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Opinión
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Horacio Concepción García

El Palo de Puntallana

  • 500 años de la fundación de la parroquia de San Juan Bautista

Parroquia de San Juan Bautista (Miguel Brito) Archivo General de La Palma

Puntallana formó junto con la Villa de Apurón (Santa Cruz de la Palma) y San Andrés y Sauces, los lugares que primeramente se poblaron en la isla. El obispo don Fernando Vázquez de Arce, en sus Constituciones Sinodales (1514-1515), decía: «E porque después de la conquista, de la isla de la Palma, se han hecho poblaciones, é cada día se hacen y especialmente se ha poblado el lugar de Puntallana é la Galga, donde los vecinos é moradores de los dichos lugares han labrado iglesias y capillas é hasta aquí tenían clérigos salariados que les decían misa á su costa»[1]. Este año se conmemoran los 500 años de la fundación de la parroquia de San Juan Bautista.

Tras la conquista, las tierras de Puntallana fueron dedicados principalmente a la siembra de cereales, sus montes, debido a las calidades superiores de sus maderas, se destinaron a la explotación forestal para industrias como la naval. En este sentido, destaca la actuación del célebre capitán don Francisco Díaz Pimienta, natural de Puntallana, que mediante acta del Cabildo del 13 de Marzo de 1594, obtuvo licencia para cortar madera, con el objeto de fabricar un navío, que sería el primero de una larga serie[2]. La demanda de palos de Puntallana, para los astilleros palmeros y para los de toda la provincia, experimentó un considerable auge hasta fines del siglo XVIII, en que se intentó limitar el crecimiento del sector naval, que era paralelo al de la deforestación. El Fiscal Real de la isla denuncio la nula voluntad de las autoridades insulares ante las reiteradas ilegalidades, que cometían los traficantes de madera y los constructores navales, cuya actitud llevaba al: «desorden que reyna sobre el ramo importantísimo de montes»[3]. En 1802 el valor per cápita sobre la riqueza agraria de Puntallana se estimaba en 1.877 hectáreas y 535 reales[4], y la industria forestal se centro en la demanda de madera de: tea, palo blanco, viñátigo, acebiño, tilo, nogal, etc.; estas se utilizaban para la construcción de viviendas, barcos, aperos de labranza, carbón y leña para los hogares de Santa Cruz de La Palma. Según textos del siglo XVI, en los montes de Puntallana crecía una variedad de pino denominado manso que no se ateaba[5]. El agravamiento en exceso de la explotación del monte, hizo que en la década de los años veinte del ochocientos, durante períodos de tiempo prolongados, los moradores de Santa Cruz de La Palma vivieran épocas duras, sin combustible ni materiales para construir sus moradas[6].

En la evolución, que la isla recorre en el hábitat que nace en la cueva-habitación, para dejar paso a las primeras construcciones con cubierta de colmo (cubierta de paja), algunas de las cuales fueron transformadas en tablao (cubierta de tabla) en épocas relativamente recientes, hasta la generalizada vivienda cubierta de teja, se aprecian grandes diferencias determinadas por la historia socio-económica, así como el mayor o menor aislamiento de cada lugar. De este modo, la casa de colmo sólo perduraba en zonas muy productivas de cereales, como es el caso de Puntallana, o históricamente aisladas[7]. Hasta el 8 de diciembre de 1520 la parroquia de San Juan Bautista, estaba con cubierta de colmo, según la visita que efectuó alguacil mayor de La Palma, Lope de Vallejo, junto con don Pedro de Pavía, visitador general del Obispado de Canaria y Vicario de la isla de Tenerife[8].

El puerto de Puntallana o de la punta de El Guindaste, fue durante el siglo XVI, un fondeadero de importancia donde se embarcaba azúcar para Flandes[9] y del cual partían también sus valiosos palos para diferentes lugares de las islas como Lanzarote, Fuerteventura, etc. Próximo a la desembocadura del barranco Hondo de Nogales, posiblemente sea a este puerto al que se refieran dos datas de los años 1506 y 1507[10]. En un informe del año 1572, emitido por la Casa de la Contratación de Sevilla, se cita que sólo hay dos puertos en la isla, el de Santa Cruz de La Palma y el de Puntallana[11]. Su actividad portuaria se mantenía en el siglo XVIII y su control se ejercía desde una atalaya situada en la montaña de La Galga[12].

«Puntallanadonde te venden el palo dos veces», a si versa el dicho popular sobre los habitantes de este lugar. Según la tradición oral, recopilada entre otras personas de doña Tiburcia García Lorenzo, natural de Puntallana (1923-2014), un vecino de este pueblo (siglo XIX), natural de La Gomera, cuyo oficio era el de aserrador, fue el origen de esta expresión. Este personaje, que habitualmente mercadeaba con sus toses (palos de tea), en Las Explanadas (Santa Cruz de la Palma), solía colocarse próximo la portada Norte, punto al que acudían las clases más pudientes a comerciar con las gentes venidas desde el campo (artesanos, pescadores, labradores)[13]. El aserrador en cuestión, cerró un trato para la venta de una magnífica tose, con un feligrés que residía cercano al muelle, donde pidió que se le entregara el género. El maderero emprendió camino hacia su destino, pero al llegar a la altura de la Placeta, se encontró con otra persona, que al contemplar aquel majestuoso palo le rogo que se lo vendiera, a lo que el susodicho accedió sin reparo ninguno. Al transcurrir el tiempo y descubrir el fraude el primer cliente exclamo: «Pues ya el mago me engaño, que me vendió el palo dos veces». Esta historia queda reflejada en los versos populares: «Cuantos años habrá, que una criatura humana, vecina de Puntallana, hizo raya en La Cuidad, no sé si fue por maldad, si por buenas intenciones, yo lo que sé es que, vendió en la palo en dos ocasiones»[14].

Tiburcia García era nieta, por línea materna, de Antonio García Reyes el mago, quien fue cabo primero de la 7 compañía del batallón provincial de esta isla; carpintero de profesión, ejerció los oficios asociados a la madera, tales como: cortador, aserrador y peguero. En esta serie de labores, los cortadores eran los encargados de ir a buscar la madera al bosque, para ello debían contar con una licencia del Cabildo. Se comenzaba con la tala del árbol, al que se trataba de dirigir en la caída a fin de no dañar los arboles de los alrededores y evitar romper o astillar el tronco. El cortador se ayudaba de herramientas tales como: sierras (tronzadora, de cinta, de despiezar), hachas (grande, ligera), podones, azadones y calabozos, etc. Cortada la madera entraban en faena los aserradores también llamados fragueros, quienes aserraban la misma con el objeto de aprovisionar de: frechales, jibrones, tiseras, soallados, nudillos y otras piezas a los carpinteros; estos cumplían los encargos de acuerdo con las medidas y la vitola. Los aserraderos acostumbraban estar situados fuera de los poblados, en 1518 Juan Martínez, aserrador, recibió 2000 maravedís, por la madera para las obras que se ejecutaban en la parroquia de San Juan Bautista. Finalmente los pegueros eran los encargados de obtener la brea o la pez, mediante la quema de los troncos de pino (Pinus Canariensis) abundantes en tea; estos facilitaban el material necesario para calafatear barcos, para el breado de aljibes de madera o para otros fines como la farmacopea (la exportación de la brea está documentada desde antes de la conquista). En el oficio de maestre de peguería en Puntallana trabajo en el siglo XVI Diego Hernández, natural de Balongo, Portugal[15].

Los montes del cantón de Tenagua (Puntallana), no solo servían para la extracción de palos, estos se utilizaban también para cavar raíces de helecho, sustento de los más necesitados, hasta que en 1865, el boniato fue introducido en la isla desde Cuba por José Álvarez,  natural y vecino de Puntallana. Su vertiginosa implantación constituyó un factor decisivo en la erradicación de la raíz helecho como alimento[16]. Las labores forestales tenían una importancia cardinal en la supervivencia de los campesinos puntallaneros, en sus bosques siempre resonaban las voces de los aserradores, el resbalar de las sierras, el crujir de los trozos acuñados y las rodaduras de los troncos, que dejaban sus huellas en la tierra a medida que los arrastres surcaban el campo.

 

Horacio Concepción García

[Sociedad de Estudios Genealógicos y Heráldicos de Canarias]

 


[1] Constituciones Sinodales del obispo don Fernando Vázquez de Arce 1515

Lorenzo Rodríguez, Juan B. Noticias para la historia de La Palma. La Laguna: Instituto de Estudios Canarios. [Santa Cruz de La Palma]: Cabildo Insular de La Palma. 1975-2000, V. 1 p.83.

[2] Wangüemert y Poggio, José. El almirante D. Francisco Díaz Pimienta y su época. [Madrid]: Tipografía de la revista de archivos, 1905, pp.19-29.

[3] Expósito Lorenzo, María Gloria. Quintana Andrés, Pedro C. «La explotación forestal y el desarrollo del sector naviero en La Palma entre 1799-1850». En: Coloquio de Historia Canario-Americano XI. [Las Palmas de Gran Canaria]: Cabildo Insular de Gran Canaria, 1994, V.1 pp.648-651.

[4] Escolar y Serrano (ca.1810): Escolar y Serrano, Francisco. Estadística de las islas Canarias 1793-1806. Compiladas y editadas en tres volúmenes, por Germán Hernández Rodríguez. [Las Palmas de Gran Canaria]: Caja Insular de Ahorros (1983), pp. 159-243.

[5] Frutuoso, Gaspar (ca.1568). Las islas Canarias (de Saudades da terra). Prólogo, traducción glosario e índices por E. Serra, J. Regulo y S. Pestana. [San Cristóbal de La Laguna]: Instituto de Estudios Canarios, 1964, p.124.

[6] Expósito Lorenzo, María Gloria. Quintana Andrés, Pedro C. «Deforestación y contrabando: los montes palmeros a fines del antiguo Régimen (1799-1830)». En: Coloquio de Historia Canario-Americano X. [Las Palmas de Gran Canaria]: Cabildo Insular de Gran Canaria, 1992, V.2 p.374. 

[7] Pérez Sánchez, Ana. «La casa de tabla en el noroeste de La Palma». En: Coloquio de Historia Canario-Americano. XI. [Las Palmas de Gran Canaria]: Cabildo Insular de Gran Canaria, V. 2, 1994, pp. 118-122.

[8] Pérez García, Jaime. «Vicisitudes del Alguacilazgo Mayor de la Palma». En: Anuario de estudios Atlánticos Nº 25. [Madrid-Las Palmas]: Patronato de la Casa de Colón, 1979, p.239.

[9] Frutuoso (ca.1568): Gaspar. Las islas Canarias (de Saudades da terra). Prólogo, traducción glosario e índices por E. Serra, J. Regulo y S. Pestana. [San Cristóbal de La Laguna]: Instituto de Estudios Canarios, 1964, p.125.

[10] Moreno Fuentes, Francisca. Las Datas de Tenerife (Libro v de datas originales). [La Laguna-Tenerife]: Instituto de Estudios Canarios, 1988. pp.90-100.

[11] Martín Rodríguez, Fernando Gabriel. Santa Cruz de La Palma. La cuidad renacentista. [Santa Cruz de Tenerife]: Cepsa, 1995, p.222.

[12] Varela y Ulloa (ca.1789), José. Derrotero y descripción de las islas Canarias. [Madrid-Canarias]: Ministerio de defensa-Gobierno de Canarias, 1986, p.25.

[13] Poggio Capote, Manuel, Feliciano Reyes, José. La Portada Sur de Santa Cruz de La Palma: origen, proyectos y arquitectura de una fortificación militar. En: ASRI- Arte y Sociedad. Revista de Investigación, Nº3 enero de 2013.

[14] García Lorenzo, Tiburcia, natural de Puntallana (El Granel, el Brasil 1923-2014).

[15] Lobo Cabrera, Manuel. «Las Palmas en el siglo XVI: una ciudad de artesanos». En: Anuario de Estudios Atlánticos Nº 54.  [Las Palmas de Gran Canaria]: Cabildo de Gran Canaria, 2008, V. 1, pp. 403-450.

Garrido Abolafia, Manuel. La Puntallana. Historia de un pueblo agrícola. [Santa Cruz de La Palma]: Ayuntamiento de Puntallana, CajaCanarias, 2002, pp.154-155

Viña Brito, Ana. «La pez. su contribución a la economía de Tenerife (primera mitad del siglo XVI)». En: Anuario de Estudios Atlánticos Nº 47. [Las Palmas de Gran Canaria]: Cabildo de Gran Canaria, 2001, p. 313.

[16] Pérez Hernández, José Eduardo. «Buque de Cuba, avidez en La Palma. Balance económico de la antillana». En: Coloquio de Historia Canario-Americano XIV. [Las Palmas de Gran Canaria]: Cabildo Insular de Gran Canaria, 2000, p.739, nota 38.

 

 

 

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