Archivo. Eduardo Cabrera, periodista.
Lo que escribo podrá parecer un disparate. Le parecerá un disparate a muchos, pero la Historia está plagada de situaciones que comenzaron de forma similar a lo que hoy vivimos en nuestro país, y no terminaron bien.
A principios del siglo XX, en Alemania convivían alemanes. Incluso muchos judíos arriesgaron sus vidas y otros la perdieron vistiendo el uniforme alemán durante la I Guerra Mundial. Unos años después, en 1933, desde los despachos se comenzó a alimentar el rechazo primero y el odio después hacia la comunidad judía. Todos sabemos cómo terminó aquello.
Podrán pensar tras este segundo párrafo que es ya un disparate imaginar que algo así pudiera suceder en pleno siglo XXI, que de aquello han transcurrido ya setenta años. Sin embargo no está tan lejos ni en el tiempo ni en el espacio. En los años 80, en el País Vasco, muchas familias vivieron algo similar. Vecinos de toda la vida, cuyos hijos jugaban con los hijos de los demás vecinos. El del segundo era el médico del vecino del cuarto, se visitaban y quedaban para ver los partidos de fútbol. Hasta que un día, de nuevo desde los despachos, con el boca a boca y en algunas iglesias, se comenzó a alimentar (de nuevo) el rechazo a quien pensaba diferente. De pronto alguno ya no pudo entrar más al bar del barrio a tomar un café porque no era bien recibido. Sólo porque pensaba diferente. Y el amigo del hijo del vecino, aquel al que quizás el del tercero enseñó a montar en bicicleta, veinte años después, lo esperaba a la vuelta de la esquina para descerrajarle un tiro en la nuca.
Esta realidad tan cercana y tan nuestra queda magistralmente relatada en la novela ‘Patria’, de Fernando Aranburu (Premio Crítica 2016), y de muy recomendable lectura en estos días aciagos llenos de incertidumbre.
Ahora, con estas cartas sobre la mesa, con una visión de la Historia y lo que de ella podemos aprender, tenemos la opción de seguir como borregos las directrices de unos y de otros, ambos políticos que se han descubierto tan mediocres como intransigentes. Cada uno, como individuo, elegirá la actitud que tomará y, en consecuencia, será partícipe de los acontecimientos que se sucedan. Es quizás el momento de que los ciudadanos de a pie den una lección de madurez y sentido común a quienes desde los despachos no han sabido hacerlo.
Y no me posiciono. Porque no puedo. Porque reniego de una decisión basada en la invitación a saltarse la Ley, sin ninguna de las garantías que merece un proceso electoral pero con todas las sospechas de las que debe desprenderse. Porque reniego de aplaudir a un Gobierno que hoy se erige como adalid de la Democracia y el respeto a la Ley después de haber demostrado una inacción y una tibieza insultantes frente a la corrupción. Pudieron entonces ser igual de ágiles y contundentes. Prefirieron no serlo. Hoy aseguran no haber sentido mayor “vergüenza política” (dijo la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sainz de Santamaría) que lo sucedido en el Parlament Catalán. Razones sobran para haberla sentido y no hay espacio aquí para enumerarlas.
No me posiciono más allá de dar un paso atrás, de esperar como espectador los acontecimientos. Eso sí, cruzando los dedos a la espera de que surja la sensatez en algún lugar y se contagie con mayor rapidez con la que parece que se está propagando el odio. Nos toca hacerle el trabajo a quienes se supone que trabajan para nosotros…pero la decisión es solo tuya, de cada uno, en especial de los ciudadanos catalanes que sufren en su tierra la peste de las artimañas dirigidas desde los despachos. Sobre todo los catalanes que deben elegir cómo actuarán en los próximos días, que actitud tomar ante la incertidumbre que se avecina para evitar que la Historia nos cuente otra vez una historia mil veces contada de la que ya conocemos el final y en la que nunca hay vencedores.
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Comasa
Por supuesto que el conflicto no es fácil, máxime cuando los gobiernos centrales han contribuido a él nacionalismo,por intereses de gobernar. También pienso que se tendría que recuperar la competencia de educación por El Estado y cerrar esas televisiones autonómicas que sólo sirven para engordar el pesebre y acabar con las subvenciones a esas organizaciones y en 20 años, solo quedan cuatro y el cabo de los independentistas.
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