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Opinión
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El Plátano de Canarias ante el desafío del cambio climático

Gotas de agua en una hoja de platanera.

La normalidad vuelve poco a poco a nuestras vidas (los cursis la llaman “nueva normalidad”) después de la sacudida que ha supuesto para todos la crisis del COVID 19. Los más apocalípticos hablan de que la sociedad nunca será igual, aunque uno percibe que en poquitos días las terrazas vuelven a estar llenas, la cerveza igual de fría y encontrar aparcamiento sigue siendo tarea complicada. Los tiburones, orcas y delfines que se acercaron más que nunca a nuestras costas volverán a sus zonas habituales asustadas por el griterío de los niños en la orilla y el ruido de las motos de agua y, lo más importante, dejaremos de oír por un tiempo a la omnipresente Rozalén.

Algunas cosas han llegado para quedarse: la videoconferencia se ha convertido en una tecnología presente en cada hogar, especialmente si tienes niños en edad escolar. Gracias precisamente a esta herramienta, hemos podido asistir a una interesantísima acción formativa organizada por el Campus del Vino de Canarias, de la D.O. Islas Canarias, titulada “Estrategias a aplicar en viticultura para mitigar los efectos del cambio climático”, y que fue impartida por Vicente Sotés, Catedrático emérito de Viticultura en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Agrónomos de la Universidad Politécnica de Madrid y exvicepresidente de la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV).

Si bien en esta sección hablamos de plátanos, muchas de las conclusiones expuestas por Vicente Sotés para el mundo del vino son aplicables a nuestro cultivo.

El cambio climático, independientemente que se deba a un ciclo natural o, como todo parece indicar, sea provocado por la acción humana, ya es una realidad, como demuestran los registros de temperaturas y precipitaciones de las series históricas. Desde 1980 se ha observado un incremento medio en torno a 1,4ºC. Si no se hace nada para reducir la emisión de gases de efecto invernadero, en algunas proyecciones de futuro se estima un incremento de temperatura en el sur de Europa y en la zona mediterránea que puede llegar hasta 5 grados al final del presente siglo, según las actividades y acciones humanas desarrolladas.

Estos incrementos se producirán sobre todo en verano, en la época en la que se desarrolla el fruto de la viña, la uva, afectando seriamente su maduración. Algunas variedades que actualmente se cultivan en España como Tempranillo o Garnacha dejarán de tener condiciones óptimas, mientras que podrán cultivarse en países como Alemania, el norte de Francia o incluso el Sur de Inglaterra. Paralelamente, se estima una reducción de las lluvias en un 24% en el Mediterráneo y el sur de Europa mientras que en el norte aumentarán en un 4%.

Según Sotés, esta circunstancia obligará realizar algunas adaptaciones, como el cambio a variedades de ciclo largo para extender la maduración hasta condiciones más frescas, reducir la superficie foliar para disminuir la transpiración, aumentar el sombreamiento de las uvas reduciendo la exposición solar, mejorar la eficiencia en el uso de agua de riego, y conseguir que los consumidores acepten estos “nuevos” vinos.

Otro efecto no menos importante es la posible pérdida de variedades originales de alto valor, o las particularidades del terroir asociado a algunas variedades, sustituidas por otras que se adaptan mejor a condiciones más cálidas y secas.

Canarias es, por su situación, un territorio especialmente sensible al cambio climático. El tema ya se trató en el artículo “Sobreproducción y cambio climático” (Revista Agropalca, nº 34). Debemos acostumbrarnos a temperaturas medias más altas, más días cálidos, olas de calor o la llegada de polvo desde África, entre otros.

No todo son malas noticias. La incidencia de este cambio tiene algunos aspectos positivos para el cultivo del Plátano de Canarias. Entre ellas, el acortamiento del ciclo del cultivo por la mayor emisión de hojas. En algunas zonas de Canarias, especialmente en el norte o en segundas o terceras zonas, mantener un ciclo de 12 meses es complicado, así como conseguir pariciones en meses de verano huyendo de los nacimientos atrasados. El incremento de las temperaturas, a igualdad de otros factores, facilitará en principio mantener la platanera en su época. O, si se prefiere, cultivar con marcos de plantación más estrechos en aquellas fincas que ya están en primera zona.

Como consecuencia de lo anterior, se podría cultivar en mayores cotas que en la actualidad, puesto que la platanera es muy sensible a diferencias de apenas unas décimas de grado. Las fincas del norte de las islas se verían especialmente beneficiadas, sobre todo aquellas a las que afecta la “panza de burro” característica de los meses de junio a septiembre y que reduce de forma considerable la radiación solar y la fotosíntesis.

Otro aspecto positivo sería el incremento de la velocidad en la que la piña se llena, acortando de nuevo el tiempo que permanece la fruta colgando y permitiendo el mayor desarrollo de los hijos.

Un aspecto un poco más controvertido es si una mayor cantidad de CO2 en la atmósfera permitirá una mejor fertilización carbónica en la planta, con un incremento en la tasa fotosintética de las hojas y su consecuente subida de la productividad de las fincas, pero todo parece indicar que así es.

Los aspectos negativos asociados al cambio climáticos también requerirán de nuestra capacidad de adaptación para ser solventados. El principal es la escasez de precipitaciones y el previsible empeoramiento de la calidad de agua por su cada vez mayor contenido en sales. Los efectos ya se aprecian en islas con tradicional abundancia de agua como La Palma. Las sequías serán más frecuentes y con ellas vendrán los conflictos por el reparto de un bien cada vez más escaso. Solo la mejora de las tecnologías del agua mitigarán el problema. Entre ellas, el abaratamiento de los costes de desalación de agua de mar mediante fuentes de energías más limpias y económicas, o la generalización en el uso de riego de precisión que permitan ahorros importantes de agua de riego como ya se aplican en muchos cultivos.

Se estima, además, que las altas temperaturas aumenten la presencia de plagas, ya que por un lado no se detendrá su ciclo por ausencia de inviernos fríos y por otra se acortarán los tiempos de reproducción. Si unimos a ello el hecho de que las políticas comunitarias prevén la reducción del uso de fitosanitarios a corto y medio plazo, las herramientas para luchar contra estas plagas se reducirán enormemente, con un incremento de costes tanto por mano de obra como mayores pérdidas por fruta atacada por insectos y arañas. En fincas de pequeño tamaño el manejo del plátano ecológico es más factible, pero en las mayores será un auténtico quebradero de cabeza el control pormenorizado de las plantas. Solo el desarrollo de nuevas herramientas de lucha biológica o de labores culturales permitirá adaptarnos a esta nueva realidad.

No es descartable el uso de nuevas variedades de plátanos más resistentes a la sequía o a las plagas. En el caso del vino existen frenos administrativos por las condiciones impuestas por las Denominaciones de Origen. Pero además el rechazo de la U.E al uso de transgénicos y a las nuevas técnicas de edición genética CRISPR (a las que equipara con los transgénicos) frena el desarrollo de la mejora genética como herramienta de adaptación al cambio. Se prohíben estas técnicas en Europa pero seguimos importando de terceros países soja o arroz transgénico, lo que nos deja en desventaja a toda la industria agroalimentaria.

Y, en un caso análogo a la de la vid, no es descartable que en los próximos años puedan cultivarse de forma comercial plátanos en otras zonas del sur de España, donde ya se cultivan aguacates en Málaga y Granada fundamentalmente, pero también en Huelva, Cádiz e incluso la costa de Valencia. ¿Veremos en los lineales Plátanos de Canarias compitiendo con los de Andalucía o Levante? Es posible que nuestros hijos y nietos sí.

 

Ginés de Haro, Ingeniero Agrónomo.

Pd. Artículo publicado en el número 49 de la revista Agropalca.

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