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Enharinados y parranderos: el Carnaval según Adolfo Ayut

 

Ningún mentidero ni espacio de reunión popular podría aventurar mejor que la guasa palmera la sugestión generada por el cuento, el historión o la burda farsa disfrazada de verdad a medias… engañosa al fin y, sin embargo, poderosa e inteligente cuando se viste con la sonrisa. Pocos pueblos como el palmero se nutrieron en su origen de una variedad tan inimaginable de pobladores de toda condición. Una mezcla que daría lugar con el tiempo a nuestros pintas, cuadros, fanchones y tarecos humanos, lo mismo capaces de probar suerte en América (y lograr éxito) que de contar, creyéndoselo (y, sobre todo, haciéndolo creer al auditorio), que es el Sol el que gira alrededor de la Tierra.

En este contexto cultural, patrimonial, no es extraño que el Carnaval de La Palma y en especial el que acontece en Santa Cruz de La Palma posea desde tiempo inmemorial un tono distintivo que lo aleja del resto de manifestaciones similares en España. Que esto sea así es importante, aunque no lo es menos el hecho de que existan sujetos hábiles para ver y hacer ver a los demás esa condición singular de nuestro común. El fotógrafo Adolfo Ayut González (1904-1976), hijo de andaluz y de palmera —y, así, cómplice de esa magia del mestizaje—, supo entender que la sorna, el doble sentido, la ironía o la socarronería alcanzaban su momento esplendente en la Ciudad cuando llegaba el Carnaval.

Si de algo hizo gala Ayut en su carrera profesional como retratista y cronista de la vida cotidiana fue de esa virtud para captar la esencia de las personas, desde su lado menos heroico hasta su vértice más oblicuo, ese que se escapa a la evidencia y que, sin embargo, logró atrapar para siempre con el objetivo de su cámara al cuello. Trotamundos en su juventud, gimnasta, boxeador, marino mercante, cableador del hilo telefónico, soldado en África, portuario, ayudante de relojero, preso en la postguerra, camarero y aficionado al Circo Toti. Una vida empecinada con sal gruesa y fina estampa, hombre de mundo que amplió el horizonte de sus compatriotas y vecinos con un clic.

Delante de su cámara desfilaron todos los tipos. Niños que perdieron su inocencia en la algarabía de un concurso de disfraces, ajenos al espíritu de competencia alentado por sus madres, parejas de hombres que bailan con otros hombres aunque crean danzar con la reina de Saba, machos de pelo en pecho que no fingen feminidad por ningún poro y que sin embargo embarazan sus cuerpos destemplados sobre medias, cholas o zapatos de tacón sacados de algún cajón de sastra, grupos de tocadores con las guitarras desafinadas y hasta sin cuerdas, desgañitados con la cancioncilla de siempre, inspirados en el febril tónico del vasito

En broma y en serio, Adolfo Ayut compiló escenas de nuestro Carnaval durante algo más de veinte años. Las imágenes que aquí se presentan son sólo una muestra de este callejear de enharinados y empolvados, al son de una ciudad que veía entonces crecer la salud de la risa, el divertimento de ese teatro muy parecido al de la vida, seductor, siempre, en el antifaz, en lo que nos ponemos delante de la cara.

Víctor J. Hernández Correa

Servicio de Patrimonio Histórico, Ayuntamiento de Santa Cruz de La Palma

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