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Opinión
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80 años de desmemoria

Eduardo Cabrera.

El 27 de enero de 1945 las tropas soviéticas liberaban el campo de concentración y exterminio de Auschwitz, en Cracovia (Polonia). Es la fecha establecida por la UNESCO desde 2005 para conmemorar el Día Mundial en Memoria de las Víctimas del Holocausto. Demasiado tiempo después.

Entrada de Auschwitz II – Birkenau, campo anexo a Auschwitz I, donde se hacían las selecciones y se encontraban las cámaras de gas y los crematorios. (Foto E.C.C.)

Entrada de Auschwitz II – Birkenau, campo anexo a Auschwitz I, donde se hacían las selecciones y se encontraban las cámaras de gas y los crematorios. (Foto E.C.C.)

Fue la industrialización de la muerte llevada a su máxima expresión. Hasta tal punto alcanzó la barbaridad, que nadie creyó lo que ocurría en los campos hasta que finalmente fueron liberados. Conservar estos enclaves y su visita por centros educativos, recoger los testimonios de los supervivientes, así como los Juicios de Nuremberg, los Juicios de Auschwitz y mucha literatura y cine que se han hecho eco de este capítulo de la historia, han permitido tomar conciencia de hasta dónde es capaz el ser humano de llegar para infligir sufrimiento a otros seres humanos por una mera cuestión de identidad, religión, condición, nacionalidad o, sencillamente, por pensar diferente. Y también hubo españoles, canarios (algunos de ellos de La Palma) que sufrieron el horror de los campos de exterminio nazis. La Historia no nos resulta ajena, formamos parte de ella.

Y conocer la historia nos puede salvar de repetirla. Aun siendo necesario transitar por caminos incómodos. Porque nuestra naturaleza nos empuja a huir de aquello que no nos despierta buenas emociones. Pero es esa misma naturaleza que nos hace humanos la que nos ofrece la posibilidad de asomarnos a esas tinieblas para entender cómo somos. Y no puedo eludir recordar a Philip Zimbardo, autor de ‘El efecto lucifer’ y quien llevó a cabo el denominado Proyecto Standford. En su calidad de psicólogo trató de explicar cómo fue posible que seres humanos fuesen capaces de infligir tanto sufrimiento y tan gratuito a otros seres humanos. La conclusión, aunque difícil de aceptar, es sencilla: “cualquier persona normal (tú y yo) podemos convertirnos en monstruos si se dan las circunstancias adecuadas”. Y esas “circunstancias adecuadas” se construyen. Y se construyen con discursos que siembran el conflicto, la diferencia, el rencor, la sed de revancha primero, de venganza después. Esas circunstancias se construyen utilizando las palabras para sembrar el odio hacia otros seres humanos. Primero deshumanizándolos (los nazis lograron que todo un pueblo viera en la comunidad judía a subhumanos, a las personas con discapacidad como vidas que no merecían ser vividas), los nazis lo lograron. Y ya sabemos cómo terminó. El odio es una emoción muy poderosa.

Y la primera responsabilidad de esos discursos está en manos de quienes ostentan cargos públicos, quienes representan siglas políticas, cualesquiera que sean. Porque en el ejercicio del cargo hay también una representación de la población, muy por encima de la que se empeñan en defender incondicionalmente del propio partido. Hay una responsabilidad. Porque han elegido el ejercicio de la política como servicio público apelando a valores como la democracia o la libertad (analicemos esos términos para entender qué discursos no caben ni deben ser aceptados, así como los riesgos que supone tolerarlos o no darles la importancia que realmente tienen). Ya ha sucedido antes. Y en esa dedicación maravillosa que es conducir a una sociedad hacia un futuro mejor, tienen también en sus manos el enorme peso de la responsabilidad de sus decisiones… pero también la del efecto de sus palabras, de las que eligen y del tono que eligen al pronunciarlas. Porque su mensaje cala. Y lo saben, por eso lo utilizan. Caló también entonces, cuando desde el final de la I Guerra Mundial un pueblo se vio sumido en la necesidad y el hambre. Surgió una fuerza que les dio lo que querían oír. Quizás lo que necesitaban oír. Surgió el tono en el que se pronunciaron aquellas palabras de exaltación y no de calma. Se señaló a un colectivo como responsable de todos los males. No importó, nadie se lo preguntó, cuántos de ellos dieron sus vidas vistiendo el uniforme del ejército alemán en la Gran Guerra. Era necesario un culpable. Y el movimiento triunfó. Y es necesario recordar que lo hizo democráticamente, porque no podemos olvidar que el Partido Nacional Socialista llegó al poder legítimamente, votado por el pueblo. Ojo, la historia nos avisa. Y esa poderosa emoción que es el odio pronto se extendió a otros colectivos. Y es necesario recordar también que ningún pueblo hereda culpas de las generaciones anteriores. Porque todos los alemanes no fueron nazis. Ni todos los nazis fueron alemanes. Hubo nazis lituanos, húngaros, franceses, italianos, austríacos, españoles… el poder de la palabra es incuestionable, más aún cuando quienes las reciben en forma de mensaje tampoco las cuestionan. Y esa es la responsabilidad que tenemos.

Aquellas personas de entonces no contaron con las herramientas que les hicieran advertir las señales de alarma. Porque el Holocausto y los campos de exterminio no surgieron de pronto. Fue perfectamente diseñado, poco a poco, palabra a palabra. Y, sin embargo, nada hacía siquiera intuir los trenes de ganado hacinados de subhumanos, las filas de personas indefensas que, sin saberlo, dirigían sus pasos hacia una muerte horrible, en masa, en cámaras de gas diseñadas para ese fin, para el exterminio de otros seres humanos.

Montaña de zapatos en Auschwitz I. Cada par de esos zapatos fueron calzados por personas inocentes que, como tú y como yo, tuvieron su infancia, sus sueños, sus ilusiones de una vida mejor y plena...para terminar injustamente asesinados en una macabra industria diseñada para exterminar seres humanos. Es solo una de las muchas imágenes que resultan del odio. (Foto E.C.C.)

Montaña de zapatos en Auschwitz I. Cada par de esos zapatos fueron calzados por personas inocentes que, como tú y como yo, tuvieron su infancia, sus sueños, sus ilusiones de una vida mejor y plena…para terminar injustamente asesinados en una macabra industria diseñada para exterminar seres humanos. Es solo una de las muchas imágenes que resultan del odio. (Foto E.C.C.)

Hoy sí tenemos esas referencias, tenemos la historia que nos avisa. Por eso es tan importante contarla, y contarla tal y como sucedió, sin artificios ni vergüenzas. Con sus luces y sus sombras. También la nuestra. Es necesario. Solo así podremos transmitir a las generaciones venideras el aviso de lo que somos capaces de hacer si nos dejamos llevar por la semilla del odio. Lo dijo Primo Levi: “ya ha sucedido y, por lo tanto, puede volver a suceder”. Es necesario recordar ahora el conflicto de los Balcanes a principios de los años 90, el exterminio entre hutus y tutsis en Sierra Leona o los rohinyás en Myanmar (antigua Birmania) … el odio es una emoción muy poderosa.

Fechas como la del 27 de enero es, por tanto, una oportunidad para recordar, para no olvidar, para reivindicar a quienes lucharon contra todo pronóstico por sobrevivir para poder contarle al mundo lo que sucedió en los campos: Auschwitz-Birkenau, Chelmno, Sobibor, Treblinka, Shachsenhausen, Bergen-Belsen, Ravensbrük, Dachau, Buchenwald, Shachsenhausen, Mauthausen… nombres conocidos por el horror de entre toda una amalgama de campos de los que el odio sembró Europa. Las tinieblas del ser humano.

Aprovechemos la oportunidad que nos brinda la historia, no dejemos escapar la ocasión de mirar atrás para contarla a quienes mañana tendrán en sus manos las decisiones y las palabras. Construyamos un mañana en el que no quepa repetir el pasado. Construyamos personas que vean a otras personas, sin importar sus ideas, su raza, su credo, su condición sexual. Construyamos personas capaces de discrepar sin recurrir al rencor ni al odio. Tenemos la oportunidad que nos brinda conocer la Historia. Las víctimas de los campos de concentración nazis no la tuvieron.

Esta fecha, el día de hoy, me hace pensar que es posible. ¿Qué sentido tendría si no? Porque hoy, en el año en el que se cumplen 80 años de la la liberación del campo de concentración de Auschwitz, quizás debamos detenernos y dedicar unos minutos a la reflexión. Tan solo unos minutos. Para asumir el propósito de no aceptar discursos de odio, de no tolerar una invitación a odiar. Asumamos el compromiso de no comprar un futuro que no sea mejor que el que queda atrás, para no repetir los errores y construir una comunidad en la que todas las personas sean iguales. Asumamos el compromiso de denunciar a quienes tergiversan la historia, a quienes hacen referencia a ella desconociendo la realidad documentada, aunque esas voces procedan de las siglas con las que comulgamos. No seamos partícipes. Exijamos a quienes nos representan que tengan el rigor y la honestidad de la verdad que exige la libertad y la democracia para poder sentir que nos representan. Y actuemos también en consecuencia con nuestros actos, con nuestras palabras, con lo que participamos en nuestro entorno más inmediato. Hoy es un día para pensar. Pensemos pues qué es lo que queremos para mañana.

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