Dailos González. Archivo.
El siguiente texto corresponde a una serie de reflexiones que realicé los meses de abril y mayo del presente año. Pocos meses después, nos encontramos ante un nuevo contexto, con la moción de censura que ha llevado a Pedro Sánchez a la Presidencia del Gobierno, y las reacciones exageradas por parte de una derecha que, cuando pierde el gobierno, muestra su lado más oscuro, que marca una concepción de la política según la cual el país es de ellos.
También estos días ha surgido un interesante debate entre Alberto Garzón y Daniel Bernabé a raíz de la publicación por parte del segundo del libro La trampa de la diversidad. Aunque he seguido con interés dicho debate, en parte relacionado con los temas que trato en ese texto, no he podido aún leerme el libro, pero sí los artículos e intervenciones por una y otra parte. Insuficiente, en todo caso, obviamente, para reflexionar por mi parte sobre el contenido de esa obra.
Por otro lado, la constitución del Colectivo Violetas LGTBi+ La Palma, y la celebración este mes de julio de la primera manifestación del orgullo que se celebra en esta isla, no hace sino confirmar la reflexión que realicé hace unos meses, y que ahora reelaboro para darle un formato más cercano al artículo de opinión. Ahí va, pues, el nuevo artículo, con algunos añadidos a la reflexión inicial.
Estoy leyendo con preocupación comentarios por parte de gente de izquierda que sostiene que las luchas feministas o LGTBiQ han sido domesticadas por el sistema o por el capitalismo o, peor aún, hay quienes sostienen incluso la versión conspirativa de que esas reivindicaciones son una creación o han sido fomentadas por el propio sistema para desviarnos “de las luchas realmente importantes”. Sobre esta segunda versión, la de la conspiración, donde coinciden ultraderechistas y una especie de leninismo gustavobuenista, no merece la pena que nos detengamos porque cae por su propio peso, peso sí quisiera centrarme en la primera.
Reflexionemos. ¿El capitalismo realmente domesticó esas luchas o reivindicaciones o es que determinadas luchas o reivindicaciones han tenido éxitos parciales? Pensemos no ya en la lucha feminista, sino en algo más clásico, en el movimiento obrero, y los triunfos en cuanto a jornada de trabajo, derecho a huelga, etc…, que durante muchos años ni siquiera podían ser cuestionados, lo mismo que determinadas cuestiones del estado del bienestar. Es cierto que esos triunfos tuvieron lugar en un contexto geopolítico e histórico determinado, en el cual la existencia de la Unión Soviética como contrapoder no fue una cuestión secundaria, pero sin el empuje de los movimientos de la clase obrera en los países occidentales hubiera sido imposible incluso la democracia liberal tal y como la conocemos. Volvamos a tiempos más recientes y pensemos en el matrimonio entre personas del mismo sexo, que a día de hoy el PP ni se atreve a cuestionar cuando se opuso en su día al mismo, y la situación impensable hace décadas de que sectores conservadores y democristianos como el PNV apoyen hoy algo como eso. Yo creo que la clave está en la batalla por los consensos, lo que es cuestionable y lo que no, determinados derechos sociales antes eran incuestionables, se había logrado establecer un consenso y la derecha tragar con ellos, pero ahora han perdido ese carácter y al no estar dentro del consenso (aquí hago un inciso: estoy hablando todo el rato de consenso social, no del consenso político al que se alude cuando se habla del “espíritu de la transición”), han podido cercenar esos derechos antes incuestionables. Por eso la democracia cristiana de los años 60, en política económica, podía defender cuestiones socio-económicas keynesianas que hoy son consideradas de “izquierda radical”, pues el consenso en esa materia, a diferencia de los temas de género, ha girado, desgraciadamente, hacia la derecha.
De hecho, el eje izquierda – derecha, como bien es sabido, es un eje móvil. El lugar donde ubiquemos ese eje, es decir, el establecimiento de “consensos”, o dicho de otro modo, la disputa del “sentido común”, es lo más importante. Si el feminismo o la lucha LGTBiQ ha logrado establecer sus ejes y hacer que ciertas cuestiones sean asumidas como de sentido común, incluso por sectores que jamás nos hubiésemos imaginado que lo harían, ha sido gracias a su lucha, no a que sean un supuesto instrumento del poder. De lo que se trata es que desde la lucha obrerista se impongan también los ejes propios de tales aspectos, que nuevo “sentido común” donde cuestiones básicas no sean cuestionadas, el socialismo sólo se podrá construir si se logra un consenso socialista, donde izquierda y derecha sólo sean matices con respecto al tipo de socialismo, y los posicionamientos capitalistas sean sólo excentricidades. Ahora mismo los excéntricos serían los comunistas, por eso hasta la tontería más moderada es considerada de extrema izquierda.
Además, ¿qué es más destructivo para el sistema? ¿Integrar reivindicaciones de las clases subalternas? ¿O negarlas agudizando las contradicciones del sistema? Lo segundo es la teoría de “cuanto peor, mejor”, y ya ha demostrado que fracasa.
Siguiendo en la línea de una reflexión anterior referida al establecimiento de los consensos, quisiera ahora hablar con respecto a la escala de auto-ubicación ideológica en el Estado español.
En este caso, la reflexión viene en relación a ciertas interpretaciones que he leído sobre los datos que arrojan los barómetros del CIS. La sociedad española no está en el 4,5 de la escala (que es en torno a donde se mueve la media en los distintos barómetros del CIS), pues muy pocos se identificarían con ese espacio. Es una media, simplemente. Uno tiene 1, otro tiene 9, media 5.
La otra cuestión, el problema de que perciban a Podemos más a la izquierda debe enfocarse desde otro ángulo. Ahora hasta Ángel Gabilondo (PSOE) puede ser calificado de extrema izquierda. Políticas que antes eran defendidas o aceptadas por la democracia cristiana, es decir, la derecha, ahora son calificadas de extrema izquierda, todo lo que se salga del margen del neoliberalismo es de extrema izquierda. La izquierda y la derecha no se ubican en torno a un eje fijo, sino a un eje móvil. Si ellos arrastran el eje cada vez más a la derecha, cualquier propuesta que hagamos, hasta la más moderada, será calificada enseguida de extrema izquierda. La clave no está en no parecer extremistas en base a modificar nuestro aspecto y adaptarnos al eje establecido, sino en tomar el control de ese eje, agarrarlo y arrastrarlo hacia nosotros, de modo que sean ellos los extremistas (de extrema derecha). Así podemos defender las mismas propuestas de cambio sin ser vistas como de izquierda radical, sino de sentido común. Porque precisamente, ese es el eje, tomar el control del eje no es otra cosa que la batalla por los consensos. Y el consenso se establece, precisamente, por medio del disenso, la confrontación y la contradicción.
Esto podría parecer contradictorio con la reflexión anterior, esto es, el establecimiento de los consensos y de un nuevo “sentido común” lleva a considerar los posicionamientos que se salen del mismo como excentricidades y, por tanto, fuera del debate. Pero siendo el establecimiento de los consensos una batalla, siempre va a necesitar de una posición contraria, imprescindible para la movilización social, más si defendemos, como hacemos, que la política, en el sentido de que es lo que afecta al conjunto de la sociedad y su modo organizarse, no debe estar reducida a unas élites, como los viejos partidos de notables, sino que requiere de una participación activa más allá del derecho al sufragio activo y pasivo. La defensa de un determinado posicionamiento es una respuesta a una situación concreta, determinada. El feminismo es una respuesta a una sociedad patriarcal. La movilización LGTBiQ+ es una respuesta ante la homofobia. La lucha de clases es una respuesta frente a la explotación y la desigualdad. Sin la existencia de ese contrario sería innecesario el movimiento que le da respuesta y lo confronta. Y es la confrontación la que hace avanzar la sociedad, por la cual se establecen nuevos consensos que superan el anterior al cual se enfrentaban. Hasta la derecha españolista, poco amiga de esta concepción de la política, asume que está inserta de una batalla por el relato, usando abiertamente esta terminología.
Defender posicionamientos en determinado momento minoritarios no es tarea fácil, dependiendo del modo de enfocarlos puede, o bien ayudar a cambiar, poco a poco, las ideas dominantes, o bien enfrentarse (y sufrir) el rechazo casi generalizado. Pero si la reacción es la contraria, plegarse al consenso ya establecido previamente, no se logra ningún cambio. Pero el objetivo estratégico debe ser que ese posicionamiento minoritario se convierta, en algún momento, en mayoritario. Desgraciadamente hay gente que se siente más cómoda asegurando la exclusividad de su posicionamiento en un reducido número de personas. Puede ser legítimo crear un club de aficionados a determinado deporte o a determinado género musical, aunque sea minoritario, pero cuando hablamos de política, asunto que atañe al común, al conjunto de la sociedad, es un asunto bien distinto. Por supuesto, es necesario, por nuestra salud emocional, tener siempre grupos de afinidad, pero la existencia de pequeños grupos de afinidad no es incompatible con la existencia de grupos más amplios, o aún siendo reducidos, con vocación de expandirse, si bien no con la militancia activa (no todas las personas que comparten unas ideas están dispuestas a militar), sí tratando de que esas ideas sean asumidas por personas que vayan más allá de ese pequeño grupo.
Y claro que la batalla no está sólo en el terreno de las ideas, de poco sirve que la mayoría de la población piense y asuma que la sociedad debiera ser igualitaria, si no se produce realmente ese cambio económico y social. Cambiar el modo de pensar, por sí solo, no cambia la sociedad, pero para tener la fuerza suficiente que empuje hacia el cambio social que destruya las viejas estructuras, es preciso conquistar la hegemonía en el terreno de las mentalidades. Vanguardia, masas y redes no son conceptos contradictorios, deben combinarse.
Dailos González Díaz, consejero de Podemos en el Cabildo Insular de La Palma.
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¿Eres consciente, Dailos González, de que a la gente REAL, que vive con los pies en el suelo y TRABAJA para mantenerlos con vida, le importa entre cero y nada estas LUCHAS que provocáis con el único fin de dividir a la sociedad? Porque ese es vuestro fin, y no otro. DIVIDIR: hombres vs mujeres, heterosexuales vs homosexuales, blancos vs negros, ricos vs pobres… Una sociedad estabilizada, y tranquila, donde impere la ley y la gente pueda progresar, no os interesa en absoluto. Revolvéis el fango hasta que todos quedamos cubiertos de manera que no nos podamos reconocer. Ahí es donde vuestro populismo barato arraiga… Sois los reyes de la porqueriza. No es como para estar orgulloso.
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