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Opinión
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Sobre el estreno de la explanada del puerto

Lo más triste es que el gasto -o el negocio, según se mire- ya está hecho, y el destrozo, por así decirlo, también

Puerto de Santa Cruz de La Palma.

Como diría Tato Puerto en su programa de radio En un mundo feliz, me llama poderosamente la atención lo pronto que ha dejado de figurar en primera plana la noticia referente a la nueva explanada de preembarque que estrenó el puerto el pasado Día de Canarias, como si no conviniera que permaneciera demasiado tiempo a la vista de todos, no fuera a tentar la opinión desfavorable de algún inconformista.

Lo cierto es que, como en toda noticia oficial que se precie, se cuenta solo lo que interesa y se oculta el resto. Y así, si se habla de la ampliación de la explanada y de la mejora que esto supone en cuanto a fluidez y ahorro en el tiempo de embarque, no se menciona que para ello ha sido “necesario” sacrificar los aparcamientos, con todo lo que esto tiene de negativo en todos los sentidos, especialmente, como ya se mencionó en otro sitio, para la gente que regentaba algún tipo de comercio cuya cercanía le beneficiaba.

También se habla de un cambio en “la configuración al efecto”, sin aludir al recorrido extra que ahora deben realizar los pasajeros de a pie, que, en vez de entrar o salir del muelle por la puerta más cercana a la estación marítima, han de hacerlo por la que se desvía de aquella ―cuando una y otra están prácticamente al ladito―, como si alguien estuviera caprichosamente empeñado en que todo viandante pase por delante del Macdonald´s, o mejor dicho, entre este y ese maravilloso rinconcito que recuerda la esquina de una base militar, en el que se conoce que para la guagua que usan los pasajeros de los cruceros.

Incluso la fotografía de la noticia, donde se ve tanto vehículo ocupando todos los carriles, es medio engañosa. Tomada desde ese ángulo, a esa altura y en esa fecha inaugural, no se aprecia la fealdad carcelaria que rodea todita la explanada cuando se halla vacía, cosa que suele pasar desapercibida al embarcar en vehículo, cuando no hay más que mostrar la tarjeta de embarque, seguir unas indicaciones y esperar a que llegue el turno de subir al barco. Pero sí cuando se viaja a pie y cargado de equipaje, cuando se da ese absurdo rodeo por el caminito rojo y a la vera de un vallado interminable, deprimente y fuera de lugar.

Lo curioso de todo esto es que, según los “analistas locales”, ese lleno de la fotografía podrá repetirse unos ocho o diez días al año, pues la gran mayoría de las veces, tal y como viene observándose, la explanada se llenará hasta la mitad o poco más. De modo que no guardan la menor relación las supuestas mejoras con las incuestionables desventajas. Es decir, que en mi humilde opinión, la de quien por motivos de trabajo está obligado a viajar una o dos veces al mes a Tenerife y Gran Canaria -y sin haber notado todavía la menor ventaja en el proceso de embarque-, podrían haberlo dejado todo tal y como estaba, haberse ahorrado esos trescientos mil euros y haber respetado los aparcamientos, puesto que la solución, como tan sabiamente apuntaba un lector, habría consistido en evitar que “los buques protagonistas” coincidieran en la hora de la salida. Y total, ¿para qué?, ¿para ganar unos pocos minutos en la llegada a destino? Lo más triste, sin embargo, es que ahora ya no se puede hacer nada, puesto que el gasto -o el negocio, según se mire- ya está hecho, y el destrozo, por así decirlo, también. Martin Eden.

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