La historiografía relativa a personajes relevantes, insertos en la memoria cultural por derecho propio, suele olvidar el estudio de la parte más próxima y personal: su entorno, su familia, sus recursos económicos, sus amigos, sus amores y desamores. Y ello pese a que esta vida cotidiana y afectiva debió repercutir en su estado de ánimo y, cómo no, en su obra artística.
Este es el caso del palmero Miguel Brito Rodríguez (1876-1972), introductor del cine en Canarias, fotógrafo y dibujante, cuyo nombre viene ocupando especialmente en las dos primeras facetas un apartado destacado en el ámbito de la investigación histórica. Tanto por tradición familiar como por la memoria colectiva viva en Los Llanos de Aridane, se sabía que Brito había establecido un estudio fotográfico en la ciudad y que durante ese tiempo había procreado dos hijas extramatrimoniales. La noticia pasó, incluso, a ser confirmada por la esposa de Miguel Brito, Blanca Padilla Cabrera (1909-2000), quien en una entrevista concedida al periódico tinerfeño La Gaceta de Canarias, publicada el domingo 6 de junio de 1993, manifestaba que «mientras permaneció en esa localidad palmera tuvo dos hijas con su asistente personal, quien ya había tenido, con anterioridad, dos hijos varones. El contacto con ella lo perdería en el futuro». No deja de resultar curioso que fuera también su propia viuda quien definiese al fotógrafo como un ser «inconstante en el trabajo», «oficial de todo y maestro de nada», al tiempo que reconocía en él «un gran poder de seducción».
Los amoríos de Miguel Brito y Dolores Hernández Martín
Dolores Hernández Martín (1877-1955) perteneció a una humilde familia de labriegos, pastores, arrieros y jornaleros que, por supuesto siguiendo la norma habitual de estos años, se vio afectada por la carrera de la emigración americana; no en vano, su padre, Lorenzo Hernández, viajó a Cuba, aunque su nombre no llegaría a engrosar la relación de indianos tocados por la fortuna. Dolores debió cubrirse la cabeza con sombrero de colmo de ala ancha y cinta roja. Seguramente, se tocó con gasa holgada cabeza y rostro y lució corpiño ajustado al busto. Falda hasta los tobillos y camisa de manga baja evitaban que el abrasador sol quemara su piel. Y trabajó a destajo en la recolección de cochinilla, tabaco y almendras, ejerciendo asimismo de recadera y sirvienta a domicilio. La vivienda familiar se encontraba en la calle Convento de Los Llanos de Aridane, a pocos pasos del chorro y abrevadero público del Trocadero, inaugurado en 1868. A diario cargó el agua necesaria para el consumo en recipiente de barro o en dos latas pendientes de una canga que sobreponía sobre el cuello y los hombros.
Dolores Hernández nació en una casa terrera, con cubierta de paja o teja, sin cocina ni baño interior. Detrás de la vivienda, una luminosa huerta se dedicaba a la cosecha de papas, millo y dos frutales: una higuera y un almendro. Dos corrales, con comederos de piedra tallada, daban cobijo a un cochino negro y dos cabras. Por ajuar, varias cajas de tea heredadas por su madre, Agustina Martín Duque, de sus padres, Diego Martín y María Duque Corral.
El Trocadero era un lugar de encuentro y paso obligado cuando se entraba a Los Llanos por el sur, un hervidero de gentes del lugar y viajeros. El abrevadero y el chorro que allí existían le convertían en la primera posada para el descanso de los transeúntes y el abastecimiento del ganado. A pocos metros del chorro se encontraba la herrería de Leoncio Montesdeoca, estratégicamente ubicada en la calle Trocadero (hoy, calles Benigno Carballo y Las Adelfas). En esta misma vía se estableció durante unos años la banda de La Filarmónica, municipalizada en 1909. En 1910, la ciudad aridanense contaba con unos 7740 habitantes.
En el calendario anual, la popular fiesta de la Cruz del Trocadero constituyó el más próximo referente de su infancia y juventud. En la actual calle Las Adelfas se corría la sortija a caballo. Imaginamos a la joven Dolores bordando una humilde cinta de seda de colores con la ilusión de que fuera disputada entre los mozos sortijeros; el ganador principiaría su vida amorosa. Pero a Lola la del Trocadero le esperaban dos relaciones apasionadas a la callada, de las que nacerían cuatro hijos.
Dolores Hernández Martín vio la luz el 23 de mayo de 1877, hija del jornalero Lorenzo Hernández Hernández y de Agustina Martín Duque, alias la Sorda, apodo que pervivió a través de su descendencia y que aún perdura en la ciudad aridanense. Precisamente, en la memoria familiar se conserva con orgullo una anécdota de tono burlesco: cuentan que estando Agustina la Sorda majando almendras sobre un muro que daba al camino, un viandante conocido, la saluda al pasar: —Adiós, Agustina—. Sumida en su sordera, ella responde: —¡Majando almendras!—. Percatado de que no le entendió aquélla, el burlador replica: —¡Vete a la mierda!—, a lo que Agustina contesta: —¡Para mi madre, que está enferma!
En la inscripción civil del nacimiento de Dolores compareció su padre, quien no firmó el acta por «no saber», haciéndolo en su nombre Manuel Pérez. Como abuelos paternos constan Antonio José Hernández, jornalero, y Antonia Martín. Por línea materna, Diego Martín, cabrero y propietario, casado en segundas nupcias con María Duque.
Según el censo de habitantes de 1882, la familia Hernández Martín se encuentra empadronada en el número 15 de la calle Convento, figurando como cabeza de familia Martín Duque, de 39 años, casada con Lorenzo Hernández Hernández, de 43, ausente en Cuba. En ese momento, vivían cinco hijos: Rosario, de 12 años; Juan, de 9; José, de 7; Dolores, de 4; y María, de 2. En el número 16 de la misma calle vivía otra familia del mismo tronco, una tía materna de Dolores, de igual nombre que nuestra protagonista, Dolores Martín Duque, que contaba entonces con 51 años y, que, casada con José Manuel Hernández, residía allí con su marido y sus cuatro hijas: Enedina, de 21 años; Isabel, de 19; Felipa, de 14; y María, de 11.
Aproximadamente entre mayo de 1901 y finales de 1907 puede situarse el comienzo de un idilio de Dolores Hernández Martín (a. la sorda), esta vez con el fotógrafo Miguel Brito Rodríguez. En efecto, tal y como ya se ha apuntado, de éste se conocen algunas instantáneas fechadas en Los Llanos de Aridane en 1901, si bien su permanencia estable en la ciudad del Valle no habría de empezar a documentarse hasta 1905 ó 1906, según confirma su inscripción en el padrón de habitantes de 1910, donde se explicita que nuestro artista ambulante se llevaba avecindado en la calle Pedro Poggio (actual calle Real) desde hacía cuatro años. Como sabemos, en la calle Convento vivía Lola la del Trocadero. Fruto de ésta relación será el nacimiento de una primera hija cuyo ingreso en la Cuna de Expósitos del Hospital de Nuestra Señora de los Dolores de Santa Cruz de La Palma quedó debidamente documentado:
«Agosto 29 de 1908 / María Lugarda Arcelus Olmo, entró en la Cuna hoy a las siete de la mañana envuelta en pañales limpios y al parecer de dos meses de nacida, no trajo señas y al mismo día de hoy la bautizó el Sr. Dn Domingo Vandama […], firman sus padrinos Dn. José Ana González y Rodríguez y Dª María Hernández Rodríguez. / [Fdo.:] Luis Vandewalle y Pinto».
En efecto, según consta en la certificación de bautismo incluida en su expediente matrimonial,
«al folio setenta y uno v del libro treinta y nuevo de Bautismos de la expresada Parroquia del Salvador, se halla inscripta la partida de Dª María Lugarda Arceluz y en ella consta que nació el día veinte y nueve de Agosto de mil novecientos ocho y bautizada por el Vble Presbítero Dn Domingo Vandama de este mismo día que amaneció en la Cuna de Expósitos de esta Ciudad. Fueron sus padrinos D. José Ana González Rodríguez y Dª María Hernández Rodríguez, siendo testigos del acto sacramental D. Miguel Sosa Pérez y Don Rómulo Díaz Batista».
La mano de Miguel Brito Rodríguez se deja ver claramente en esta inscripción bautismal. El fotógrafo eligió por padrino de su hija a su íntimo amigo y socio en Fotógrafos y Dibujantes el acaudalado propietario José Ana González Rodríguez (1878-?). Este nombre de pila contrasta, sin embargo, con el que aparece en la inscripción del padrón aridanense de 1910, donde consta como María Ena Arceo y Osma, con variaciones también en los apellidos. En efecto, la niña fue conocida desde muy pronto como Ena. Bajo este nombre, poco usual en La Palma de la época, se esconde el diminutivo cariñoso con el que los amigos y allegados se dirigían a la reina Victoria Eugenia, esposa del rey Alfonso XIII; en su imposición parece, pues, evidente el deseo propio de su padre; recordemos que Brito ostentaba el título de fotógrafo de la Casa Real (1900) y que fue él uno de los testigos gráficos que cubrió la visita del monarca a Canarias en 1906, año en que contrajo matrimonio con Victoria-Eugenia (Ena) de Battemberg, nieta por línea materna de la reina Victoria del Reino Unido. La niña combatía así la mancha social de su ilegitimidad con la imposición de un nombre muy especial, nada más y nada menos que el de la mismísima reina de España.
Por la inscripción de la Casa Cuna antes aludida, sabemos que el mismo día 29 de agosto de 1908, la niña fue llevada del hospicio por «la que dice ser su madre». De este modo, a pocas horas de dejar a su hija en el torno y confirmar su bautismo, Dolores Hernández cambia de parecer y vuelve a por ella. No alcanzamos a comprender qué razones justifican este trasiego. Sea como fuere, lo que está fuera de toda duda es que el padre debió estar en medio de la trama de este ir y venir de la niña.
Con todo, aún quedaban otros pasos oficiales para la completa inscripción legal de la hija mayor “habida” de Miguel Brito y Dolores Hernández. El 31 de agosto de 1908, dos días después del bautizo, comparece ante el Registro Civil de Santa Cruz de La Palma Luis Vandevalle y Pinto, administrador de la Casa de Expósitos, quien manifestó:
«Que dicha niña apareció en el torno de la referida Cuna de Expósitos el día veinte y nueve del corriente mes y horas de las siete. Que aparentaba tener dos meses de nacida. Que ni sobre su cuerpo ni á sus inmediaciones, se encontró objeto ni documento alguno, viniendo envuelta en pañales limpios, y sin tener señas particulares, ni defecto de conformación que la distingan».
Se le imponen los nombres y apellidos de María Lugarda Arselus Olmo y firman como testigos Antonio de las Casas y de las Casas y Manuel Acosta González, además del juez a la sazón José Valcárcel Lorenzo, el responsable de la casa cuna y el secretario del Registro, José Manuel Pérez.
La normativa legal debía exigir un reconocimiento solemne de la maternidad ante notario. El 11 de enero de 1909, ante Aurelio Gobea Rodríguez, se presenta Dolores Hernández Martín, soltera, dedicada a los quehaceres de su casa, natural de Los Llanos y vecina de la misma, habitante en la calle Trocadero, hija legítima de Lorenzo Hernández y Hernández y Agustina Martín Duque, manifestando:
«que de sus relaciones amorosas ha tenido un hijo que ingresó en la Casa de Expositos de esta población en Agosto del año que acaba de finalizar y le pusieron allí los nombres de Maria Lugarda Arcelus Olmo […], cuya niña fue recogida el mismo día veinte y nueve de la referida cuna por la otorgante como su madre, amamantándola y creciendo desde entonces hasta ahora que cuenta seis meses en su poder en consideración á que cuando ingresó en el expresado Establecimiento tendría dos meses de nacida, no constando de documento público ni del acta de nacimiento la circunstancia que tal niña es hija natural de la testadora, quiere que por la presente clausula quede reconocida la tal hija natural Maria Lugarda Arcelus Olmo para todos los efectos jurídicos como hija natural de la testadora Dolores Hernandez Martin, pudiendo en consecuencia la tal niña usar los apellidos de la madre»
Firman por testigos Manuel Acosta González, Melchor Torres del Castillo y Ubaldo Bordanova Moreno. Observamos, por un lado, que Antonio Acosta González ya había estado presente en la inscripción del registro civil; y, por otro, que aparece también el pintor madrileño Ubaldo Bordanova, colega de Miguel Brito en Fotógrafos y Dibujantes, responsable hasta su muerte —ocurrida en este mismo año de 1909— de los retoques de las instantáneas impresas del taller y a cuya correspondencia profesional con el palmero ya aludimos en el epígrafe anterior.
En el padrón de habitantes de 1910 se dice que María Ena contaba con dos años de edad y, sin embargo, el informante del encuestador municipal, que no debió ser otro que Miguel Brito, continuaba dando los sonoros y rimbombantes apellidos del bautizo, siendo consciente de que, según el acta notarial, la niña podía usar los apellidos maternos Hernández Martín.
Miguel Brito fotografió en varias ocasiones a su amante y a su propia hija. El Fondo Fotógrafos y Dibujantes del Archivo General de La Palma (Cabildo Insular de La Palma) contiene un registro manuscrito de las placas fotográficas realizadas por el taller, en el que se da noticia de los siguientes retratos, que en el futuro habrá que cotejar con las existencias conservadas en el mismo fondo documental: «Dolores Hernández (reg. 36); «Dolores y María Hernández, Los Llanos» (reg. 5595); «Niña Enna L. Lutgarda, Los Llanos» (reg. 7071); «María Enna Arceo y Osma» (reg. 10038); «María Ena Arceo y Osma» (reg. 10120). Este mismo registro era utilizado como libro contable; curiosamente, por las menciones anteriores no consta pago efectivo alguno.
Pasado el tiempo, Ena manifestaba con toda naturalidad a quien quisiera escucharla: «Yo viví con mi padre y mi madre en la calle Real. Él me sacó fotos. Se llamaba Miguel Brito, era de Santa Cruz de La Palma y tenía el mote de Mediomillón». Este testimonio es corroborado por los datos del padrón de habitantes de 1910: en el número 38 de la calle Pedro Poggio (hoy, calle Real, número 66), figuran el fotógrafo Miguel Brito Rodríguez, natural de Santa Cruz de La Palma, soltero y de 34 años; Dolores Hernández Martín, natural de Los Llanos, soltera y de 33 años, sirvienta; y la niña María Ena Arceo y Osma, de 2 años de edad, con la apostilla «Hospiciada».
Algunos años después del nacimiento de su primera hija, Miguel y Dolores cambian de domicilio en Los Llanos de Aridane. Brito aparece en 1916 en el número 2 de la calle de La Salud, contando entonces con 40 años de edad y señalándose como profesión la de fotógrafo. En idéntico periodo encontramos a Dolores viviendo en la calle Benigno Carballo con sus hijos. No está de más llamar la atención sobre la proximidad entre ambas residencias: el número 2 de la calle de La Salud hacía esquina con la calle Benigno Carballo, hallándose muy cerca el uno de la otra.
La relación amorosa entre Dolores y Miguel perduró por más tiempo. Cuando contaba con 40 años, Dolores da a luz a su segunda hija como fruto de su relación con el fotógrafo. Nacida el 5 de agosto de 1914, recibe el nombre de María Nieves, aunque en el seno familiar siempre fue conocida por Josefa o Pepa. El 10 de agosto de 1931 hubo de contraer matrimonio con Juan León Acosta, con quien logró descendencia.
Antes de concluir, recordemos que Blanca Rosa Padilla Cabrera, esposa legítima de Miguel Brito, en declaraciones a La Gaceta de Canarias, vino a decir que la relación entre Miguel y Dolores se había interrumpido con el traslado profesional del fotógrafo a Tenerife y con su posterior formalización matrimonial. Con todo, sabemos que Brito dilató su proximidad a la familia de Dolores a través de su nieto Esteban Magdalena Hernández, hijo mayor de Ena, hoy fallecida. Por cuestiones de trabajo, Esteban viajó de Los Llanos de Aridane a Santa Cruz de Tenerife y durante una larga temporada convivió en la residencia de su abuelo y su abuelastra. La pareja vivía en la calle Sinsalida número 19-23 de la capital tinerfeña, en una casa terrera propiedad de Blanca. Con su matrimonio Esteban cambió de domicilio tinerfeño, pero mantuvo con cariño el contacto con su abuelo. Falleció en 1988 en Tenerife mientras sus hermanos Enita y Emiliano vivían en Aridane, hoy ambos fallecidos. Por su parte, Dolores Hernández ya había muerto en Los Llanos de Aridane el 9 de enero de 1955, a la edad de 78 años.
Nota: Extracto del artículo publicado en la revista “Crónicas de Canarias”, tomo 5, 2009. Editado por la Junta de Cronistas Oficiales de Canarias.
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