Esperemos que se imponga de una vez la cordura
Como en este apartado no hay espacio para la fotografía que acompañaría el texto, imagínense ustedes la antigua entrada al muelle, esa que tiene la caseta en medio y una verja con sendas puertas a los lados. Si se fijan en estas desde fuera, verán la de la derecha abierta, y cerrada la de la izquierda, la que queda del lado de la imponente antena de telefonía móvil. Pues bien, esa es la puerta que debería estar abierta también, y que sin embargo, y contra toda lógica, parece condenada a permanecer cerrada para siempre. De lo cual se desprende que a la autoridad competente le importa bien poco que el acceso a pie deba hacerse por la otra, aquella de la que parte una senda bien señalizada que casualmente -lo que son las cosas- pasa justo por delante del Macdonald´s. Si el visitante va a zamparse una hamburguesa, o una pizza en la Marina -suponiendo que se sigan sirviendo en el momento de publicarse esto-, no hay problema: ha elegido el camino correcto; pero si se trata de acercarse a la estación marítima para viajar o sacar un pasaje de barco, o de ir al espigón o a la punta del muelle a echar la caña, como que se ve forzado a dar un amplio rodeo de lo más tonto, toda vez que ello implica alcanzar el punto más corto por el camino más largo.
Uno puede entender que haya un manifiesto interés en que los visitantes de los cruceros sigan, por «medidas de seguridad», por un caminito de colorines que los conduce, en primer lugar, al interior de la estación marítima -cuando lo bonito se supone que es andar por la orilla del muelle, como antes se hacía-, donde las tiendas libres de impuestos, o «Duty Free», de reciente apertura, les dan la bienvenida, y luego, antes de llegar al final de la misma -donde algún grupo podría descarriarse inconvenientemente-, se les desvía hacia la Marina y el citado Macdonald´s, última atracción del puerto antes de franquear la salida. En fin, allá estos si no se quieren apartar (o no se lo permiten) de la senda comercial. Pero un poco de consideración con los locales que no estamos interesados en seguir dicho circuito, que no pretendemos, como ya indiqué, sino acercarnos a la estación o al espigón a pescar un rato -los días que no hay crucero, ya que entonces, como medida preventiva, o en evitación de un posible atentado terrorista, se veda la entrada a viandantes y vehículos-.
Consideración esta que debería tenerse con todo usuario por una elemental cuestión de sentido común, pero también para evitarnos ese a modo de corte de mangas que supone el toparse con la puerta cerrada ya descrita, pues es como si quien mandara echar el candado te estuviera diciendo: «Que te den».
No quisiera que nadie se sintiera molesto por ello, pues que duda cabe que el responsable, a quien ni se le habrá pasado por la imaginación lo del «corte» (luego vuelvo a excusarme formalmente), tendrá sus razones para no abrirla, tal vez dictadas por algún tipo de normativa -esa recurrente palabra cuyo solo enunciado comporta toda posible explicación, como si fuera mágica, pero que no repara ni un poquito, como diría Eduardo Galeano, en lo que su aplicación empobrece, empeora o denigra las cosas-.
Tendrá sus razones, decía, para cerrarla, pero eso es lo que al menos a mí me hacen sentir tanto la puertecita de marras como el recorrido involuntario a que obliga su cerrazón. ¿O tal vez se trata de algo mucho más sencillo, de que ésta no puede abrirse porque carece de su correspondiente paso de peatones al otro lado, o un poquito más allá, y a la gente podría darle por cruzar justamente cuando pasa un coche? ¿Será eso entonces, que nos toman por tontitos imprudentes que podríamos dejarnos atropellar sin más ni más, o incluso caernos al agua, y luego exigir alguna compensación económica a la autoridad portuaria, siendo esto, quizás, lo que en definitiva se trate de evitar por todos los medios? ¿Será esa la verdadera explicación a tanta verja y tanta puerta?
En fin, esperemos que, en todo caso, se imponga de una vez la cordura -o tan pronto como terminen esas obras que parecen eternizarse- y se nos permita elegir libremente entre una entrada u otra. Entonces yo sería el primero en manifestar mi más completo agradecimiento.
Martin Eden.
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