Melisa Rodríguez, Ciudadanos.
Pertenencia, palabra que describe el sentir del isleño con su entorno, con su espacio, con su paisaje,…
Basta con alzar la mirada cada día para admirar el verde que asciende por la cumbre, y como las nubes caen cual espuma sobre esta; basta con alzar la mirada para observar como la cumbre toca ese cielo azul tan característico de La Palma.
Es tan sencillo admirar lo que nos rodea, cómo acabar con ello. Un gesto, una inconsciencia, un alarde de “naturalismo” que da pie a una de las mayores imprudencias y tragedias conocidas.
Ese acto, ese pequeño conato naranja, que aparece cual ‘déjá vu’ en La Palma, como un mal recuerdo de 2009. Ese mal recuerdo que habíamos conseguido con solidaridad, amor a nuestro entorno y tiempo, olvidar.
Que importante es mantener viva esa memoria reciente, esa memoria que nos trae al presente los fantasmas vividos, qué importante es que lo transmitamos a todos aquellos que buscan, con solo alzar la mirada, admirar ese verde que asciende por la cumbre, esa cumbre que toca las nubes mientras estas campan a sus anchas en nuestro maravilloso cielo azul; que importante es que sepan que hay que proteger el entorno, mimarlo, cuidarlo… Solo así se podrá seguir admirando.
Cuando el pequeño brote naranja comienza a crecer con viveza y amparado por unas condiciones climatológicas que lo alientan, comienza el miedo, la tristeza y la frustración ante lo que se avecina. Miedo a perderlo todo, miedo a la incertidumbre del día siguiente, miedo a la incapacidad de controlar ese fuego convertido en una gran manto que acaba con todo lo que encuentra a su paso.
El valor, la solidaridad, el sentimiento y el trabajo de todos aquellos valientes que alzan la mirada para luchar contra ese, ya gigante naranja. Los terrenales clamamos al cielo lluvia, clamamos al cielo calma, calmamos al cielo que termine ya. Nos abrazamos y pensamos en esos valientes combatientes.
Qué triste es saber que podemos perderlo todo, qué triste es saber que hay veces que el coraje no basta, qué triste es saber que la inconsciencia se puede convertir en ese gran gigante devastador de tu entorno, de tu tesoro, de tu pulmón.
Los palmeros sabemos que por fortuna parte de nuestra vegetación y entorno es fuerte, que tiene capacidad de regeneración, pero… ¿Dónde queda esa vida cobrada por ese gran gigante empeñado en teñir nuestro paisaje de naranja? Desde aquí, mi más sentido pésame a su familia y a sus compañeros que a pesar de la tristeza siguen luchando para que esta pesadilla acabe cuanto antes.
Melisa Rodríguez es portavoz de C´s en Canarias, diputada por Santa Cruz de Tenerife y portavoz adjunta de C´s en el Congreso de los Diputados.
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PedroLuis
Doña Melisa, el naranja sólo es el preámbulo del negro que se avecina, porque el fuego, tras su paso, tizna de luto el paisaje.
La reincidencia de los incendios mata hasta los pinos, a los jóvenes y a los viejos, y los que escapan quedan tullidos, sin ramas, que más parecen chopos que pinos. Muchas especies sensibles desaparecen, con frecuencia avasalladas por las oportunistas o piroresistentes. La fauna que no huye muere abrasada, y la epidermis viva del suelo, con su humus, se carboniza y es presa de la erosión. En resumen, los pinares quemados son una caricatura del monte sano. Tras los incendios, hasta el cielo parece menos azul y las nubes mejor lloran que condensan.
En esta ocasión, el origen del fuego, si ha sido tal como se ha contado, fue una imprudencia, tan irresponsable como ingenua. Tanto, que frente a la maldad premeditada de otros, hasta merece comprensión. El urbanita busca la cara bucólica del medio rural, ignorando sus reglas. Incluso conociéndolas, no estás libre de la calamidad o de la tragedia, como desgraciadamente le ocurrió a don Francisco Santana, descanse en paz.
No es momento para el reproche, menos para la censura de quienes por tierra, mar y aire se están jugando la piel para tratar de controlar y apagar el incendio. Quizás si lo sea para, cuando el tiempo refresque, analizar los “protocolos” y preguntarnos cómo a pesar del incremento de medios y su progresiva tecnificación, el “perimetraje” de lo quemado va en aumento. ¿No estaremos haciendo algo mal? 4000 hectáreas son muchas para una isla como La Palma.
Un cordial saludo para todos.
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