Luis León, escritor y periodista. Archivo.
La primera vez que escuché el tema Quédate me sorprendió la voz del intérprete, con su acento canarión, con sus cambios de ritmo pegadizos, con su vuelo por Buenos Aires y las noches del perreo. Realmente los insulares de aquí estamos instalados en plena vorágine de la música latina, esa que según el autor de Mojo canario, el inspirado Caco Senante, tiene su origen en las fiestas de los carnavales, la gente en la calle, el ritmo sabrosón.
Hace solo unos días sonaba a toda pastilla esta canción tan repetida en internet mientras los corredores que habían bajado por El Time estaban llegando al puerto de Tazacorte, y sentí tanto magnetismo que me acerqué al puesto de control, donde daban el avituallamiento y sonaba Quevedo con tanta potencia que casi rebotaba en la propia masa pétrea de El Time. La Palma se está especializando en estas pruebas de gran esfuerzo físico, que convocan a miles de foráneos y de nativos. Entre ellos había bastantes canarios pero sobre todo muchos alemanes a los que recibían sus mujeres y sus niños cuando ya estaban concluyendo su participación. Un espectáculo emocionante: docenas, cientos de lamparitas–linternas bajando las cuestas de El Time, el esfuerzo humano, la creatividad frente a los basaltos.
Leí alguna crítica despiadada de alguien de la Península sobre la canción de Quevedo, y quise escuchar otra vez este tema de un tipo joven que, contra viento y marea, lleva no sé cuántos millones de reproducciones. Hoy el éxito musical se premia con una enorme difusión en los medios, raro es que vayas en el coche y no aparezca en algunas de las radios. Pronto reconocí la frescura y la capacidad de seducción de esta musiquilla que quizá no esté muy valorada en mi generación, pues el reguetón domina todas las frecuencias y los viejunos echamos de menos lo que se hacía en los 60, los 70 y los 80 del pasado siglo. Aquellas baladas, aquellos temas lentos, aquella inspiración mayoritariamente anglosajona, aquellas discotecas donde lo que nos gustaba eran los temas lentos para bailar apretados. Pero los tiempos han cambiado, la juventud vive el sexo sin represiones, nadie quiere bailar pegados porque está fuera de onda, y esta música latina que figura en películas y en radios extranjeras tiene una capacidad de arrastre.
Ahora la música joven viene de Puerto Rico, Nueva York y Centroamérica pero también se cuece en Canarias. No está mal que la nueva generación rompa moldes, hace poco fue aquella chica que se lanzó a escribir con ese dialecto del norte de Tenerife. Andrea Abreu, 27 años, con su Panza de burro, una novela que en realidad era una colección de relatos sobre la amistad de dos niñas y sobre el paisaje de sequedad y pobreza en el que viven, no es fácil su lectura, tienes que reconstruir mentalmente. Ella nos trajo una voz peculiar que se atreve a escribir con la oreja puesta en el lenguaje popular, algo que ya en su día predicaba Jorge Luis Borges en sus extraordinarios cuentos bonaerenses y, entre nosotros, gente como Víctor Ramírez.
Ni Andrea ni Quevedo nos dejan indiferentes, y eso es lo mejor que se puede decir de ellos. Son nuevas voces que traen la fuerza del volcán, este paisaje, este calor. Son la capacidad de rebelión ante el covid, los toques de queda, las cuarentenas, las mascarillas, el ahogamiento de los derechos que nos trajo la gestión de la pandemia. Uno y otro nos hacen ver que la vida siempre podrá seguir adelante, a pesar de todas las guerras, las recesiones, el precio de la cesta de la compra, el acecho de los millones de virus que van a surgir próximamente, el cambio climático, las noches tropicales, etcétera. A pesar de todos los pesares, siempre queda una posibilidad para disfrutar de esta vida precaria en estos tiempos.
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