Portada del último libro de poesía de Elsa López, "Viaje a la nada".
Viaje a la nada es la última propuesta poética de Elsa López, publicada por ediciones Hiperión e ilustrada por Irma Álvarez – Laviada. Un viaje a un lugar real, Noruega, que la escritora palmera transforma en una experiencia existencial, donde el vaciamiento del alma, la desaparición del ser, conducen al lugar en que habita la nada, que se confunde con el frío gélido y el blanco eterno de la nieve en distintas estaciones del país nórdico.
Destino a la nada, con una ruta geográfica que va comentando secundariamente la autora, para hundirse a cada paso que da sobre el invierno blanco del norte de Europa. No es el viaje de Ulises, que desafía cada prueba con la convicción de que regresará a su hogar, sino el diario de "la muchacha sin rumbo" que "anota en su cuaderno el vaivén de su alma".
Tampoco es una mirada intimista, ajena al mundo que le rodea. Contiene, en cambio, una lectura política de Europa. Los poemas de Elsa López encierran un paralelismo con el Angelus Novus de Paul Klee, con el que Walter Benjamin caracterizó el ángel de la historia, que contemplaba la devastación que dejaba a su paso la cultura occidental, es decir, el progreso. "Atrás dejamos Kirkens, la ciudad más al norte del desierto de Europa", describe la autora.
Hay entre la nada de Elsa López y la nada de la novela de Carmen Laforet ese común estremecimiento por la desaparición de un estado de cosas, el hundimiento de una generación y la incertidumbre ante el futuro.
Al sur, el desierto, y al norte, la nada. Una nada que describe como "la negación del mundo" y cuya metáfora más recurrente es la "ausencia de espejos", es decir, aquel espacio donde es imposible reconocerse a uno mismo ni a los demás. Sólo quedan los fantasmas tomistas de la imaginación para suponer lo que uno es y ya ha dejado de ser.
El blanco de la nieve iguala a todos, uniformiza la naturaleza y los hombres, incluso los bosques "tienen forma de taiga imposible y lejana". Sólo queda agarrarse a la simple y fina línea del mar, que corta como un cuchillo afilado el horizonte de una nueva tierra.
De ese viaje a la nada, la escritora trae como recuerdo el frío. Una sensación constante que le hace estremecer las entrañas: "Siempre pegado a mí ese frío / como una tela de araña / que no me deja traspasar / hacia la luz el cuerpo". Y la conciencia, de raíces netamente existencialistas, de que "después de la nada, nada. Sólo el silencio que llevamos dentro".
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