La biblioteca Blaauboer, un tesoro bibliográfico flamenco, que entregó gratuitamente el artista de Puntagorda, junto con su obra cinematográfica
Con el reciente fallecimiento del polifacético artista de Puntagorda, Roberto Rodríguez Castillo, a cuya memoria el Festivalito ha dedicado el principal premio del certamen de cine independiente, queremos recordar el legado material que generosamente cedió en el año 2004 a La Palma, a través del Cabildo. Una donación totalmente gratuita y que custodia el Archivo General de La Palma bajo el nombre de “Colección Blaauboer – Rodríguez Castillo”, compuesta por una biblioteca formada por un importante número de volúmenes y otros materiales documentales como películas, fotografías -en papel y placas de vídrio- y grabaciones sonoras .
Un tesoro bibliográfico, artístico y etnográfico, que en estas fechas es justo desempolvar de la memoria en forma de agradecimiento. La colección contiene la biblioteca de Jan Blaauboer, un ciudadano holandés que llegó a La Palma a principios de la década de los 50 del siglo pasado, donde permanecerá un lustro. Aquí entabla amistad con Roberto Rodríguez, que en esa fecha buscaba quien le diera clases de inglés -las lecciones las impartía diariamente en el Bar Canarias-, una relación que mantendrán hasta su fallecimiento en 1982. De hecho, donó todas sus posesiones en España a Rodríguez Castillo.
Entre ellos se encontraba la valiosa biblioteca compuesta por unos 6.300 volúmenes. El trabajo realizado por Manuel Poggio, María Remedios González y Susana Leal para el catálogo de esta colección editado por el Cabildo en 2004 da muestras del valor de la misma. De Blaauboer destacan que era un “apasionado de la literatura y la música, que sintió una especial predilección por el mundo del libro, logrando acumular una magnífica biblioteca”.
De entre los libros que constituyen la colección, subrayan la presencia de “un nutrido fondo antiguo compuesto por ejemplares impresos durante el XVII y el XVIII”. “Es un fondo dedicado casi exclusivamente a la literatura, pero su acercamiento a este arte no se produce desde la perspectiva de un lector que busca el ocio o la evasión. Antes bien, se deduce una gran preocupación por el estudio de dos épocas de la literatura holandesa, el sigo XVII y XVIII, haciendo especial hincapié en las claves intertextuales que relacionan los textos creados en los Países Bajos con la literatura clásica latina y con el resto de la producción europea de la época (Barroco y Neoclasicismo)”, comentan los autores.
“El coleccionista supo seleccionar aquellos autores que mejor representaban el espíritu de la identidad flamenca y que reivindicaban la completa autonomía política mediante obras dramáticas o poemas épicos que gozaron de gran aceptación entre el público”, añaden sobre el contenido de la biblioteca que “se encontraba ubicada en su chalet La Atalaya de Vistabella (Tenerife), pero el amor de Roberto Rodríguez por La Palma lo llevó a regalar este importante fondo y otros materiales documentales a su isla natal”. Destacan además que en las gestiones para lograr que el legado viniera a La Palma fue determinante la participación de María Victoria Hernández, Miriam Cabrera Medina, Vicente Blanco, Roberto Rodríguez Palacios y Vina Barreto Cabrera.
Los autores destacan la sinergia que existe entre este legado donado en pleno siglo XXI con el que llegó a La Palma en el pasado de Flandes por el intercambio comercial. “Se trata, en suma, de un legado de primera magnitud bibliográfica para una isla que conserva con orgullo una soberbia colección de artística de los Países Bajos, compuesta por tallas, pinturas y otros objetos, unos siglos después de declinar aquel tráfico comercial que trajo a La Palma un museo flamenco, recala una exquisita biblioteca rubricada por los principales escritores de la edad de oro de la literatura holandesa”.
En cuanto al legado propiamente de Roberto Rodríguez, los autores destacan sus películas, que califican en obras de viaje (Chévere, Capri, La isla de Las Sirenas); sobre las islas (Betancuria, La Laguna de Anchieta); naturaleza (La Caldera de Taburiente o Flora de Tenerife); etnografia ( La flor y el volcán, La ruta de la Morenita, El punto cubano, La sede, El reencuentro, Los calabaceros, historia (Génesis, Destrucción de Herculano y Pompeya); temática social (Masca, Sed, La última folía), y varios (Surf en Puerto de la Cruz, Rodolfo: El camellero).
El trabajo recuerda que “en unos años de transformación social y política – en referencia a la década de los 70 del siglo pasado-, Roberto Rodríguez se caracterizó por una obra documental con una fuerte carga visual. Frente a la tendencia más comprometida políticamente, sus películas mantuvieron una total independencia, lo que le acarreó críticas”. Se trata de películas rodados en Súper 8 mm y en algunos casos en 16 mm, de las que únicamente se conserva el original, y en las que el propio realizador era guionista, fotógrafo y montador.
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