cerrar
cerrar
Registrarse
Publicidad
Opinión
Publicidad
Francisco Rodríguez Pulido

Por qué no nos sirven las huelgas en educación o cómo parar la LOMCE

  • No es Wert el causante de lo que está pasando con la educación en España

Francisco Pulido, profesor de Secundaria.

La nueva ley de educación, la LOMCE o la denominada ley Wert, ha pasado el trámite por el Senado, con la sorpresa de que aún se siguen añadiendo enmiendas. Creo, sencillamente, que las modificaciones que se han añadido en el Senado forman parte de un ritual con el que se quiere justificar una hipócrita apertura al diálogo. Quizás lo más llamativo en este trámite han sido las modificaciones en el calendario de aplicación, que sufre un aplazamiento sobre todo en Secundaria y Bachillerato. A pesar de todo, esta ley es sólo el camuflaje con el que se intenta argumentar la lucha contra el fracaso escolar y contra la supuesta mediocridad e incultura de nuestros estudiantes.

La LOMCE ha concitado la oposición de toda la clase política, salvo el PP, y de una gran parte de la sociedad. Inteligentemente, el ministro Wert se ha convertido en el blanco del rechazo a esta ley, porque pienso que él sabe que no es el causante de lo que está pasando con la educación en España. El rechazo a la ley se ha personalizado excesivamente, y esto le ha venido muy bien al PP. Personalmente, por esto y otras razones que expondré, aún compartiendo mi rechazo a esta ley y lo que significa negativamente para nuestro futuro, no he participado en la última huelga del profesorado, ni en las manifestaciones, ni tampoco comparto la manera en que colectivos de padres y madres, de estudiantes y, sobre todo, de sindicatos, han planteado para, supuestamente, frenar la LOMCE.

Sin embargo, no tengo dudas de que la LOMCE es realmente peligrosa, principalmente porque abre un escenario que no da soluciones reales y positivas a la educación en España. Entiendo, por eso que la lucha y la oposición a la ley es justa y razonable, porque en el fondo, se están enfrentando dos modelos antagónicos de educación, pública y laica, por un lado, frente a un modelo más mercantilista y dependiente de determinados lobbys de la derecha. Pero aún podría dar mil y un argumentos con detalle para rechazar la LOMCE. Creo que sobran razones, cuando la ley da amparo legal a que empresas privadas se ahorren costes en suelo con el dinero de nuestros impuestos. O que los centros públicos tengan que competir con los concertados, pues se les va a financiar en función de "objetivos". O que legaliza la segregación por sexos en las escuelas, e incluso lo subvenciona. Además, introduce nuevamente las reválidas, que hace que los que logren acabar la ESO tengan que volver a demostrar su capacidad. Y aún se pueden muchos más motivos, como el poder de decisión que otorga a los directores de centro sobre plantillas y sobre admisión de alumnos.

No obstante, a pesar de haber tantos motivos para su rechazo, en mi opinión la huelga o las huelgas no nos sirven para enfrentarnos a la LOMCE. A pesar de que la última huelga educativa del pasado mes de octubre tuviera un alto seguimiento, o que las mismas manifestaciones, incluida la de La Palma, alcanzaran altos niveles de participación, en mi opinión, estos sistemas de movilización no nos sirven. En parte, porque han sido asimilados por el sistema, pero, sobre todo, porque no dejan de ser un "acto folclórico", como bien los definió un columnista, al describir las manifestaciones como una "fiesta popular, una tradición, un día donde nos vemos todos los "progres" en la calle, caminamos juntos un rato, gritamos consignas o llevamos pancartas". Ya hemos visto el efecto que ha tenido en el ministro Wert, totalmente inmunizado de las manifestaciones ciudadanas.

Estamos condenados a sufrir un sistema, dominado por una minoría mayoritaria que controla la ciudadanía. Que ni la esperanza de las urnas nos dan garantía, a pesar del acuerdo de todas las fuerzas progresistas de este país de paralizar la ley. Y estamos condenados por nuestros propios errores y la endogamia de la progresía. Por ejemplo, en los días previos a la huelga era muy penoso escuchar a algunos dirigentes sindicales su preocupación por el hecho de que otro sindicato había orquestado la huelga con claros fines electorales. Y condenados, porque tenemos unos sindicatos de la enseñanza, ciegos y marionetas del sistema, que prefieren el acto folclórico de la manifestación y una convocatoria de huelga como un parcheo de sus ineficacias.

Por todo ello, no me cabe más que concluir que las huelgas en educación, tanto de profesorado, alumnado como de padres y madres, no nos sirven. Una huelga que realmente ha sido una excusa, tanto la de octubre como la del estudiantado en noviembre, para que se produjera una parálisis de la actividad académica sin más motivos, y que ha servido al estudiantado para que no tenga que madrugar ese día. Han sido huelgas en las que apenas se ha dado clases en Secundaria, a pesar de que la participación del profesorado no ha superado el 25%. Baja participación, si cabe, a mi modo de ver, no tanto por lo que implica en los descuentos salariales, sino porque hay una gran apatía el profesorado por lo que implica la LOMCE e, incluso, me atrevería a decir, que cuenta con importantes apoyos en amplios sectores de profesores, quizás abrumados por el malestar docente y la esperanza de que la segregación temprana aleja de las aulas a los desmotivados adolescentes.

Y sin embargo, debemos y podemos frenar la LOMCE. El objetivo es imposible de lograr y, si cabe, la esperanza pueda estar en las próximas elecciones, sabedores del compromiso de la gran mayoría de fuerzas políticas de que paralizarán la ley. Ciertamente, pensar que sólo nos queden las urnas para frenar la ley también es algo poco alentador. Ya hemos sufrido demasiadas reformas y modificaciones del sistema educativo en esta democracia para calcinar las esperanzas y la confianza de que la educación no puede estar pendiente de los vaivenes políticos.

Richard Gerver, uno de los expertos en educación más influyentes, ha hecho una reflexión a propósito de las reformas que también se están planteando en el Reino Unido. Para Gerver uno de las cuestiones que más le ha preocupado ha sido las continuas campañas del Gobierno británico y de lo que él llama "sus amigos en los medios de comunicación", contra los educadores y las personas que aportan una visión real sobre los retos de futuro de la educación. Las campañas que menciona Gerver no han hecho sino demonizar a todo aquel que se opone al punto de vista del gobierno. Ha ocurrido, como en España, donde se han lanzado duras acusaciones contra el profesorado que han añadido más razones para el desprestigio social de la profesión docente. Cuando se propone un nuevo plan de estudios que ignora mucho de lo que los mejores sistemas en el mundo tienen que ofrecer, y también se ignora a la gran mayoría de voces cualificadas que podrían aportar mejoras para la educación, es porque estas reformas de la derecha están sustentadas en sus propias teorías e ideologías.

El problema de la educación y el problema con el que nos enfrentamos con la LOMCE es que la educación, en sí misma, está siendo secuestrada por una determinada ideología, al servicio de unos intereses determinados, porque las cabezas pensantes de la derecha saben, como nosotros mismos, que la educación es, en realidad el fundamento más importante en cualquier sociedad. Pero por esta misma razón, debe estar libre de la burbuja política-medios de comunicación y de la retórica que le acompaña.

La LOMCE no va a mejorar nuestro sistema educativo. No hay sistema que pueda mejorar desde la desconfianza continua o la demagogia fácil de estigmatizar a sus docentes. La administración educativa, del gobierno español y la canaria, también, han mantenido una política en el que han convertido al docente en una persona bajo sospecha continua. Y con LOMCE o sin ella, si se persiste en esa dirección, no habrá educación de futuro para un país que no confía en sus maestros y profesores. La LOMCE alimenta lo que se ha convertido en una práctica política habitual, que ha entregado a unos supuestos expertos, que no representan a los maestros y profesores de este país las soluciones de los males de la educación.

Por eso, si queremos plantearnos frenar la LOMCE, debe ser desde la práctica y la construcción de nuevos mecanismos de acción e intervención. Podemos buscar y construir una manera diferente de ser y hacer docentes, creando representatividades de una ciudadanía más horizontal. Los y las docentes debemos movilizar nuestros esfuerzos y preocupaciones en dar argumentos e ideas que permitan construir confianza en el capital humano que representan los enseñantes. Debemos creernos que sin duda, "los docentes somos los creadores de futuro de un país". Como decía un articulista, "somos, junto a esos otros profesionales que nos apoyan en los colegios e institutos, el oficio a través del cual toma sentido todos los demás".

Plantear parar la LOMCE, volver a lo que estamos, no nos sirve si los profesionales de la enseñanza debemos desde el trabajo diario reivindicar aquello que nunca se debe olvidar: un sistema educativo debe reconocer y mejorar proporcionalmente a los profesionales que lo integran. Cito a Andy Hergreaves, uno de los expertos mundiales en el cambio educativo, que afirmaba "los profesores son los árbitros finales del cambio educativo. No hay cambio educativo sostenible que ignore al profesor". Hargreaves sitúa el reto del futuro en tres principios: profesores de alta calidad, asociaciones positivas y con poder y comunidades de aprendizaje en vivo.

De mi parte, asumiendo la encomiable sabiduría de Hergreaves, creo que nuestro reto para frenar la LOMCE, o hablando con más sentido, lograr que podamos situar a la educación púbica en el eje vertebrador de todas las políticas, lo resumo en los siguientes objetivos. Los profesores debemos de convencernos de que estamos necesitados de estímulos positivos y eso empieza dentro de los propios centros, buscando complicidades y apoyos recíprocos hacia nuestro trabajo. No son los incentivos ni las pagas extras los que nos debe movilizar, sino las condiciones de nuestro trabajo, la calidad y el tiempo de formación.

Por otro lado, en la enseñanza no nos valen los sindicatos, que han perdido la oportunidad de subir el listón de la calidad profesional y aumentar su credibilidad. Los sindicatos en la enseñanza se han limitado a ser meros gestores o centrar sus esfuerzos en mantener sus pequeñas cotas de presencia. Los profesores debemos dar la espalda a los sindicatos, algo que poco a poco ya sucede, pero convertir esta negación en un proyecto positivo de nuevo profesionalismo. Debemos construir y crear asociaciones de profesores, más allá de las reivindicaciones salariales, que tengan como objetivo prioritario el bienestar del alumnado. Pero aún tenemos un reto mayor, que pasa por la necesidad de que el profesorado sea capaz de asumir que necesita y debe romper el aislamiento del aula, buscando mayor colaboración entre ellos. Necesitamos un clima institucional de confianza, cooperación y responsabilidad, construyendo redes de aprendizaje. Si no logramos estos retos, la LOMCE o cualquier ley educativa será papel mojado.

Francisco Rodríguez Pulido, profesor de Secundaria.

Archivado en:

Publicidad
Comentarios (10)

Leer más

Leer más

Leer más

Leer más

Leer más

Leer más

Leer más

Leer más

Leer más

Leer más

Publicidad

Últimas noticias

Publicidad

Lo último en blogs

Publicidad