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Elsa López, Premio Canarias de Literatura 2022: "Mi voz es la voz de muchas mujeres con las que me siento identificada"

La escritora Elsa López recibió ayer el premio Canarias de Literatura durante el acto institucional del Día de Canarias, en el que se entregaron los Premios y Medallas de Oro de Canarias 2022, en una  ceremonia celebrada en el Teatro Guimerá de Santa Cruz de Tenerife.

La poetisa intervino en representación de los galardonados con un discurso emotivo y lleno de gratitud que a continuación reproducimos y en el que manifestó que su voz es la voz de muchas mujeres con las que se siente identificada: “Mi voz es la voz de muchas mujeres con las que me siento identificada. Desde tiempo inmemorial han sido las mujeres las transmisoras de la cultura, las defensoras de ese bien común que les fue depositado y que fueron trasladando de generación en generación. Ellas fueron las guardianas de tales riquezas, ellas las depositarias, las transmisoras de conocimientos, lenguas, ritos y creencias. Las incansables, las luchadoras. Este premio es el premio de todas ellas. De aquellas que escriben en silencio y en la oscuridad del mundo sin ceder un ápice a su voluntad creadora; de todas las que tienen un rincón especial donde encerrarse a componer versos, historias y cuentos que ni siquiera saben cómo van a acabar o si podrán terminar algún día; de aquellas que lloran sentadas en la cocina deletreando en sus cabezas las palabras que jamás podrán pronunciar; de aquellas que se despiertan al amanecer con un capítulo nuevo en sus vidas y no podrán escribirlo o lo escribirán sin descanso entre cubos de basura, lavando la ropa o sentadas en una escalera viendo irse la vida”.

 

Intervención de Elsa López, Premio Canarias de Literatura 2022

PREMIOS CANARIAS 2022

Es el turno de las gracias. La hora de agradecer al gobierno de Canarias y a su presidente, a las autoridades que representan a las islas, a las amistades y familiares que nos acompañan en un día tan especial, la concesión de las medallas de oro y los Premios Canarias al deporte, la cultura popular y la literatura que nos han sido concedidos. Gracias por todo lo que nos dan unos; gracias por estar hoy aquí para recibirlos, otros.

En estos tiempos en que parece existir un pacto de silencio sobre aquello que representa lo mejor de la humanidad, sus virtudes, su historia y su memoria; cuando se considera que lo principal es callar para no tener miedo y dejar que las cosas sucedan y no removerlas para no despertar la fiera que algunos suponen existe a nuestro alrededor, un acto como éste viene a demostrarnos que todavía existe la esperanza.  Hemos perdido la fe en demasiadas cosas, hemos dejado de ser generosos y todo parece malograrse, pero aún nos queda esa leve sensación de alivio que nos inunda por dentro y que crece y crece hasta llenarnos el cuerpo y hacernos alzar los pies del suelo y comenzar a volar. Ella está ahí, acurrucada y en silencio, pero está ahí. Un día nos despierta y nos levantamos y salimos a la calle y empezamos a caminar sin temor. Es un despertar extraño, como si dejáramos atrás las pesadillas y fuéramos a emprender una nueva andadura. Es el comienzo de un largo camino y quienes están hoy aquí representando la investigación, la música, la literatura, el deporte, todo lo que encierra el arte, la belleza, y los demás caminos posibles para que la humanidad siga en pie, son la respuesta que necesitamos.

Carla Suárez es una de esas respuestas. Carla transporta el escudo y la lanza con las que ganó numerosas batallas. Ella misma declara: “He tenido la fortuna de representar mi tierra por todos los rincones del mundo. Mis raíces han estado siempre presentes en el esfuerzo, sacrificio y compromiso que he puesto para desarrollar mi carrera. El nombre de las Islas Canarias siempre ha sido un motivo de orgullo personal, y he intentado transmitir los valores con el que nuestro archipiélago nos ha forjado como personas. Es un auténtico honor recibir este cariño por parte de nuestra gente y solo tengo sentimientos de agradecimiento por este galardón que hoy se nos concede”. Esas son sus palabras. Las palabras de una heroína que abandera nuestros sueños. No hay discurso más claro y esperanzador. Por ella hablo hoy y en sus palabras me veo reflejada.

Manuel Lorenzo Perera es un ilustre representante de todos aquellos que se esfuerzan por recoger, ordenar, almacenar y atesorar lo mejor de nuestras tradiciones. Es, probablemente, el mayor estudioso contemporáneo de la cultura tradicional canaria. Cultura viva depositada en sus manos y que él ha cuidado y conservado para que generaciones futuras puedan saber quiénes y cómo fueron aquellos que nos precedieron. Lorenzo Perera se ha interesado por las facetas más diversas de la realidad histórica y cultural de las Islas incluyendo el conocimiento popular sobre la naturaleza, su interpretación y aprovechamiento por el ser humano, el folclore musical y las múltiples expresiones de la cultura campesina, ganadera y pescadora. Su menester es digno del mayor aprecio y es gratificante que nos declare herederos de todo ese patrimonio.

Mi gratitud no por ser la última en expresarlo es la menos sentida. Mi voz es la voz de muchas mujeres con las que me siento identificada. Desde tiempo inmemorial han sido las mujeres las transmisoras de la cultura, las defensoras de ese bien común que les fue depositado y que fueron trasladando de generación en generación. Ellas fueron las guardianas de tales riquezas, ellas las depositarias, las transmisoras de conocimientos, lenguas, ritos y creencias. Las incansables, las luchadoras. Este premio es el premio de todas ellas. De aquellas que escriben en silencio y en la oscuridad del mundo sin ceder un ápice a su voluntad creadora; de todas las que tienen un rincón especial donde encerrarse a componer versos, historias y cuentos que ni siquiera saben cómo van a acabar o si podrán terminar algún día; de aquellas que lloran sentadas en la cocina deletreando en sus cabezas las palabras que jamás podrán pronunciar; de aquellas que se despiertan al amanecer con un capítulo nuevo en sus vidas y no podrán escribirlo o lo escribirán sin descanso entre cubos de basura, lavando la ropa o sentadas en una escalera viendo irse la vida.

A esas mujeres represento y también a aquellas que escribieron y publicaron, pero nunca formaron parte de concilios, ni de libros de texto ni de bibliotecas; a aquellas cuyos nombres se perdieron en una vieja estantería y que nadie o muy pocos leyeron; a aquellas que compusieron las mejores páginas de la historia, los mejores textos de la literatura universal y, al final, se quedaron olvidadas o silenciadas en los armarios de grandes o pequeñas editoriales y nunca pudieron ver realizados sus sueños de leer en alto, de saborear en alto las palabras que una vez fueron capaces de escribir. A todas ellas doy mi voz y con ellas comparto este premio que nos merecemos por tantos años de valentía y de esfuerzo. Porque escribir es un acto de libertad y de valentía. Sólo el tiempo dará cuenta de ello. En Los libros y la libertad Emilio Lledó escribe: “El libro es, sobre todo, un recipiente donde reposa el tiempo. Una prodigiosa trampa con la que la inteligencia y la sensibilidad humana vencieron a esa condición efímera, fluyente, que llevaba la experiencia del vivir hacia la nada del olvido“.  Para luchar con esa nada mi vida ha sido un continuo caminar entre renglones escritos por múltiples autores y palabras pronunciadas por gentes de distintas ramas del saber.

Miles de preguntas, miles de silencios y respuestas sin concluir remataron nuestra infancia. La sociedad estaba condenada al silencio y sólo los libros pudieron salvarnos. No había nada semejante a aquel objeto que se deslizaba entre las manos y devorábamos con los ojos haciendo nuestras las historias y los discursos allí escritos.  Nuestras cabezas se iban llenando de palabras terribles, hermosas, difíciles, incomprensibles y ligeras. Siempre útiles, siempre necesarias. Así eran las palabras que aparecían en los libros. Las palabras contenían información, emociones, mensajes, declaraciones, principios. Y así, durante años. Luego, las palabras volvieron a aparecer repletas de vida y de recomendaciones que nos sostuvieron de pie cuando todo parecía venirse abajo. Las palabras, entonces, fueron una fuente de alimentación y de esperanza. Y hoy, todavía hoy, no sabría que hacer sin ellas. Hace poco, en una entrevista declaraba que no quería quedarme nunca sin palabras, que prefería morirme antes. Y lo dije muy en serio. Ese día, ese terrible día en el que quiera encontrar la palabra y no pueda hallarla, sentiré el abismo que se abre a mis pies. Ese día me dije a mi misma que prefería morirme antes de verme así de desolada en un universo donde si no tienes palabras que bauticen lo que te rodea, donde la realidad se borra lentamente al no poder designarle un nombre que la abarque, te quedas deshabitada, mirando sin ver, sin saber, sin comprender el porqué de las cosas que te envuelven, de las personas que existen a tu lado.

Porque las palabras existen si tú las pronuncias, si las lees, si te las apropias. Así las palabras y los recipientes que las contienen, recuperan y conservan durante siglos: los libros. Los libros como un acto de fe. Los libros como un acto de libertad para muchos. Ellos caminan por sí solos y alguna vez se produce un parón en su andadura y apilados en montañas se exterminan, se queman, se olvidan durante un tiempo. Nadie se atreve a leer, a tener en su casa esa prueba peligrosa de libertad y resistencia. Pero siempre hay alguien que oculta una copia, que rescata un ejemplar, que da su vida por llevar de un escondite a otro un volumen condenado a muerte o al exilio. Y en ese instante se produce el milagro: el libro sobrevive al fuego, al odio y a la muerte. Las palabras saltan por encima de las cenizas y vuelven a aparecer reflejadas en un nuevo texto. Preguntado Agustín García Calvo por qué le interesaba tanto el lenguaje, respondió: Ahí es donde está la morada más visible de eso a lo que aludo como pueblo y que no es individuos ni conjunto de individuos. En la lengua de verdad, no hay quien mande, no hay amo que mande, no hay Dios que mande. Rotundo el poeta y filósofo zamorano. Sabía bien lo que nos quería decir. Las palabras son del pueblo. Las lenguas las hablan los individuos de cualquier pueblo del mundo y su vida es la vida de quienes habitan esos lugares.

En Guinea Ecuatorial La Casa de la Palabra tiene un sentido comunitario. Un abaá o abahá (en el idioma fang abaá significa “Casa de la Palabra”) es un recinto donde se reúne la comunidad. Los fang tienen esa casa como lugar donde se celebran reuniones, fiestas, debates, etc. En ella se toman decisiones importantes para la comunidad. Es un lugar simbólico. El lugar donde se decide lo que importa; donde se explican sucesos, acontecimientos importantes como nacimientos o muertes; donde se decide si se debe emprender un viaje o una batalla; donde lo que se pronuncia tiene el valor de las riquezas. Las palabras contienen la sabiduría y el poder del grupo que las usa. Son las palabras las que rubrican acontecimientos, desventuras o alegrías y por esa razón deben ser utilizadas con el respeto que merecen. Con el respeto y la solemnidad con que hoy me atrevo a pronunciarlas para agradecerles un premio que habla de ellas, que las propone como lugar al que debemos nuestro aplauso y nuestro reconocimiento.

Elsa López

La Palma. Mayo 2022

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