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Máximo Pérez Tejera

¿Qué dejamos por Reyes?

  • ¡Qué lástima que no tuvieran unos padres que les regalaran un pulgarcito!

Los Reyes Magos llevan la ilusión cada 6 de enero a los niños. Archivo.

Desafiando el espacio, entre la multitud de los que acudimos a última hora a un centro comercial para cumplir con esa imposición social en la que hemos convertido los reyes, sorteaba mi bolsa, en la que llevaba los recurridos libros, por las repletas escaleras buscando la salida. Llegué al coche sintiéndome aliviado y salí del aparcamiento. Al llegar a la calle sonó la radio que, al parecer, tenía puesta hablando el locutor, cosa no extraña, de los reyes. Hablaba de la precaria situación económica y de la dificultad de muchas familias para los regalos. Entre otras cosas contaba lo que le dijo una señora, según la cual, sus niños le dijeron que no saldrían a la calle porque tendrían vergüenza al no tener regalos.

Mis pensamientos volaron, la voz del locutor se me puso en off y me vi sentado sobre una aljibe una tarde de reyes allá por los años cincuenta. La situación era crítica, como ahora, mi madre se afanaba muchas horas sobre un borde mal pagado y mi padre trabajaba sólo diez días al mes, no por placer sino porque el Estado, en aquel tiempo franquista, repartía el trabajo en la carretera del hoyo en tres turnos para que llegara a cada casa algo de dinero. (Ahora nos asombramos que se pretenda una renta mínima, o un trabajo mínimo, de lo que soy más partidario, cuando ya hace mucho tiempo que está inventado incluso por dictaduras tan negras como la nuestra.) Pero volvamos al aljibe. Allí jugábamos mi hermana y yo, no me acuerdo a que, cuando se acercó mi padre con un rollo de papel en la mano. Aquella mañana había bajado a la ciudad como decíamos en el campo, y menos mal que no decíamos (suidad) como algunos vecinos. Se acercó, se sentó junto a nosotros y nos extendió el rollo.

.- Ya saben que la cosa está mal y que no hay dinero para reyes

Siempre recuerdo esta frase "no hay dinero para reyes" ya lo sabíamos, nuestros padres, pobres pero muy sensatos, sabían para lo que no había dinero, y sabían que los pequeños ahorros de la familia eran intocables para poder hacer frente a cualquier imprevisto, especialmente una enfermedad, ya que no había seguridad social y se tenía la dignidad de no tener que recurrir a la conocida beneficencia de los ayuntamientos.

.- Como no va a haber reyes, no lo vamos a poner en los zapatos ni esta noche ni nada. Les he traído esto y lo pueden ver ahora.

Al unísono cogimos el rollito y sacamos rápidamente el papel exterior. Dentro había un flamante pulgarcito de aquel tiempo. Pusimos cara de alegría, verdadera o intuitiva, no lo sé, pero nos acostamos y empezamos a devorar las hojas entre tremendas carcajadas. De vez en cuando mirábamos de reojo a nuestros padres, mi madre se había unido y se sentaron cerca. Con la precocidad de niños pudimos ver el brillo de unas lágrimas disimuladas, y con esa misma precocidad agradecida y comprensiva aumentábamos el nivel de las carcajadas.
Repetimos la lectura una y otra vez, les dijimos que era uno de los mejores que habíamos leído y el trago pasó, incluso feliz marcando nuestra infancia y dándole una madurez a nuestra educación que nunca agradeceré lo suficiente.
El pulgarcito sobrevivió en el fondo de nuestras cosas y muchos años más tarde lo ojeábamos con un cuidado exquisito. Las penurias pasaron, la vida cambió, pero estas cosas entre otras nos dejó una huella de sensatez, de aceptación, de sentido común y sobre todo de ilusión y ansias de superación.

Señora, aunque no me lea ¿Qué les regalamos a los niños? .-Primero cariño, que sepan que están en nuestro pensamiento y que queremos para ellos lo mejor y que lo mejor no es el mejor regalo. Segundo decírselo sin dramatismos ni desdén, decirles que la vida no siempre es grata, que tenemos que pasar tragos duros y que tenemos que luchar todos con entusiasmo para que en otra ocasión podamos tener algo mejor. Y tercero, hacerles comprender que tenemos que tener capacidad para valorar lo que tenemos y no sentir nunca vergüenza de ir por la calle con nuestro "pulgarcito" porque lleva tanto cariño como una bicicleta o que la ultima tablet.

Si logramos ese mensaje que muchos padres dieron a nuestra generación, no veremos tantos despropósitos en la sociedad. No veremos el hijo de una pobre mujer que limpia escaleras pidiéndole dinero para irse a un concierto a Londres. No veremos a una joven madre quemarse el sueldo recién cobrado en cremas de belleza y a fin de mes pedir para la leche de su hijo. Y no veremos comprar enormes casas sin estar seguros de poder pagarlas y mucho menos palacios para pagarlos con negocios oscuros.

¡Qué lástima que no tuvieran unos padres que les regalaran un pulgarcito!

 

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