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Los bereberes llegaron a Canarias poco después de Roma y no deportados, sino como colonos

Petroglifos de Lomo Gordo I (Pico Benehauno) (Tarek Ode)

Los pueblos bereberes del norte de África llegaron a Canarias en el siglo I después de Cristo, muy poco después de que los romanos descubrieran las islas, pero no como deportados o esclavos, sino en una colonización en toda regla que se expandió a todo el archipiélago en una misma oleada.

¿Quiénes fueron los primeros navegantes en descubrir Canarias en la Antigüedad: los fenicios, los cartagineses, los romanos…? ¿Se asentaron en las islas o solo estuvieron de paso? ¿Cuándo llegaron los bereberes cuya herencia genética está en el ADN de los antiguos canarios? ¿Arribaron estos por propia iniciativa o a la fuerza?.

Son preguntas sobre las que lleva décadas girando el debate científico sobre la primera población de Canarias y sobre el origen de los pueblos que los navegantes europeos se encontraron en todas sus islas cuando las “redescubrieron” al final de la Edad Media.

Trece investigadores de las universidades de Las Palmas de Gran Canaria, La Laguna y Linköping (Suecia) publican este lunes en ‘PNAS’, la revista la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos, una amplia revisión de las dataciones de carbono 14 en las que basa la cronología cómo fue el primer poblamiento de Canarias.

El sesgo de los restos de carbón y las conchas marinas

Sus autores, miembros del proyecto IsoCAN (‘Aislamiento y Evolución en Islas Oceánicas: la colonización humana de las Islas Canarias’), repasan todos los vestigios que soportan esas dataciones para descartar aquellos que no pueden atribuirse sin duda a la presencia del hombre (por ejemplo, restos de carbón que quizás proceden de un incendio natural) y, sobre todo, para examinarlos de nuevo a la luz de criterios de “higiene cronométrica”.

Pues no es lo mismo datar la madera procedente de un árbol que podía tener ya cientos de años cuando el hombre lo usó en una construcción o para encender fuego que hacerlo con los restos de un ser vivo de vida corta o muy corta, como un grano de cereal o con los restos de una cabra encontrados en un yacimiento arqueológico.

Y algo parecido sucede con las conchas o los restos marinos que con frecuencia se han usado para datar la presencia humana en Canarias: los océanos absorben tanta cantidad de carbono presente desde hace siglos en la atmósfera, que si hoy se datara con C14 una sardina recién pescada, la prueba diría que tiene 400 años, explica a EFE el autor principal del artículo, Jonathan Santana, de la ULPGC.

Eliminando de la ecuación esos sesgos temporales y todo vestigio dudoso, este equipo de la ULPGC y la ULL subraya que queda claro que las Islas Canarias no fueron colonizadas por el hombre en el primer milenio antes de Cristo, como aún defienden algunos autores.

Fue ya en la Era Común y con estos años de llegada según el registro arqueológico: Lanzarote, entre el año 70 y el 240; Tenerife, entre el 155 y el 385; El Hierro, entre el 170 y el 330; La Palma, entre el 245 y el 430; Fuerteventura, entre el 270 y el 525; La Gomera, entre el 275 y el 405; y Gran Canaria, entre el 490 y el 530.

La presencia romana y bereber se solapa en el siglo I

El inicio de esa secuencia se solapa ligeramente con la presencia romana acreditada en el Islote de Lobos, que se extiende desde el sigo I antes de Cristo hasta el I de la Era Común. ¿Llegó Roma a colonizar las islas o solo explotó puntualmente sus recursos?

“Eso es aún materia de debate. Algunos investigadores argumentan que establecieron un punto de partida de colonización a base de trasladar al archipiélago comunidades bereberes, en especial para explotar sus riquezas naturales costeras. Una interpretación alternativa de las narrativas clásicas (como la crónica normanda ‘Le Canarien’ del siglo XV) apunta a que los romanos deportaron a Canarias a rebeldes bereberes del Norte de África como forma de castigo”, plantean los autores de este trabajo.

Sin embargo, ni los historiadores romanos ni el registro arqueológico aporta prueba de esas dos teorías (y mucho menos aún de una llegada previa fenicia o púnica a Canarias).

Los autores de este trabajo reconocen que no se puede descartar que la expansión de Roma en el siglo I empujara a los pueblos del Noroeste de África a emigrar hacia unas islas que están a 100 kilómetros de distancia del continente, pero si fue así, subrayan, emprendieron esa empresa por propia iniciativa.

Es decir, no llegaron como exiliados ni esclavos, sino como colonos y en una oleada muy extensa en sus inicios, como prueba el sustrato genético común de los pueblos aborígenes que los castellanos se encontraron 1.300 años después durante la conquista.

Creen que fue así, explica Jonathan Santana, porque una vez que pisaron Lanzarote, la isla a la que llega casi de forma natural cualquier navegante que provenga del norte, como ocurrió siglos después con los europeos, no se conformaron con quedarse en ella, sino que “no pararon” hasta asentarse en todas.

Lo hicieron, además, con un plan predefinido, como denota que llevaran semillas de varios tipos de cereal, de legumbres y árboles frutales como el higo o ganado doméstico como cabras, ovejas y cerdos que garantizaban su supervivencia en unas islas que, por lo demás, solo les ofrecían tierra cultivable, agua y pesca.

¿Navegaban?

¿En qué se basa entonces la teoría de la llegada forzada? En la constatación de que, una vez que tomaron todo el archipiélago, se quedaron aislados durante siglos, sin comunicación entre islas hasta el regreso de los navegantes europeos al final de la Edad Media (s. XIV). Los defensores de la tesis de la deportación o la esclavitud sostienen que probablemente los antiguos canarios no sabían navegar y que, por eso, su llegada a Canarias “necesita” de los romanos.

“En el fondo, toda esa tesis es muy eurocéntrica”, responde Jonathan Santana, que se pregunta si acaso los bereberes eran un pueblo asentado en una larga fachada marítima pero incapaz de desarrollar una tecnología extendida desde antiguo por todo el mundo.

Los firmantes de este artículo lo ven muy improbable: están seguros de que sí navegaban y no les extrañaría que, si supieron de la existencia de las Islas Afortunadas, seguramente por Roma (Plinio el Viejo las cita ya con ese nombre en el s. I), quisieran ir a ellas.

Entonces, ¿por qué dejaron de navegar, por qué se quedaron aislados? Santana reconoce que aún no se sabe a ciencia cierta, pero apunta dos ideas: primero, en la antigüedad, solo se navegaba cuando era estrictamente necesario, cuando la ganancia esperada compensaba el peligro de perderse o naufragar; segundo, en eso los canarios no fueron únicos: también los aborígenes de Hawai perdieron el contacto con el resto de la Polinesia una vez que asentaron en esas islas

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