Algo está cambiando o, al menos, esa es la sensación que nos queda si echamos un vistazo al contenido de los medios de comunicación. Primero fue Túnez, luego Egipto, ahora Irán y Argelia y Yemen y ya es el norte de África. ¿Quién sigue? La caída de los regímenes musulmanes parece imparable. Y el mundo asiste expectante ante lo que considera inevitable.
Lo cierto es que los cambios no llegan ahora sino que han estado presentes siempre. El mundo no ha dejado de girar ni un instante. Los siglos han transcurrido llenando la historia del mundo de acontecimientos más o menos relevantes pero es ahora que nos toca compartir escenario con los que suceden hoy. El resto los descubrimos en los libros y tal vez la letra impresa les otorgue una pátina añeja que no es tal. Somos nosotros los efímeros que, no sin grandes dosis de terquedad, nos empeñamos en reducirlo todo a un brevísimo espacio de tiempo que es una vida.
Los cambios han sucedido siempre. Del mismo modo a lo que hoy tiene lugar, tiempo atrás otros anunciaron grandes cambios. Cambios que en su día supusieron toda una revolución pero que, con el transcurrir de los años, quedaron reducidos a la anécdota. Pero la acumulación de estas nos trae hasta aquí, hasta hoy.
Porque hubo un tiempo en que leer un libro es causa de arder en la hoguera. Y unos se denunciaban a otros como hoy lo hacemos con la reciente Ley antitabaco. Y asistían a las ejecuciones con la misma tranquilidad con la que hoy se llena una plaza de toros o una gallera. El absolutismo de la Iglesia cayó como lo hizo tiempo después un comunismo que negaba los derechos básicos. Porque el ser humano lo es porque piensa y no es esta una necesidad sino una característica intrínseca de nuestra especie que marca la diferencia con el resto de los animales con quienes compartimos este escenario.
Hoy una nueva herramienta se ha destapado crucial para anunciar nuevos cambios. Los primeros ya están aquí. Cayó el muro como hoy lo hacen regímenes religiosos. Porque las nuevas tecnologías han abierto una ventana por la que podemos asomarnos a cualquier rincón del mundo. Ya no es posible dividir levantando muros. Tres letras han cambiado conceptos. En realidad una sola repetida tres veces, como si de un extraño sortilegio se tratara que anunciara cambios que un oráculo no puede vaticinar.
La ambición de una Torre de Babel no tiene hoy sentido como tampoco lo tiene una nueva Normandía. Y quizás sea este solo el comienzo de una serie de cambios que están por llegar. El ánimo de interpretar un escrito enterró dogmas. Del mismo modo, aspirar a las oportunidades del vecino mundo derribó muros y las tiranías quedaron al descubierto cuando, asomados a esa nueva ventana, se tuvo acceso a los sueños de otros que resultaron ser también propios.
Quizás aún esté por llegar otro cambio. Tal vez no mañana, tal vez pasado mañana. Pero la Historia nos cuenta que las injusticias y los abusos acaban por cansar a todos. Que la paciencia del ignorante es acaso más elástica pero también rompe. Y las posibilidades de cambios aún nos brindan muchas alternativas, entre ellas, la revolución social que reivindique la honestidad como bandera.
Porque los privilegios de unos no pueden servir para imponer las limitaciones del resto. Porque la voluntad de servicio debe ser eso, voluntaria. Y esta, si no gratuita, sí debe tener sus límites. Una revolución que elimine distancias, que ponga a prueba las vocaciones de tantos que confunden esta con las prebendas.
El mundo gira, tiempo al tiempo, pero lo que hoy está sucediendo, es sólo un ejemplo de que la sociedad está cambiando. Del mismo modo en que generaciones pasadas sufrieron también cambios, revoluciones, guerras, imposiciones, tiranías y tantas divinidades, somos hoy nosotros protagonistas de un cambio tecnológico que está teniendo repercusión en ámbitos tan aparentemente ajenos como las creencias religiosas. Sin embargo no lo son tanto. Porque esa ventana a la que hoy podemos asomarnos nos ofrece una perspectiva del todo que antes ni siquiera podíamos imaginar. Hoy nada se esconde, todo se compara y, al final, el deseo es libre y siempre humano, como lo es también la inteligencia y la necesidad de pensamiento.
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