Lucas López.
En las afueras de Sevilla, en un cortijo rodeado de naranjos, donde echábamos entretenidas horas de trabajo, los novicios jesuitas de inicios de los años ochenta dábamos nuestros primeros pasos en la Orden, su modo de vida y su proceder. Si se nos preguntaba por qué estábamos allí, contestábamos casi sin dudar que por Jesús, que habíamos sentido Su llamada y que queríamos seguir-Lo. Por entonces, el maestro de novicios, Manuel Tejera, puso en mis manos un librito que me impactó. Se titulaba “El seguimiento de Cristo” y llevaba la firma de Segundo Galilea. Nacido en Santiago de Chile al final de los años 20, Galilea se integró en la Fraternidad de Foucauld, donde vivió como sacerdote y teólogo.
No es raro que, para quienes circulamos por el siglo XXI, la idea de seguir a una persona nos resulte chocante. La experiencia histórica del final del pasado siglo y de comienzos del actual nos muestra que el seguimiento de personas concretas suele conducir al fanatismo totalitario, la opresión y la muerte. La sucesión de nombres propios que se han creído salvadores de la patria, de los pobres y de la humanidad y que han exigido su seguimiento en sus respectivas revoluciones, siempre amontona tantos cadáveres, desata la violencia y apoltrona las tiranías, que nos parece cada vez más claro que, por mucho que necesitemos liderazgos, deberemos sustituirlos cuando se empiezan a creer imprescindibles.
Por otro lado, el seguimiento de Jesús choca con la evidencia histórica de que fue ejecutado, colgado de un madero, hacia el año 30 de nuestra era, siendo Tiberio emperador en Roma y Poncio Pilato gobernador en Jerusalén. Así que, una vez más, la pretensión cristiana que encuentra en Aquel predicador itinerante alguien a quien seguir resulta incomprensible, si no se la sitúa en el marco de una espiritualidad que transforma nuestra vida y nos acompaña en nuestros compromisos cotidianos.
Segundo Galilea escribe con contundencia: “El cristianismo no consiste sólo en el conocimiento de Jesús y de sus enseñanzas transmitidas por la Iglesia. Consiste en su seguimiento”. No es, por supuesto, un desdén de la actividad intelectual o de todos los esfuerzos por conocer la historia de Jesús y sus fuentes. Pero, ciertamente, los muchos libros, llenos de fantásticos contenidos, escritos sobre este hombre en el que la fe cristiana ve la encarnación del misterio de luz y amor que es Dios, no hacen de quien los lee una persona cristiana. Es probable que algunas de nuestras historias personales con el nazareno, ciertamente la mía, tenga más bien una cronología diferente: el ambiente sociorreligioso en el que nací me hizo primero un seguidor suyo (por supuesto, ingenuo y frágil) más que en un conocedor de su vida y obra, cosa que ha llegado después con la dedicación y el estudio. La familia, la comunidad parroquial y las amistades que me sirvieron de referentes fueron testimonio creíble de Aquel cuya fe profesaban y esa credibilidad hizo de mi vida también un camino de encuentro con quien proclamó hacia el inicio de nuestra era, en los campos de Palestina, un mensaje de liberación, compromiso y amor.
Es precisamente en el ámbito de la espiritualidad donde Segundo Galilea habla del seguimiento de Cristo. Hasta tal punto que nuestro autor rechaza la parcialización de la espiritualidad cristiana en otros elementos, como espiritualidad de la oración, de la comunidad, de la cruz, de la paz, de la justicia, del compromiso… Galilea afirma que sólo hay una espiritualidad cristiana: la espiritualidad del seguimiento. Por eso, la fe cristiana, que se concretará en los diferentes modos de vida y en las diferentes culturas en las que eche su raíz, mira siempre al nazareno y reclama siempre conversión, cambio, es decir, abandonar unos valores, muchas veces culturalmente interiorizados, para asumir aquellos que nos permitan seguir al crucificado / resucitado. En ese sentido, acudiendo a las fuentes originarias del cristianismo, Segundo Galilea nos asegura que se nos llama, que estamos vocacionados. No es que nuestra iniciativa individual o colectiva nos lleve en una dirección, como quien elige un partido, sino que la voz del nazareno, en la realidad que nos toca vivir y en nuestra interioridad, sigue resonando como lo hizo con sus primeros compañeros: “Sígueme”.
Segundo Galilea falleció con 82 años, el 27 de mayo de 2010. Su vida fue, como la del maestro de Nazaret, itinerante. Mientras que Jesús se movió por los campos de Palestina, Segundo Galilea recorrió los caminos de nuestro mundo con presencia en múltiples países. Pero siempre con un aire, con un estilo, que dejaba el sabor del nazareno. En su funeral, Fernando Tapia Miranda dejó dicho: “En los últimos años ocupaba una pequeña habitación en nuestro seminario pontificio. Nunca vimos que tuviera un automóvil. Viajaba con su pequeña maleta en mano y su eterna pipa”. Segundo Galilea está inscrito entre los pioneros de la teología de la liberación. Sus trabajos comenzaron a publicarse en los mismos años que los de Gustavo Gutiérrez, Leonardo Boff, Jon Sobrino o Juan Luis Segundo. Finalmente, con el paso de los años, su pensamiento se me muestra como una sabiduría que, acogiendo mucha complejidad, sin embargo nos lleva a lo más sencillo de la propuesta cristiana: “El Evangelio nos revela la raíz de toda espiritualidad, y nos devuelve la exigente simplicidad de la identidad cristiana. Nos enseña que ser discípulo de Jesús es seguir-lo, y que en eso consiste la vida cristiana”.
Archivado en:
Más información
Últimas noticias
Lo último en blogs