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La Palma y Ucrania, el volcán y la guerra

Hay dos tipos de tragedias: unas son consecuencia de la terrible fuerza de la naturaleza y otras, en cambio, son producto de la perversidad humana. Volcanes y guerras crean desolación, pérdidas materiales, víctimas y el drama de los refugiados. No podemos oponernos a las erupciones, las inundaciones o los tsunamis pero la guerra sigue siendo un imposición de la hija de la codicia, de la expansión territorial, de las ambiciones que cultivan las mafias del nuevo zar ruso, heredero de los dictadores más perversos, de Hitler y de Stalin. Occidente sale derrotado ante el expansionismo de Putin, es desolador contemplar los efectos de los bombardeos y los combates en las calles, el terrible éxodo que separa familias y las muertes que colmarán los cementerios. Y aquí sigue siendo desolador contemplar esa enorme superficie negra, de la que emergen siluetas claras, chimeneas, huellas de edificaciones arrasadas, matas de platanera caídas, restos de fincas que ya no existen, plásticos de invernaderos, plataneras quemadas por la ceniza y la falta de riego. Arriba sigue el cráter, una enorme hendidura de cuyas paredes brotan fumarolas, y los tonos verdeamarillentos del azufre.

Los telediarios de Ucrania nos siguen rompiendo el alma y el volcán sigue expulsando gases destructivos. En las carreteras de La Palma todo es calmoso, delante va una furgoneta que, por su matrícula, debe tener 40 años y que marcha, impávida, a 30 kilómetros por hora. La gente anda silenciosa y aletargada, nunca hemos tenido planes de prevención de la salud mental y ahora hay mucha población con depresiones severas. Hay concentraciones de protesta contra la lenta y pedregosa burocracia. Y es que las obras públicas se dilatan como las pirámides de Egipto, véase el retraso de la carretera de Fuencaliente, la circunvalación de Tazacorte y un largo etcétera. Hay poco turismo, han cerrado cafeterías en la plaza aridanense donde se agolpaban los extranjeros. La plaza es el escenario de laureles plantados hace más de 150 años cuando los plantones vinieron desde Cuba. La iglesia de Los Remedios, que oficialmente ha cumplido 500 años, ha estado cerrada por reformas y ha regresado con honores.

Silencio, resignación y una sensación de espera. La mayoría coincide en que la reconstrucción va a ser cosa de ocho o diez años, y lo que surja ya no será lo mismo. Han sido muchos los caseríos devastados, las muchas edificaciones, todavía hay más de cuatrocientas personas viviendo en hoteles porque los técnicos señalan que hay temperaturas elevadas, gases tóxicos por todas partes y un olor a tierra quemada. Y las carreteras que desaparecieron, y la lentitud del proceso. Algunos de los afectados han recibido ya las cantidades del Consorcio de Seguros, otros están viviendo donde pueden: en garajes, en furgonetas de acampar, en pisos de alquiler, en viviendas con familias y en otros pueblos. Nadie puede acceder a los pisos y apartamentos de Puerto Naos porque hay emanaciones peligrosas, llegan a los garajes y plantas bajas, esos gases que vienen desde el subsuelo.

Un día estalla la destrucción, luego se emprende la reconstrucción para quedar a expensas de otra nueva erupción. Acaba una guerra pero ya se está preparando la siguiente, la cadena no se detiene y los conflictos bélicos son un buen negocio para algunos. La isla tiene escrita su historia a base de coladas que arrasaron el paisaje, el valle está lleno de volcanes, es un paisaje  del que, sin embargo han ido brotando los pinares, los nacientes de agua. El mundo siempre tendrá volcanes y guerras, así que en La Palma y en Ucrania, como diría García Cabrera, la esperanza nos mantiene. La humanidad ha sido incapaz de parar al sátrapa, juntemos fuerzas para superar al volcán. En algunos comercios del Valle hemos visto un cartel: ¿Desfallecer? No ¿Resistir? Siempre ¿Rendirse? Nunca.

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