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Opinión
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Ecologismo sí, realismo también

Un interesante artículo del diario digital de actualidad hortofrutícola Horto Info del pasado 9 de octubre  titulaba “La situación del campo en Francia lleva al suicidio a un agricultor cada 2 días”. Según el autor, los datos son oficiales y  “provienen del  Institut National de la Statistique et des Études Économiques, que fija el índice de suicidios entre agricultores y ganaderos un 20 por ciento superior al resto de la población, por los problemas financieros y el aislamiento social al que se están viendo sometidas las gentes del campo. A ello se está uniendo la cada vez mayor presión por parte de grupos radicales de ecologistas por los pesticidas, y también por otros colectivos que les atacan por la cría de ganado”. En opinión del autor,  “la situación del campo francés se ve afectada por factores que son comunes a la agricultura europea. Los cambios de la PAC y la globalización que posibilita la entrada de productos de terceros países a bajo precio y con diferentes exigencias fitosanitarias afecta de forma definitiva la rentabilidad de los agricultores y ganaderos europeos poniendo seriamente en riesgo el futuro de sus explotaciones.”

Hay una particularidad en Francia que, al menos de momento, no está tan presente en España. La enorme presión de grupos ecologistas y animalistas sobre la opinión pública francesa convierte al agricultor “no ecológico” en una especie de “terrorista” ambiental, responsable de todos los males del planeta, desde el envenenamiento de la población al calentamiento global.

El fenómeno no es nuevo y viene siendo comentado por el ingeniero agrónomo Cristophe Bouchet, francés que reside y trabaja en España desde hace años, en su interesantísimo blog Culturagriculture.blogspot.com.  Según Bouchet “Francia es probablemente el país donde la presión mediática y política en contra de la química en general, y contra sus usos en alimentación (utilización de pesticidas en agricultura y de aditivos en los alimentos), es la más fuerte. Los programas televisivos en contra de la agricultura y del sector agroalimentario son numerosos, del orden de 1 a 1,5 por semana. Sea cual sea el tema abordado, los aspectos negativos son siempre examinados a fondo con mayor o menor dosis de falsedad, y los aspectos positivos o simplemente útiles siempre son pasados por alto.”

Creo que, al menos de momento, en España el agricultor no sufre todavía la enorme presión que los ambientalistas más radicales ejercen en el país vecino, si bien cada vez más podemos ver en los medios “okupaciones” de granjas  y reportajes en los que de forma sensacionalista se alarma a la población sobre los “horribles efectos” sobre el planeta causados por aquellos agricultores que utilizan fertilizantes sintéticos y productos fitosanitarios, aunque estos estén autorizados por la estricta normativa.

Sin duda, el futuro es ecológico. Y gracias al movimiento ambientalista, la agricultura se ha visto obligada a revisar sus métodos de producción para garantizar no ya solo un uso más racional del suelo y el agua, sino para proporcionar al consumidor más seguridad alimentaria.  No sería necesario recordar que ningún agricultor desea usar por gusto ningún veneno que, por otro lado, no es en absoluto barato.

Pero en ocasiones se transmite a la opinión pública desde diferentes altavoces el mensaje de que a día de hoy es fácil cultivar sin el uso de fitosanitarios o pesticidas o abonos químicos manteniendo la productividad, la calidad o la rentabilidad del agricultor.

El cultivo del plátano no es ajeno a esta corriente ecológica. Es seguro, como decíamos más arriba, que en el futuro la agricultura será más respetuosa con el medio ambiente. Pero, como en los demás cultivos, nos encontramos con un riesgo real que ya afecta a los agricultores: de una parte, se insiste desde determinados colectivos e instituciones públicas en la idea de que es posible un plátano “ecológico” rentable en todas las circunstancias, obviando que las características de cada finca varían según muchísimos factores como son su localización, su suelo o el entorno que la rodea. Como sabe cualquier cosechero, hay fincas, o incluso huertas dentro de cada finca, que están bastante a salvo de determinadas plagas como la mosca blanca, la araña roja o las malas hierbas y en las que, mejor o peor, se puede manejar el cultivo de forma ecológica. Pero, por el otro lado, existen otras fincas en las que estas plagas se convierten en un verdadero quebradero de cabeza y para las que el uso de productos fitosanitarios es imprescindible para tener una cosecha rentable en cantidad y calidad. Como la finca esté afectada por picudo, su control sin fitosanitarios es tarea casi imposible.

Una consecuencia de la aceptación sin análisis crítico de las premisas ecológicas es la sobrevaloración de la eficacia de las alternativas biológicas. Así, llevamos años hablando de lucha biológica y de enemigos naturales en platanera, pero lo cierto es que a día de hoy existen muy pocas alternativas comerciales útiles, y, algo que se suele obviar, son muy caras. Su eficacia depende además de las condiciones particulares de la finca en la que se use, por lo que a menudo su efectividad está llena de incertidumbres. Simultáneamente, los mismos que sobrevaloran las alternativas “eco” se esfuerzan en resaltar los riesgos de los fitosanitarios o, directamente, dudan de su efectividad. Un relato hecho a medida de determinada ideología y que a menudo se aleja del criterio científico con el que se juguetea en función de si interesa o no en cada momento lo que diga la ciencia. (Muy ilustrativo de ello es el rechazo ecologista a los transgénicos. En 2016, 109 Premios Nobel firmaron una carta acusando a Greenpeace de “crimen contra la humanidad por su rechazo a los organismos modificados genéticamente y el arroz dorado en particular”. El criterio científico de más de 100 Nobeles no fue suficiente para que que el ecologismo militante reflexionara sobre si su oposición a los transgénicos está basada en evidencias de la ciencia o en criterios puramente ideológicos).

El gran damnificado de este debate es el agricultor, que se va quedando sin alternativas para luchar contra plagas y malas hierbas ya que el ritmo de prohibición de materias activas es mucho mayor que el de creación de nuevas soluciones eficaces. Se prohiben productos sin dar soluciones, que viene a ser como si prohibimos el uso de electricidad generada con fuel sin desarrollar primero un suministro fiable y estable de energía renovable.

La realidad actual es que un agricultor que vive de su finca y que observa que se le caen las matas atacadas de picudo, se le ofrece como única solución gastarse un dineral en feromonas y trampas que sólo capturan adultos mientras las larvas viven plácidamente en el interior de la cabeza. Hubo que esperar a que el picudo se convirtiera en un problema alarmante, una vez prohibido el pinchazo como método de aplicación y el insectidida clorpirifos, para que se hicieran ensayos de eficacia de otras materias activas. (Algún lector podrá decir que existen nuevas soluciones químicas para el picudo, pero sería bueno tener en cuenta que, por un lado, son 10 veces más caras que el clorpirifos y, por otro, su eficacia, a la vista de la experiencia, es bastante más reducida).

La disminución del número de materias activas no cesa. En los próximos meses desaparece  el spirodiclofen, un acaricida muy popular cuyo nombre comercial es Envidor y que es una de las escasas materias para el tratamiento de araña roja. Pero antes de la desaparición de estas herramientas, sería no solo deseable sino obligatorio valorar si existen sustitutivos eficaces a precios razonables. Mientras no afrontemos el problema con realismo y sin perder de vista en ningún momento los problemas con los que se enfrenta el agricultor en su finca; mientras el sector no preste más atención a lo que sucede en la finca que a bonitos discursos ecológicos estaremos jugando de forma muy irresponsable con el futuro del plátano.

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