Caminas y admiras la armonía de la plaza de San Marcos, o los entresijos del Barrio Gótico, o los grandes museos del mundo y enseguida te das cuenta de que tienes que avanzar a codazos. Hay mucha gente en el mismo lugar y a la misma hora. Tras los años en blanco que trajo la enfermedad global, la gente se mueve cada vez más. Hay prisa por recuperar el tiempo perdido.
Está claro que después de los estragos de la pandemia volvemos a tener buenas cifras, incluso mejores que las anteriores. Ello viene a demostrar la prevalencia del modelo de turismo de masas, ahora con mayor presencia de los británicos frente a los alemanes. Estamos volviendo a cifras record en cuanto al número de visitantes, ya damos por hecha la cifra de 16 millones al año, lo cual es muy indicativo del nivel de ocupación de hoteles y alojamientos extrahoteleros. Pero hay una grave contradicción, pues en la medida en que cada año se baten las cifras de visitantes se mantiene e incluso crece también el índice de pobreza en la población insular. Será que el turismo no reparte sus beneficios por igual, y las camareras de pisos siguen protestando por la excesiva carga de trabajo sobre sus espaldas.
El auge del turismo y la pertenencia a la Unión Europea, aunque sea como territorio ultraperiférico, han tenido mucha influencia en la mejoría económica de este archipiélago, que hasta los años setenta era básicamente una economía agrícola atrasada. Qué duda cabe: el crecimiento económico de la región está ligado a este hecho, y claramente puede tener repercusiones negativas como la degradación del medio ambiente y la explotación de los recursos. Ahora mismo, con la creciente ocupación del territorio y la escasez de agua en muchos entornos, se están promoviendo grandes urbanizaciones en la isla de Tenerife, y en la capital grancanaria se van a construir edificios gigantescos, es un caso peculiar porque, o bien los censos de población están mal hechos o alguien tiene que explicar el estancamiento poblacional de Las Palmas de Gran Canaria.
En Venecia lo tienen claro: viven del turismo, pero intentan poner todos los frenos posibles a la llegada de grandes cruceros, que traen consigo masificación en la pequeña ciudad lacustre. En Barcelona hay zonas en las que los vecinos están más que hartos de esta pacífica pero masiva invasión de los visitantes. En la calle Triana o en la playa de Las Canteras apreciamos una enorme presencia de foráneos en cualquier día de la semana, con las cafeterías repletas, y no digamos los domingos y festivos en que sale el sol y la playa urbana se pone hasta arriba. Por supuesto que la temporada de cruceros también pone su buena parte desde octubre hasta abril.
Según los expertos, para minimizar los impactos negativos del fenómeno y promover el desarrollo sostenible tal vez habría que fijar límites al número de viajeros que nos visitan, proteger los hábitats naturales y parar la ocupación salvaje del litoral. Pero ¿sería posible aquí optar por un turismo de más calidad como el que recibe la isla de Madeira o hemos de seguir construyendo hoteles y urbanizaciones que tanto atraen a los compradores de fuera?
En general, el turismo puede ser una valiosa herramienta de desarrollo económico y social en islas como La Palma que están casi vírgenes, pero es importante tener en cuenta sus consecuencias negativas y esforzarse por aplicar prácticas sostenibles. Pues somos un territorio limitado, con escasez de recursos tan básicos como territorio y agua. De este modo, los visitantes, la población local y el medio ambiente pueden beneficiarse de las actividades. Según la OIT, el turismo permite a mujeres, jóvenes e inmigrantes entrar en el mercado laboral, pero, eso sí, con bajos salarios. Y los extranjeros vienen en masa porque Canarias es un destino barato, los ves en las tiendas outlet y en restaurantes de bajo precio porque les gusta ahorrar, no malgastar.
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