Migrare-Cultura Los Llanos de Aridane.
Nunca había presenciado un espectáculo de tal intensidad, con un ritmo trepidante, potencia sobrecogedora, música hipnotizadora y movimiento en constante tensión, sin bajar el pulso ni un solo segundo para tomar aire, e incluso así, arremeter seguidamente con aún más fuerza superando los cruentos obstáculos y el cansancio. Cuando todo terminó y las artistas abandonaron el espacio en la plaza consiguiendo hacer equilibrios sobre un único zanco me quedé inmóvil, y aturdida, como habiendo padecido cada gesto expresado, habiendo escuchado en directo cada grito proferido a la injusticia; o habiendo sido testigo de las penurias y sufrimientos que soportan miles y miles de personas y mujeres cuando emigran tratando de encontrar otro lugar o tierra prometida.
El espectáculo de danza “Migrare” tuvo lugar esta mañana de domingo en la plaza de España de Los Llanos de Aridane. Hacía un día primaveral, a la sombra se estaba a gusto con una chaquetita de manga larga, en cambio, al sol, ya va siendo difícil de aguantar sin una gorra o un sombrero. Sin embargo, en el espacio delimitado para el espectáculo, el sol y la sombra fueron barridos de inmediato por cuatro chicas y sus cuerpos en movimiento capaces de expresar sin voz el reguero de sentimientos que deja la migración en cada una de sus historias: el sufrimiento, la angustia, el miedo, la impotencia, la desesperación, la vejación. Pero también había fuerza, lucha, coraje, rabia, furia. Había solidaridad, simpatía, osadía. Y sobre todo tensión: en sus cuellos, sus mandíbulas, sus pectorales, sus miradas desencajadas, bajo el ropaje marrón que vestían, marrón tierra quizá queriendo desenterrar tanto y tanto dolor que nos negamos a conocer porque nos negamos también a reconocer el odio que el ser humano es capaz de engendrar y ejercer.
Pensamos que estamos habituados a estas realidades, porque las retransmiten en televisión, y los periodistas las narran en directo y las vemos desembarcando tras la travesía en patera con síntomas de deshidratación e hipotermia. Y en los telediarios se emiten las imágenes de ciudades bombardeadas y miles de personas que huyen de la guerra, mientras que otras se quedan sobreviviendo entre las ruinas. Pensaba que estaba habituada hasta que escuché hoy la música, y seguí cada movimiento que hacían, y sentí los golpes que daban y cómo los recibían, y cómo se arrastraban mermadas, y observé cuando se resistían con sus manos firmes, y daban las gracias, y se daban de bruces con alambradas e hipocresía, y caían de rodillas y después se incorporaban pese a la aplastante dificultad. Solas las cuatro. Con solo sus cuerpos, sus rostros, sus ojos, sobre unos zancos. Y siempre se levantaban. Y seguían resistiendo.
Y es que en el momento en que comenzó “Migrare” la retransmisión en directo fue incluso más allá: intuyo que todos los espectadores quedamos traspuestos. Normalmente utilizamos esta palabra para indicar que estamos algo “idos”, pero si atendemos a su definición en la RAE trasponer es “poner a alguien o algo más allá, en lugar diferente del que ocupaba”. Es lo que tratan los medios de comunicación de hacer cuando nos muestran las imágenes impactantes en el mismo campo de batalla, pero no siempre nos cala. Y es lo que el arte y esta representación escénica con su expresión corporal sí consigue, comunicar emocionalmente adentrándose en cada uno de los espectadores, para que estos hallen sus propias localizaciones. Y a través de sus gestos, movimientos, piernas, bocas, hombros, van dando forma al relato que cada uno es capaz de escuchar desde sus adentros: la sed y la agonía en el desierto, la travesía por el mar, la huida, la guerra, ser presa y quedar expuesta ante el mal más atroz, intentar llegar, despertar en algún lugar para tratar de volver a caminar aunque sea con una sola pierna porque llegaron maltrechas.
Cuando el espectáculo terminó me sentía agotada. La tensión que las artistas mostraron y soportaron nos fue en cierto modo entregada como esa llama olímpica, símbolo de paz: porque ellas a pesar del desgaste continuaron, a pesar del ultraje lograron sobreponerse y seguir adelante, a pesar de la derrota no desistieron ni renunciaron, y pelearon, y lucharon, y se esforzaron con cada músculo y cada paso dado sobre pezuñas más abajo de sus botas negras bien apretadas. Y el lenguaje corporal no precisó de aclaraciones, la danza de sus brazos no requirió explicaciones y sus carreras sobre zancos no necesitaron recorrer distancia alguna para llevarnos a miles de kilómetros de donde estábamos.
Pero lo realmente asombroso es cómo tras el abatimiento, el horror, el ilimitado sufrimiento, el vacío que dejan tras sus melenas al viento cuando todo ha terminado es una sensación indemne: de dignidad. Jamás creí que a través del cuerpo y el movimiento se pudiera expresar una cualidad tan regia y tan sublime, jamás pensé que la danza pudiera abofetearnos de tal forma, y menos aún que el equilibrio sobre zancos pudiera elevarla hasta límites insospechados.
Enhorabuena por este despliegue de dignidad y fuerza, especialmente en estos tiempos envueltos en conflictos, batallas políticas y guerras. Ojalá cada bando tuviera en cuenta la dignidad propia y la ajena, si así fuera, no habría desprecios, ni armas, ni gobernantes soberbios.
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