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Opinión
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Horacio Concepción García

15 de enero, humildad y devoción (Puntagorda)

  • Puntagorda era la patria del bienaventurado san Amaro

Parroquia de San Mauro, siglo XVI (Horacio Concepción).

Corría el año de Nuestro Señor de 1585. La devoción por san Amaro (Mauro) hacía que el miércoles 15 de enero, desde todos los lugares de la ínsula, concurriera una muchedumbre ingente de peregrinos para celebrar su conmemoración. Descalzos en su inmensa mayoría, y algunos de rodillas en señal de penitencia, alcanzaban su destino a pesar de la evidente lejanía, fragosidad del camino y la extrema pobreza de la parroquia, relatada por las autoridades eclesiásticas que la visitaron. Don Gonçalo de Sosa, clérigo lusitano servidor en Puntagorda, recibía a los devotos caminantes que se acercaban al tanque de tea ubicado delante de la puerta principal del templo para calmar su sed; con posterioridad estos ofrecían al santo patrón una desmedida cantidad de exvotos: «manos, pies, brazos y ojos de cera en señal de milagros», tantos que invadían totalmente las inmediaciones de la iglesia. Los milagros de san Amaro eran tan numerosos, respuestas prodigiosas ante las enfermedades, plagas y sequías, resueltas en estas fechas por la mediación de este santo patrón, que las autoridades eclesiásticas decidieron: «… que no se publiquen nuevos milagros sin que antes los reconozca y apruebe el señor obispo…[1]».

El acceso a Puntagorda para estos peregrinos era una auténtica odisea; el camino de la Cumbre por Los Andenes era: «… peligrosísimo de transitar en invierno y aún en otoño y primavera. Este es el mas escabroso de todos[2]». Las lluvias provocaban constantes derrumbes de piedras, lo que suponía que el lugar quedara aislado la mayor parte del año por tierra de Santa Cruz de La Palma, limitándose así la circulación de personas y mercancías: «… no hay camino transitable de bestias de Garafía y Puntagorda a la cuidad y a veces los barcos no pueden acercarse para transportar el grano[3]».

La humilde feligresía de Puntagorda, formada por 180 habitantes[4], sufría las gravísimas consecuencias de un proceso de concentración en la propiedad de la tierra, además de su baja productividad y un periodo de sequías. El lugar estaba formado por unas pocas casas bajas cubiertas de paja, muy diseminadas, albergándose la mayor parte de la población en las cuevas de los barrancos[5]. Los campesinos eran meros jornaleros en orden de vasallaje, que solo podían aspirar a obtener alguna parcela en régimen medianería en las propiedades de la élite nobiliaria, que normalmente residía en la cuidad o fuera de la Isla. La producción agrícola de Puntagorda, en general pobremente alcanzaba para asegurar la subsistencia de la unidad familiar. Las tierras estaban destinadas al cultivo del cereal, no solo para el autoabastecimiento de los vecinos, sino también para cubrir parte de la demanda insular incrementada a raíz de la especialización vitivinícola despertada a finales del siglo XVI en la isla[6]. Una de las alternativas puesta en práctica por el Concejo de La Palma para aumentar la producción cerealística, fue la cesión de datas en forma de quintos (Real Cédula de 26 de noviembre de 1578); así en las comarcas del norte y noroeste se entregaban montes y baldíos a censo perpetuo a cambio del quinto de la cosecha[7].

La superficie de Puntagorda quedaba dominada por sus pinares; desde principios del siglo XVI los colonos portugueses dedicaron sus principales esfuerzos a una intensa explotación forestal, que constituía su principal fuente económica (producción de brea, talas, carbón, etc.). Los vecinos tenían libre acceso a la madera, siempre que contasen con la respectiva licencia, ya que en caso contrario eran penados con fuertes castigos por medio del control que ejercían los guardas mayores[8].

Gran parte de las de formaciones de pinares, junto con otras zonas coronadas por el fayal-brezal y bosques termófilos (palmeras, dragos, almácigos, etc.), fueron sustituidas por terrenos de cultivo. En esta época los incendios eran una plaga que asolaban los montes de manera casi perpetua[9], añadiendo a esto los numerosos hornos de brea que salpicaban el paisaje, hacían que Puntagorda fuese digna de los escenarios descritos por Dante Alighieri (1265-1321) en su epopeya la Divina Comedia. La isla se encontraba bajo el mando de los tenientes de gobernador nombrados para ella por los titulares de Tenerife, que habían sembrado el descontento por su rapacidad y saqueos: «… personas de pocas letras y naturales de la isla que se contentaban con poca cosa y robaban y cohechaban para poderse sustentar[10]».

La tala emprendida en las laderas de los montes, y la masiva producción de brea, desencadenó la depredación y perdida de la masa arbórea[11], trayendo consigo crecientes dificultades en el aprovisionamiento de madera, leña, horquetas, etc.; a la vez se ponía en peligro la supervivencia de los manantiales, siendo ya desforestada la mitad de la superficie de Puntagorda en este año de 1585[12]. Desde el puerto de Puntagorda partían cargamentos de brea directamente a lugares como Funchal (Madeira)[13]. Los parajes de Puntagorda eran de secano, donde no abundaban los manantiales, y en general las fuentes públicas contaban con escasos caudales que apenas alcanzaban para el abasto público y abrevar el ganado en invierno. En verano, con la carencia de lluvias, los chorros de agua se reducían considerablemente y la situación se extremaba. Cuando el ganado no podía acudir a los abrevaderos se les proveía de agua por medio de foles[14]. La población recurría para su abastecimiento a la construcción de tanques de tea, donde recogía el agua lluvia de las escorrentías de laderas y caminos, costumbre que: «… venían de la primera colonización del lugar desde época inmemorial[15]».

La ganadería constituía una labor fundamental para la economía de Puntagorda, pero las nuevas modalidades de roturaciones hacían delicado el equilibrio entre las tierras de cultivo por un lado, y los pastizales, montes públicos y vallados de arriba por otro. La intrusión de animales en tierras cultivadas, provocó un grave conflicto que resolvía mediante el confinamiento del ganado en áreas cada vez más reducidas de la cumbre. La ruptura de esta estabilidad afectó a la ganadería extensiva y los modos de pastoreo de suelta que venían practicándose en el lugar desde la conquista: «… donde nacía y se criába mucha cantidad de todo género de yerbas que eran de provecho para pasto de todo ganado y criazón de avejas y colmenas[16]».El ganado, fundamentalmente caprino, se había apacentado tradicionalmente en los montes, y el aprovechamiento de los terrenos baldíos se hacía durante determinado espacio del ciclo agrícola.

Gran cantidad de infortunios dejó 1585 en La Palma: azote de langostas, sequias, epidemias de pestilencia, levas y constante emigración de vecinos hacia América; la erupción volcánica Tajuya[17]─ríos de lava y terremotos que originaron incendios en los montes y cosechas, perdiéndose pajeros con grano, madera para los artesanos y pereciendo el ganado por asfixia─; además del estruendo de cañones, originados por laincursión pirática del corsario sir Francis Drake (1543-1596).

La religiosidad y la fe de los puntagorderos, se encontraban impregnadas de creencias ancestrales, derivadas de la mezcolanza entre las costumbres de los antiguos pobladores y los nuevos colonos lusitanos. Esta sociedad estaba inmersa en un periodo donde el hecho religioso se convertía en un fenómeno individual, en que cada cual lo interpretaba a su manera. Puntagorda era la patria del bienaventurado san Amaro, plena de devoción y colorido, donde el encanto de sus caminos y pinares formaba tapices de canto litúrgico que se ofrecían con verdadera humildad a los peregrinos.

Horacio Concepción García

[Sociedad de Estudios Genealógicos y Heráldicos de Canarias


[1] Archivo Parroquial de San Mauro Abad [APP], (Puntagorda, La Palma) Libro de Visitas, visita de don Domingo Alfaro Franchy, 1778, f. 60.

[2]Madoz e Ibáñez, Pascual. Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de ultramar. [Madrid]: Imprenta del Diccionario geográfico-estadístico-histórico de don Pascual Madoz, (1845-1850), v. 12, p. 609.

[3] Archivo Municipal Santa Cruz de La Palma, Leg. 537, f. 185v.

[4]Concepción García, Horacio. Familias y genealogías de Puntagorda a través de las dispensas matrimoniales de la parroquia de San Amaro, [Trabajo en preparación].

[5]Viera y Clavijo, José de (1772-1783a). Noticias de la historia general de las islas de Canarias. Publicada con introducción y notas de Elias Serra Ráfols[Santa Cruz de Tenerife]: Goya, 1950-1952, v.3,  p. 762.

Carballo Wangüemert, Benigno (1862).Las afortunadas: viaje descriptivo a las islas canarias. [Santa Cruz de Tenerife]: Centro de la Cultura Popular Canaria, 1990, p.139.

[6]Pérez Caamaño, Francisco (Dir.). Puntagorda: Memorias de un olvido. [Santa Cruz de Tenerife]: Ayuntamiento de Puntagorda, 2007, pp. 116-135.

[7]Frutuoso, Gaspar (ca.1568). Las islas Canarias (de Saudades da terra). Prólogo, traducción glosario e índices por E. Serra, J. Regulo y S. Pestana. [San Cristóbal de La Laguna]: Instituto de Estudios Canarios, 1964, p.110.

[8]Viña Brito, Ana. «La pez un complemento a la economía de Tenerife en la primera mitad del siglo XVI». En: Os Reinos IbericosnaIdade Media. [Lisboa]: Universidad de Porto, 2003, pp. 163-170.

[9]Concepción García, Horacio. El Pinar de Garafía. www.lavozdelapalma.com27/10/2014

[10]Lorenzo Rodríguez, Juan Bautista. Noticias para la historia de La Palma. Instituto de Estudios Canarios. [La Laguna-Santa Cruz de La Palma]: Cabildo de La Palma, 1975-2000, v.1 p. 126.

[11]Lorenzo Rodríguez, Juan Bautista. Noticias para la historia de La Palmaop. cit., v.2 p. 56.

[12]Lobo Cabrera, Manuel, Santana Pérez, G., Toledo Bravo de Laguna, L. «Explotación y exportación de brea en La Palma (1600-1650)». En: Coloquio de Historia Canario-Americano XII. [Las Palmas de Gran Canaria]: Cabildo Insular de Gran Canaria, 1996, pp.80-81.

[13]Abreu y Galindo (ca. 1632). Juan de. Historia de la Conquista de las siete islas de Canarias. [Santa Cruz de Tenerife]: Imprenta, Litografía y Librería isleña, 1848, p.169.

[14]Recipiente hecho con piel de cabra, semejante al zurrón, de una capacidad aproximada de 40 litros.Agradecer en este punto la colaboración prestada por el investigador etnográfico Néstor José Pellitero Lorenzo.

[15]Pérez Caamaño, Francisco (Dir.). Puntagorda: Memorias de un olvido. [Santa Cruz de Tenerife]: Ayuntamiento de Puntagorda, 2007, p. 157.

[16]Lorenzo Rodríguez, Juan Bautista. Noticias para la historia de La Palmaop. cit., v.1, p. 173, pp. 230-231.

[17]Descrita por el ingeniero cremonésLeonardo Torriani (1560-1628), quien estaba destinado en la isla, por mandato del rey Felipe II, para mejorar las fortificaciones de la misma y para la construcción de un muelle.

 

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