impartiendo un taller de escritura y nos hemos encontrado varias veces en Barcelona. Hablamos con cierta frecuencia y es una de las primeras personas en leer mis textos, lo que considero un privilegio. El encuentro con Sergi para mí ha sido determinante no sólo por las múltiples puertas que me ha abierto dentro y fuera de España, sino por su manera de entender y de vivir el teatro, que me resulta tan estimulante y de la que aprendo tanto. De momento no hay proyectos para un futuro inmediato, si bien esa posibilidad está abierta. Desde luego, me encantaría”.
¿Escribir desde La Palma, al margen de las grandes urbes donde se mueve este mundo del teatro, es doblemente difícil?
“Escribir teatro es difícil dondequiera que estés. Como dijo Jardiel, “es el trabajo más difícil que más fácil parece”. Yo no me mortifico pensando en cómo sería mi escritura si no viviera en La Palma. Simplemente es mi realidad, la que yo he elegido, y tengo que lidiar con ello y hacerlo lo mejor posible. Es cierto que echo de menos poder ver todo el teatro que se genera en una ciudad como Madrid o mantener mayor contacto con otros autores con las mismas inquietudes y desafíos que yo. Pero en el fondo, a la hora de sentarse a escribir la soledad es la misma”.
En este contexto de desmembración de Europa, de auge de los fascismos, ¿un autor como Zweig tiene algo que decir?
“Tiene muchísimo que decir. Y recomiendo vivamente su lectura. Es sorprendente la sabiduría con la que Zweig habla al hombre europeo de nuestros días. Del análisis tan certero de su tiempo, del mundo que le tocó vivir, podemos extraer enormes enseñanzas para esta época igualmente convulsa. Creo que es un autor al que hay que reivindicar, porque por desgracia el humanismo que defendió hoy vuelve a estar en entredicho”.
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