Lucas López.
Con el comienzo del milenio, en Paraguay, la Compañía de Jesús me encomendó trabajar en el Centro de Estudios Paraguayos Antonio Guasch. A la pregunta sobre nuestro papel en una sociedad herida respondíamos desde la teología de la liberación y su antecedente europeo, la teología política. Con la inspiración del Evangelio, debíamos proponer un relato esperanzador para trabajar con eficacia y eficiencia por una sociedad más justa, más sana, más responsable y feliz. Fue entonces cuando comenzamos a usar en nuestras reflexiones internas un escrito muy inspirador de Ernst Bloch: Carismas de un pueblo en marcha.
Bloch, el filósofo de las utopías realizables, nació junto al Rin en 1885. Bloch tuvo una azarosa biografía marcada por sus opciones filosóficas y políticas. Los nazis y los soviets se turnaron en forzar su exilio una y otra vez. De hecho, tras la Segunda Guerra Mundial, su retorno a Alemania será a Leipzig, ciudad que queda bajo la órbita soviética en el marco de la República Democrática Alemana. A pesar de su marxismo convencido y de los reconocimientos oficiales de los años cincuenta, Bloch se enfrentará a los dirigentes comunistas y acabará fugándose a la Alemania Occidenal. En 1968, pronunció en Viena la conferencia a las que nos referimos. Nuestra sociedad sigue necesitando hoy un liderazgo que incorpore cuatro grandes “carismas” o “actitudes”: la profecía, la poesía, la sanación y la guía.
Toda acción de gobierno, de liderazgo, necesita estar abierta a la voz profética. No estamos hablando de la legítima crítica externa, sino desde el equipo que lidera. La profecía va a la raíz: denuncia lo mal hecho pero apuntando al fondo radical de la injusticia. Taladra el presente y las apariencias de éxito. Quien profetiza alerta sobre víctimas y consecuencias. Evita autoengaños complacientes. Pero es importante que la profecía, sin embargo, no pierda la esperanza ni se afane en acentuar mensajes negativos para reafirmar su posición. Si señala lo injusto, no es para destruir; sino para abrirnos, aunque sea doloroso, a la verdad, la justicia y la esperanza. En nuestro momento, parece que sería bueno mantener una actitud crítica frente a un modelo consumista y depredador que hunde sus raíces en nuestros corazones y un modelo de relación política montado sobre la confrontación, el disimulo, la mentira y la fuerza.
La poesía ayuda a celebrar lo conseguido. Quienes cantan se fijan en el camino bien hecho e invitan al canto y a la fiesta. No son gente que adula para trepar ni personas ilusas que ignoran la realidad o inventan éxitos falsos para ilusionar. Tampoco son mujeres u hombres engreídos que se jactan del propio éxito: reconocen, agradecidos, lo que la bondad está actuando en medio de nuestras sociedades a través de nuestras propias actuaciones. Son gente que afianza nuestro progreso mediante la celebración de lo conseguido. No nos hacen olvidar el día a día, pero sí nos ayudan a reconocer lo que nos hace avanzar en medio de la gestión compleja de la realidad. En este tiempo que vivimos, debemos celebrar la solidaridad mostrada por muchas personas, los esfuerzos científicos por combatir la enfermedad, la novedad de las tecnologías.
En toda gestión de gobierno hay heridas. Son muchas las frustraciones y soledades. Las decisiones, por más justas y consensuadas, pueden suponer renuncias, quiebres y desaliento. Y cuando nos toca el dolor, ni la denuncia del profeta nos ayuda, ni la alegría del cantor nos resulta creíble. Entonces, necesitamos a una mujer o un hombre que sea capaz de caer en la cuenta de los dolores, de escuchar las confidencias y de hacer del médico. Quien tiene el carisma de sanar presta atención a los corazones desgarrados, quemados y desalentados. Sin este carisma, nuestra sociedad será solo para la gente fuerte. Nos toca estar especialmente atentas y atentos a las víctimas de una desigualdad y pobreza que rompe nuestra sociedad, a los quiebres que sufren las familias migrantes, a las heridas del medioambiente, a las víctimas de la desesperanza que se enganchan a adicciones destructivas o a la violencia.
Pero todo liderazgo social necesita además otro papel, el del guía. Es la figura de Moisés en la conferencia de Bloch. Escucha la denuncia profética con esperanza. Secunda la propuesta festiva de quien canta. Está atento a las heridas. Con todo ello, el guía sintetiza la visión de la comunidad, de la sociedad y propone los caminos para alcanzarla. El guía no convierte las piedras en pan sustituyendo a su comunidad, pero sí escucha a quien en su equipo tiene mayor conciencia de las heridas para no dejar a nadie en las cunetas del progreso. El guía no salta del alero del templo dando el espectáculo festivo e ignorando la ley de la gravedad, pero sí escucha a quien propone celebrar lo conseguido y dar un tiempo de fiesta a la comunidad. El guía no pacta con el diablo para conseguir resultados y aumentar su poder, sino que escucha al profeta que advierte contra el propio ego y el afán de poder. Hoy, parece, que el guía debe alentar hacia un proyecto donde la alianza, la educación y la innovación, las políticas de cuidados y las economías no depredadoras sean el norte de nuestra convivencia.
Ernst Bloch pronunció su conferencia cuando en 1968 la sociedad entera estaba convulsionada tratando de buscar un mundo nuevo. Los tiempos que vivimos, golpeados por la enfermedad, muestran nuestras debilidades pero también nuestras fortalezas. Es tiempo, me parece, para escuchar los cuatro carismas que nos propone Bloch si no queremos que nuestras sociedades heridas pierdan toda esperanza.
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