Cometa C/1811 F1 (Representación de la época, autor anónimo)
En la actualidad La Palma es un referente a nivel mundial en el campo de la Astronomía, pero la contemplación de los cielos no es siempre sinónimo de prosperidad y beneficio, como ocurrió en 1811 con el Gran Cometa. La epidemia más terrible hubiera atemorizado menos los corazones de la humanidad, que aquella predicción astronómica tan universalmente comentada: «el fin del mundo que llegaría por el incendio atmosférico»[1].
Desde tiempos inmemoriales se creía que la aparición de un cometa simbolizaba catástrofes o malos augurios, pero el de 1811 (cuyo nombre oficial es C/1811 F1) no dejaba de justificar, en cierto modo, que los temores no eran puramente quiméricos. Su paso fue espectacular, recordando sus terroríficas dimensiones, tenía un núcleo extremadamente activo de entre 30-40 km. de diámetro, su cola se extendía en unos 174.000.009 km. (más distancia de la que separa nuestro planeta del Sol) y la coma del mismo se calculó entre 1.400.000-1.800.000 km. de diámetro (141 veces el de la Tierra). Fue divisado a simple vista durante aproximadamente 260 días, lo cual representó un récord[2].
Canarias en 1811 se encontraba bajo el mandato del duque Vicente María de Cañas y Portocarrero (1749-1824), Capitán General, quien lidiaba con los ecos de la Guerra de Independencia Española (1808-1814), momento en el que se proponían las siguientes cuestiones: «Se pide que se habilite un puerto en cada una de las islas; que se de libertad para fabricar salinas; que se repartan los baldíos; que se autorice la apertura de minas; que se usen los mismos pesos y medidas; que tengan opción los canarios a los empleos públicos; que el Obispo de aquella diócesis constituya los curatos necesarios; que se revoquen las regalías como intempestivas y perjudiciales a la libertad civil y personal de los pueblos»[3]. Los malos augurios que portaba el Gran Cometa, se tornaron en las islas en un baño de incertidumbres, hambrunas, epidemias de fiebre amarilla y plagas de langosta (cigarrón)[4]. En La Palma, la arribada de la plaga azotó la isla despiadadamente, y permaneció en la misma hasta el 20 de Enero de 1812[5], devorando todo lo comestible. Así fue descrita en la época: «Cubrióse enteramente el cielo de la isla, por los últimos meses de 1811, de innumerables millares de millones del destructor insecto, en tales términos que obscurecieron el sol, que caía como lluvia el excremento de la cigarra, y que ésta arrasó no sólo los recientes sembrados, sino que, yermo ya el campo de mieses y de yerbas, llegó el caso hasta de que dicho insecto devorase la dura corteza de los naranjos, dejándolos perfectamente blancos, y de que atacase hasta los árboles monteses y los nopales»[6]. Tras años de sequía perecieron muchos animales domésticos, desencadenando para la población de Puntagorda, que en 1802 había sido censada en 569 habitantes, unas condiciones de miseria y hambre extrema[7], reflejadas en las siguientes palabras: «…suma escasez de víveres, papas, y pan, que compadesen los justos lamentos de todos, principalmente de los pobres…»[8].
El termino langosta (locusta) era conocido en España desde el siglo XIII; insecto ortóptero de la familia locustidae, desde la antigüedad ha despertado un miedo irrefrenable en las sociedades agrícolas que sabían de sus cualidades polífagas y de su capacidad de acabar con todo tipo de vegetal. Un factor determinante para la irrupción de esta plaga resulta ser una previa y pertinaz sequía de varios años, combinada con unas lluvias primaverales abundantes; así 1810 fue un año con un otoño e invierno extremadamente secos, y 1811 continuó muy escaso en lluvias y caluroso, pero a mitad de noviembre comenzó a llover, lo cual fue el desencadenante para la aparición de este flagelo[9]. Para luchar contra la langosta eran fórmulas habituales: las procesiones, funciones de desagravios, rogativas, etc.[10], como el 9 de diciembre de 1589 cuando el Cabildo de la Catedral de Canarias ordenaba lo siguiente: «Que se digan las nueve misas de rogativa a Nuestra Señora por la langosta, y que se busquen clérigos y frailes que digan misas y luego la anatematicen y maldigan, lo que se les pagará»[11]. Los santos patronos del campo eran aquellos invocados a favor de la lluvia, contra las tempestades, sequías, granizos y las plagas; cada lugar acostumbra a tener su abogado propio, pero en La Palma de manera general san Amaro o san Mauro Abad, patrón de Puntagorda, estaba muy vinculado a la cosecha, a las raíces campesinas y los animales domésticos[12].
En el pago de San Amaro, el 31 de agosto de 1811, día de san Ramón Nonato, siendo su párroco don Pedro Manuel González de los Reyes, ocurrió uno de los sucesos más perpetuados de su historia, el incendio de la casa parroquial, tantas veces citado con las ya célebres palabras: «Nada se sabe con certeza acerca del origen y fundación de esta parroquia, porque en el incendio de la casa rectoral…»[13]. Estas casas de alto y bajo, con cocina y huerta, se encontraban frente a la iglesia, y habían sido mandadas a fabricar por el licenciado beneficiado en esta parroquia, Luis Pérez Carmona, uno de sus más célebres servidores, siendo adquiridas por la Iglesia en 178914]. Próximo a ellas se ubicaba una aljibe de tea (documentada en 1574), que prestaba servicio a la parroquia, romeros y devotos[15]. La casa parroquial no siempre estuvo en esta ubicación, anteriormente se localizaba en la zona conocida como el Barranquillo de Medina, en una morada donde aún se conserva una aposento con el nombre de la habitación de la monja[16]. En esta edificación se ubicaron también el pósito y la cárcel, cuyas lonjas colmas del polvo y gorgojo del grano que allí se acopiaba, servían de precarios aposentos a los párrocos. En estas declaraciones de don Domingo de la Asención Rodríguez y Gómez, quien sirvió en Puntagorda hasta 1810, obtenemos una descripción de la situación que se vivía en este lugar: «una mezcla de gente extraña y casa de apeo de gente que va y viene sin tener remedio y, muchas ocasiones, bullas y gente sin fundamento que se juntaban a tareas de siembras y travajos de campo y el sacerdote no podía estudiar»[17]. En mayo de 1779 este mismo recinto servía de consejo del Santo Oficio de la Inquisición en la comarca, cuando la visito don Domingo Alfaro Franchi, (1737-1803), racionero de la Santa Iglesia Catedral, ejerciendo como párroco don Antonio José de Amarante y León, comisario interino de la Inquisición, lugar donde resonaban palabras como: «grillos, grilletes, cepos, castillos y destierros»[18].
La noche de agosto que se declaró el fatídico incendio, bajo los destellos del Gran Cometa, el ambiente era extremadamente seco y caluroso, lo que facilitó la consumación del mismo, así como la madera de tea, la cual había sido descrita por el historiador, sacerdote y humanista Gaspar Frutuoso (1522-1591), como: «…son teas, con que los ricos hacen sus casas olorosas y perpetuas, pero peligrosas al fuego, que se prende y arde con gran furia en la tea, como alquitrán, y nada sirve el agua para apagarlo y sólo lo atajan con mantas mojadas…»[19]. Curiosamente este mismo año ardió también la casa parroquial de Barlovento[20].
En la climatología y pluviosidad de la isla durante el siglo XIX, se aprecia la ausencia de estaciones bien definidas, largos y frecuentes periodos de sequía de dos, tres o más años y también olas de calor intenso, que de forma periódica asolaban los campos y cosechas, provocando situaciones agónicas. Tras la angustia de la sequedad y consecuente escasez de cosechas llegaba la alegría que producía una lluvia benéfica, por pequeña que fuera. Al igual que el Gran Cometa se convirtió en una amenaza global por los malos presagios que esparcía en el cielo, el cambio climático pronostica en la actualidad un futuro incierto a las generaciones venideras, por los graves problemas ambientales que son vaticinados para ellas.
[1] Flammarion, Camilo. Astronomía Popular. Traducción por José Genaro Monti. [Madrid]: Imprenta y Librería de Gaspar, Editores, 1870, pp.268-275.
[2] Ibídem, pp.268-275.
[3] Congreso de los Diputados / Historia y Normas / Hace 200 años. Diario de las Cortes de Cádiz / 23 de Abril de 1811
[4] Fajardo Spínola, Francisco «Los prisioneros de la guerra de la independencia en las Islas Canarias (1809-1815)». En: Anuario de Estudios Atlánticos Nº 60. [Las Palmas de Gran Canaria]: Patronato de la Casa de Colón, 2014, p.189.
[5] Lorenzo Rodríguez, Juan B (ca.1900). Noticias para la historia de La Palma. [La Laguna-Santa Cruz de La Palma]: Instituto de Estudios Canarios, Cabildo Insular de La Palma, 1975-2000, V. 1 p.197.
[6] León, Francisco María de. Historia de las Islas Canarias 1776-1868. Aula de Cultura de Tenerife: Instituto de Estudios Canarios, 1966, p129.
[7] Concepción García, Horacio. Familias y genealogías de Puntagorda a través de las dispensas matrimoniales de la parroquia de San Amaro, [Trabajo en preparación].
[8] Archivo Histórico Provincial de Tenerife [AHPT] Leg. 2718. 9 de noviembre de 1811.
[9] Herrera Piqué, Alfredo. Lluvias, sequia y plagas en la historia de Gran Canaria. Aguayro Nº107. [Las Palmas de Gran Canaria]: Caja Insular de Ahorros de Gran Canaria,1979, pp-.10-14.
[10] Uvarov, Boris P., «Ecological studies of the Moroccan locust in Western Anatolia». En: Bulletin of Entomological Research, XXIII, V.2, 1932, pp. 237-287
[11] Viera y Clavijo, José (ca. 1791). Extractos de las actas del cabildo de la catedral de Canarias (1514-1791). [Gran Canaria]: Real Sociedad de Amigos del País de Gran Canaria, 2007, p.113.
[12] Concepción García, Horacio. Familias y genealogías de Puntagorda a través de las dispensas matrimoniales de la parroquia de San Amaro, Op. cit.
[13] Lorenzo Rodríguez, Juan B. (ca.1900). Noticias para la historia de La Palma. Op. cit. 1975-2000, V.1, p.111.
[14] Pérez Caamaño, Francisco (Dir.). Puntagorda: Memorias de un olvido. [Santa Cruz de Tenerife]: Ayuntamiento de Puntagorda, 2007, pp. 299-300.
[15] Archivo Parroquial de San Amaro [APP], (Puntagorda, La Palma) Libro de I de fábrica, visita de don Fernando Suárez, 25/10/ 1589.
[16] Agradecer en este sentido la información prestada por Javier Díaz Hernández.
[17] CONCEPCIÓN GARCÍA, Horacio. Familias y genealogías de Puntagorda a través de las dispensas matrimoniales de la parroquia de San Amaro, Op. cit.
[18] Archivo de El Museo Canario de Las Palmas Inquisición, legajo IV-3
[19] Frutuoso, Gaspar (ca.1568). Las islas Canarias (de Saudades da terra). Prólogo, traducción glosario e índices por E. Serra, J. Regulo y S. Pestana. [San Cristóbal de La Laguna]: Instituto de Estudios Canarios, 1964, p.124.
[20] Archivo Diocesano de La Laguna [adll], documentación organizada por pueblos referida a Barlovento, fondo 1 formato 3 caja 69, infolio.
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Como de costumbre, interesante y ameno relato de un retazo de nuestra historia.
Es increíble que hace relativamente pocos años viviéramos en la inopia con todas sus consecuencias de atraso y pobreza.
Aprendamos a valorar lo propio y pensar racionalmente en todo lo bueno que podemos desarrollar en beneficio de la isla.
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